Carta abierta a MasterChef. Lo siento, pero no todo está permitido por un puñado de audiencia. Creo que, sin darnos cuenta, vamos cuesta abajo y sin frenos en lo que respecta a los programas de entretenimiento en televisión. Qué más da la forma si lo que importa es el fondo: ¡el show! Se está perdiendo, no solo el buen gusto, sino también la educación y el respeto mínimo entre seres humanos. Me niego a creer que no se puede hacer entretenimiento sin hacer llorar a nadie, sin llevarlo al límite. Amo la telerrealidad, pero, lo siento, no el sufrimiento, no la tortura. Yo lo paso mal.
Parece que, echando un vistazo a espacios como el culinario de TVE -solo un ejemplo de muchos-, si aceptas ser concursante das tu consentimiento para que te humillen, te vejen, te minusvaloren por el bien de la millonaria audiencia que ve en directo -y aplaude en forma de audímetro- cómo pierdes no solo tu condición humana, sino también tu labor de trabajador. Apunte, definición de maltrato laboral: "Es tanto la acción de un hostigador o varios hostigadores conducente a producir miedo, terror, desprecio o desánimo en el trabajador afectado hacia su trabajo, como el efecto o la enfermedad que produce en el trabajador".
En otras palabras, MasterChef. Se pasan por el forro los derechos de los trabajadores. Porque sí, esas personas que se prestan a concursar ¡están trabajando! Y lo hacen del mismo modo que el jurado que tienen enfrente, que el director, el regidor, el que limpia y el que se encarga de la iluminación. Ahí están todos ganándose la vida; con jerarquías diferentes, sí, pero todos humanos y con derechos que no se deben vulnerar de esa forma. Y sí, se está consintiendo, se aplaude y se fomenta la vejación en directo y cuanto más salvaje y dura, mejor.
De momento, no se llega al latigazo, pero casi. Ojo, que no está escribiendo un mojigato: sé cómo funcionan los engranajes de la tele, pero como espectador lo paso mal. Este martes se me encogió el corazón de la pena. Y es que, la chef Samantha Vallejo-Nágera (49 años) les ha soltado un rapapolvo en el programa de TVE a las concursantes Alicia y Laly de esos legendarios. Así, gratuitamente. Yo, desde casa, me iba encogiendo en el sofá a cada grito, a cada insulto.
"Pero a ver, ¿tiene algún sentido hacer pasta de arroz con estas salsas?"; "Porque no sabéis hacer nada más. Estamos en un concurso de cocina, ¿lo sabéis?"; ¿Y con todo lo que había en el supermercado no se sabe hacer otra cosa que una simple salsa de pasta? Como no hay pasta... cogemos una pasta de arroz y hacemos un plato de pasta, sin pasta. Es eso, ¿no?", son solo algunas de las bofetadas verbales que les ha soltado Samantha a la pobres muchachas, que solo atinaban a mirar al vacío y pensar que por favor, esto acabe pronto.
Y justo cuando las concursantes estaban a punto de explotar a llorar, la jurado tirana clava el estoque: "Vuestros platos son tan malos que la única manera de que aprendáis y que evolucionéis de verdad es yendo directamente a eliminación. Espero que os lo toméis en serio y que esto os sirva para evolucionar". Ahí, ahí, solo sangrando se aprende, parece que le decían a Vallejo-Nágera por el pinganillo. Dale duro. ¿Se merecían la humillación en Prime Time?, ¿no se pueden decir las cosas de otro modo? Y voy más allá, ¿dónde empieza el espectáculo -lícito y entendible, aquí nadie es tonto y se conoce el percal- y cuál es el límite de la buena educación y la falta de respeto?
Pienso que de un tiempo a esta parte en televisión se traspasa esa línea roja con demasiada frecuencia, se consienten demasiadas licencias a los que, se entiende, están por encima del concursante. Y si este se revuelve, cuidado; que tú has dado el consentimiento para que se te forme, para instruirte, le harán ver. Lo que se no especifica como cláusula -y si se hace es en letra pequeña- son las formas en que te convertirás en un chef de categoría. Ese ensañamiento de los que hacen las veces de jurado inquisitorial, esa forma de maltrato verbal a los concursantes, ¡se debería penalizar!
A ver cuándo se dan cuenta los que hacen espectáculo que una cosa es ir al servicio de este y otra, muy distinta, es tratar a las personas como si fueron siervos o esclavos, gentes indignas en definitiva. Quiero dejar claro que este escrito podría provenir de un espectador cualquiera y, MUY IMPORTANTE, que no todos los espacios de entretenimiento son iguales. Los hay con educación y rigor; ahí, La Voz en Antena 3, cuyo jurado no humilla ni lleva a la lágrima -al menos de manera concienzuda- a los cantantes. Por ejemplo, yo no veo a Luis Fonsi (40) o a Antonio Orozco (46) decirle a nadie que no saben cantar ni hacer nada, que, oye, para eso te quedas en tu casa y no nos haces perder el tiempo. Ahí está la diferencia, en las formas: porque esos son personas, ¡y tienen sentimientos!
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