Luis Bonafoux fue el cronista más irreverente, incisivo y temido de finales del siglo XIX y comienzos del XX. Sus artículos le valieron la persecución en Cuba, Puerto Rico, España, Francia e Inglaterra; además de duelos a pistola, peleas a bastonazos y juicios sin fin. Se consideraba discípulo de Émile Zola, fue dreyfusista enragé, acusó de plagio a Leopoldo Alas Clarín y se las tuvo con Benito Pérez Galdós, dos intocables de la época. Quiso ser independiente y para ello fundó El Español, del que dijo: “Fue un periódico muy agradable para mí. Satisfice venganzas y expresé desprecios”.
De padre francés y madre venezolana, Luis nació en Burdeos en 1855, pero pasó su infancia en Puerto Rico. Llegó a España con quince años para cursar Medicina, lo que no hizo nunca porque prefirió la atractiva vida picaresca que le ofrecían Madrid y Salamanca. En esta ciudad publicó sus primeros artículos en 1877, en El eco del Tormes. Acabó licenciándose en Derecho dos años después, y marchó a Puerto Rico a ejercer la profesión. Sin embargo, tuvo que salir escopetado –y escoltado- de la colonia, tras su artículo El carnaval en las Antillas, en marzo de 1879, publicado en el diario madrileño La Unión, donde criticaba las costumbres puertorriqueñas diciendo: no debe extrañarnos que allá en el suelo americano, tardío en percibir los reflejos del progreso europeo, se conserven aún costumbres guardadas cuidadosamente de tiempo inmemorial, y mal avenidas con los principios más rudimentarios de la urbanidad, de la civilización y de la estética. (…). La gente que allí se dice de color celebra asimismo el Carnaval, teniendo el baile en lugar preferente en las diversiones de aquellos danzantes que nacen con la pierna derecha en actitud de bailar, y la mueren con la pierna izquierda en idéntica actitud.
Al llegar a Madrid de nuevo fue contratado, según contó, por un “señor gordo que quería ser diputado”. Para ello fundó El paréntesis, “el primer periódico donde escribí con libertad relativa”, y que cerró por una querella con duelo de por medio. Era ya un polemista que firmaba con el seudónimo de Aramis. Su firma podía leerse en todos los grandes periódicos, como El Globo, El Liberal, El Heraldo, o El País, y por supuesto los satíricos, Gil Blas o El solfeo. Su fina pluma, cultura desbordante y humor ácido le hacían tan incómodo como imprescindible; tanto que le conocieron como “la víbora de Asnieres”.
En abril de 1882 le visitó el puertorriqueño Pablo Ubarri, y Bonafoux restableció relaciones con los antillanos, aunque ahora para defender el inmovilismo, una postura de la que estaba muy alejado, tal y como contaba años después:
Juntos salíamos el señor Ubarri y yo, camino de la Puerta del Sol. ¡Cuántas expansiones!... Él, me decía riendo:
-¡Usted es ilegal, porque es demócrata!...
Y yo le respondía, riendo también:
-¡Usted es ilegal, porque es carlista!... (…)
-Porque así como en la familia no hay más autoridad que la del padre –añadía aquel insigne rinoceronte-, así en los pueblos no debe haber más autoridad que la del rey absoluto.
Nació así El Español, “fundado por un pariente mío –escribió-, y bien trabajado, fue un gran semanario”, cuyo primer número salió el 30 de abril de 1882. Firmaba sus crónicas como Aramis. La publicación se hizo pronto conocida en las Antillas y en Madrid; especialmente por un artículo de Bonafoux sobre el mal funcionamiento de la Magistratura de Puerto Rico, y que acabó con el cese de la Audiencia por obra de Núñez de Arce, entonces ministro de Ultramar. También fue muy conocido un lance a bastonazos, del cual el más perjudicado fue un escaparate cercano, con el escritor José María Monge, del que escribió un “Tiquis Miquis” en El Español diciendo que “ni es poeta, ni publicista, ni satírico, ni nada. Es, sencillamente, un viajero más”.
