Han pasado tres años de aquella mañana de jueves que paralizó Madrid por una proclamación real, la de Felipe VI (49 años). Todos los ojos, sin embargo, estaban puestos sobre su mujer, Letizia (44), que 13 años después de su entrada en Zarzuela acapara más flashes y titulares, si cabe. Precisamente es ella, y no el monarca, la que más ha cambiado desde que su marido asumiera la Jefatura del Estado, el 19 de junio de 2014.
La periodista ahora tiene más influencia, más peso y más capacidad de decisión. Su imagen pública ha dado un giro de 180 grados granjeándose el favor de la mayor parte de sus otrora detractores, que juzgaron con dureza su interrupción con un "déjame terminar" a Felipe VI durante la pedida de mano. Sus históricos desplantes y salidas de tono parecen haber desaparecido. Ya no come pipas en la calle con sus guardaespaldas y tira las cáscaras al suelo, apenas regaña a su marido públicamente como antaño y ya no se queja ante la prensa sobre sus vacaciones estivales. Su actitud se alaba, su rectitud y compostura en los actos oficiales apenas origina críticas y su apariencia acapara, en la mayoría de los casos, alabanzas y piropos. Si hace meses su papel se ponía en cuarentena, en la actualidad ni se discute.
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Cuando era princesa de Asturias apenas tenía apoyos. Muchos dudaban de su preparación y cuestionaban su pasado, incluidos algunos miembros de su familia política. Letizia no se sentía cómoda, no sabía cómo comportarse, qué hacer, qué decir o qué vestir, y eso se notaba. Ahora ella se muestra mucho más segura y a gusto, es ella quien escribe el guion de su día a día, pide opiniones pero es quien decide en último término. Hace unos meses, su suegro, el rey Juan Carlos (79) reconocía que Letizia lo está haciendo "muy bien", aunque le inquietan algunos sucesos como la publicación de los mensajes al compi yogui Javier López Madrid (49), que han enturbiado el arduo trabajo que se viene realizando desde Zarzuela para lavar la imagen de la monarquía.
Y eso que no ha tenido fácil sortear, junto a su marido, la delicada situación que se le planteaba cuando se convirtió en reina consorte: Botsuana, Nóos, Corina... Lo ha hecho, por si fuera poco, dando la vuelta a las encuestas, tanto nacionales como internacionales. Si hace unos años era el miembro menos valorado de la Familia Real, ahora supera el 67% de popularidad. Su estilo es alabado en Europa, liderando los rankings de la realeza del Viejo Continente y su savoir faire la han erigido en una especie de tabla de salvación de la institución, que poco antes de la abdicación del rey Juan Carlos, vivía sus horas más bajas.
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Su acercamiento al pueblo, que se ha producido de forma progresiva durante su etapa de princesa de Asturias, se ha hecho mucho más visible y evidente en los últimos tiempos. Ya sea un selfie, un saludo o buenas palabras, los actuales reyes no escatiman en cercanía. Se han adaptado al siglo XXI, tal y como dijo Felipe VI durante su discurso ("una monarquía renovada para un tiempo nuevo").
En cuanto a la reina, ha conseguido instalar la sonrisa permanente en su rostro, lo que le confiere un aire más relajado, mucho más próximo al alabado estilo de Máxima de los Países Bajos (46). Ha borrado de un plumazo esa seriedad, incomodidad e incluso enfado que parecía proyectar en ciertos actos oficiales.
Ella misma escribe sus discursos, retoca los de su marido, intenta programar los actos entre semana para conciliar su trabajo con su vida familiar, se ausenta de los actos que considera, como el viaje a Arabia Saudí, y modifica algunos aspectos de la estructura y organización de Zarzuela, como cuando optó por cambiar a los tradicionales cocineros de las cenas de honor por chefs de estrellas Michelín. En ocasiones, no duda en cambiar ligeramente el protocolo mediante normas no escritas, como cuando acude a los actos castrenses dejando a un lado el color negro, la mantilla y la peineta. Estos dos últimos complementos también se quedan en el armario cuando visita de forma oficial al Papa.
La transformación de Letizia ha traído consigo la de la propia institución. La regeneración de la monarquía ha seguido un camino paralelo al de la otrora periodista. Le ha costado trabajo asumir que su puesto está un paso por detrás del de su marido, pero parece haber logrado ese equilibrio y ahora se vuelca con las causas sociales, siguiendo, por fin, el ejemplo impagable de la reina Sofía (78) al que hizo referencia durante su pedida de mano. Eso sí, lo ha hecho con un estilo propio, sin adquirir el rol de mujer florero, sin acompañamiento silencioso y sin necesidad de guardar las apariencias.
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Este lunes, Felipe y Letizia celebran tres años en el trono. Lo harán apoyando la cultura y la educación en un acto con un grupo de adolescentes, con el que recorrerán varias salas del museo del Prado. Su mensaje de respaldo a las nuevas generaciones es claro. Aunque no hay ninguna actividad programada para conmemorar la proclamación de Felipe VI como rey, es probable que las Fuerzas Armadas recurran a la misma acción que hace justo un año: el izado solemne de la gran bandera de España en la plaza de Colón de Madrid con un despliegue militar notable. En todo caso, se trata de un acto de Defensa, pues fuentes de la Casa Real confirman a EL ESPAÑOL que no hay prevista ninguna actividad oficial para celebrar el tercer aniversario de la proclamación.
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