Un buen día, Norman Vilalta (46 años) dijo basta. Dejó atrás su carrera como abogado en Argentina y decidió cambiar de vida. Estaba vacío por dentro. Tras unos años de meditación, filosofía y un duro aprendizaje interior, se ha convertido en un artesano del calzado para bolsillos rebosantes de billetes de color púrpura.
La indiscreción es un pecado. De su boca no saldrán jamás nombres propios, pero de su pequeña empresa sí que salen zapatos que cuestan una auténtica fortuna y que calzan los mejores pies del planeta. Entre sus clientes vip se encuentran Jaime de Marichalar (54), el chef Ferran Adrià (55) o el arquitecto Óscar Tusquets (76), entre otros muchos. ¿El precio? De 5.000 a 7.000 euros el par de la línea Bespoke. No hay dos iguales, ni tan siquiera entre los del mismo par porque están hechos de manera totalmente artesanal. Pero también los hay más baratos, los de la línea Ready to wear, que van de los 750 a los 3.500 euros.
A pesar de las estrecheces económicas de las que ha hecho gala en alguna ocasión a sus más íntimos el exduque de Lugo, si un día cualquiera, al azar, se le miran a los pies, probablemente reluzcan unos Vilalta. ¿Qué les hace ser tan especiales? El proceso tan laborioso, ya que se necesitan más de 200 horas de trabajo personalizado, por lo que se sólo se pueden realizar unos 100 pares al año. Además, cuando un cliente está interesado –la mayoría son extranjeros– al principio se les hace una entrevista personal, se les abre una ficha y Vilalta se pone manos a la obra con una horma en madera que lleva el nombre grabado del comprador. Es tal el cuidado y dedicación, que todo el proceso se graba en vídeo y se le envía al cliente. De ahí que la exclusividad sólo esté al alcance de unos pocos privilegiados.
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Si alguna vez el lector tiene oportunidad de mirar los pies a Marichalar o Adriá, que se fije en las siguientes pistas: exquisita piel de becerro francés, pátinas exclusivas e irrepetibles con colores nunca vistos, hilo de lino enhebrado con cerda de jabalí, colas especiales que se han inventado especialmente tras varios años de pruebas, las punteras son diferentes y los contrafuertes cambian. Vilalta tiene las lumbares doloridas. El trabajo de zapatero no es fácil. Sentado en una banqueta que a duras penas levanta tres palmos del suelo y que le lleva a tener la columna arqueada, se puede pasar horas y horas en su céntrico taller de Barcelona en compañía de sus dos ayudantes.
Lo suyo es filosofía, arte, misterio. Vilalta no sabe ni entiende de precios. Sólo le interesa lo artesano, hacerlo bien y que el cliente se siente satisfecho porque sus zapatos son una inversión. Duran toda una vida. Vilalta ofrece calidad y tiene un servicio excelente. Si a algunos de su clientes, vips o no, porque a él no le importa la etiqueta de la fama, les apetece aprender cómo cuidar su calzado, con mucho gusto les enseña a lustrarlos y hacer sus propias pátinas.
Aprendiz de otro gran maestro artesano
A Vilalta le cambió la vida el día que decidió dejar de ser abogado y trasladarse a Florencia, donde aprendió el oficio de manos de Stefano Bemer, que tuvo como clientes a Julio Iglesias (73) o Andy García. El artesano Bemer, que falleció con tan sólo 48 años, también tiene una historia interesante.
En 1999, cuando el actor británico Daniel Day-Lewis (60) -El último Mohicano, Gangs of New York, Lincoln...- se cansó de las consecuencias de la fama –ya había ganado el primero de sus tres Oscar por Mi pie izquierdo– buscó un lugar tranquilo para desintoxicarse de la persecución de los paparazzi. Le ofrecieron un guión para ser zapatero en la ficción, pero como siempre se toma los papeles tan en serio, quiso meterse en las entrañas del oficio. Y Bemer se lo enseñó. Fue así como ambos fraguaron una gran amistad. De aquella época hay fotos excelentes de Day-Lewis, un tiarrón de casi dos metros de alto sentado en una banqueta ejerciendo el oficio.