El conflicto con Alemania por las islas Carolinas, en agosto de 1885, lo tomó con su particular retranca tras el asalto el 4 de septiembre a la embajada germana en Madrid:
Condenemos el hecho punible ante el Código –escribía en El Español-. Pero recordemos la frase que dijera (el diputado federal) Díaz Quintero cuando le quemaban el rostro las llamaradas de Alcoy y Cartagena:
¡Estos son desahogos naturales del pueblo!...
Y si la Patria peligrara, si la dignidad y la honra de la bandera española estuvieran por los suelos, entonces, ¡dispensadme, hombres sesudos y humanitarios! Entonces, ¡yo también querría ser salvaje!
La muerte de Alfonso XII, para un hombre como Bonafoux que no creía en ningún tipo de autoridad y despreciaba la falsa bondad que visten las necrológicas al uso, le mereció un texto irónico:
Muerto el rey, le reemplaza Doña María Cristina. Doña María Cristina es discreta, elegante, distinguida y rubia. En presencia de estos tristes sucesos, exclama El Español:
-¡El rey ha muerto!... ¡VIVA LA RUBIA!...
La gran polémica llegó cuando publicó en El Español, en abril de 1887, Novelistas tontos, y Clarín, folletista. Clarín era mordaz y despiadado, pero encontró en Bonafoux, quien se enteró que el novelista vetaba sus artículos, el contrapunto que le sacó de quicio. Le soltó que era el “novelista más insustancial y el más grande de los tontos en prosa naturalista”, que escribía libros de “más de 1.000 páginas, sin que pase en toda ella nada de particular y grave”. Clarín no le inspiraba “odio”, escribió tiempo después, solo que estaba “asqueado (por) el espectáculo de general sumisión a su persona”. Bonafoux publicó entonces, para rematar al escritor de Oviedo, el folleto Yo y el plagiario Clarín (1888), diciendo que el autor de La Regenta había plagiado Madame Bovary de Flaubert, con un título con el que no incurro adrede en grave descortesía. ‘Yo y mi criado’ –decía Fígaro-. ‘Por esta vez sacrifico la urbanidad a la verdad. Francamente, si yo no valiera más que mi criado, no me serviría él a mi’. Como usted es uno de los siete sabios de Covadonga, doy por bien averiguado que tiene al dedillo aquella ocurrencia de Larra, y me apresuro a declarar que voy antes que usted, en el título del folleto, porque así lo exige el orden cronológico. Fui yo el primero en pegar; y el que da primero, da dos veces...
La disputa con Clarín duró casi toda su vida. La reconciliación fue imposible. Si uno comparaba al asturiano con Larra, iba Bonafoux y contestaba que solo se parecería a Fígaro si se suicidaba, y cuando aquel murió escribió: “Quiero ser el primero en celebrar la muerte de Clarín” (El Heraldo de París, 22.VI.1901). Pero fue la última controversia de El Español. La financiación de los antillanos desapareció en 1887. Bonafoux quedó de nuevo sin un duro. Recopiló sus artículos y los publicó con el título de Literatura de Bonafoux (1888), que se unieron a Ultramarinos (1882) y Mosquetazos de Aramis (1885), donde se pueden leer sus textos de El Español.
No acabó ahí la vida de Bonafoux. Fue quien dio a conocer en España el affaire Dreyfus siendo corresponsal en París de El Heraldo de Madrid. Censuró el papel de la Iglesia en la insurrección de las Filipinas, con unos artículos que luego recogió en Clericanalla (1910), uno de sus veinticinco libros. Fundó, además de El Español, otros tres periódicos que no tuvieron suerte, como él, que murió pobre, en 1918, y hoy está olvidado, a pesar de que su vida fue, como escribió José Nakens: una lucha constante contra todo lo falso, lo convencional, lo ridículo y lo injusto.
*Jorge Vilches es doctor en Ciencias Políticas y Sociología y profesor de Historia de Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la UCM.