Karen Blixen no es Meryl Streep. Fumaba demasiado. Muchos recuerdan sólo su voz envuelta en humo. Parecía un cadáver con turbante, pendientes enormes y bufandas de leopardo. Y el sempiterno cigarro en la mano, y el giro de la muñeca, y la conversación diseñada siempre para impresionar. Su padre se suicidó cuando ella tenía ocho años, enfermo de sífilis, y esa muerte vertebró su vida. En aquella época -la Dinamarca de finales del XIX-, una teoría médica sostenía que la sífilis arrastraba al enfermo a la locura.
"Karen nació en una familia burguesa por parte de madre y heredó de su padre dos cosas fundamentales: una, el amor a una vida sin límites, ya que él había sido cazador en América, había vivido con indios y le había transmitido ese gen aventurero. Y dos, el rechazo a la respetabilidad", cuenta Dominique de Saint Pern. La reputada periodista francesa acaba de presentar una anómala biografía -"una investigación novelada"- de Karen Blixen, la reina de la memoria de África (editorial Circe).
Sólo comía uvas, champán y espárragos. Fue tacaña -hasta consigo misma- sin renunciar a la sofisticación
Blixen se enamoró desde muy pequeña de Hans, su primo segundo; pero la obligaron a casarse con el hermano de éste, Bror. La niña delgada apretaba los puños por debajo de la falda. Ya se le ponía cara de pájaro a punto de largarse. "Fue Bror quien le contagió la sífilis: estuvo en África antes que ella y tuvo relaciones con mujeres masáis, libres, nómadas y enfermas. Él era un portador sano", explica De Saint Pern. Y Karen se convirtió de por vida en una mujer doliente, siempre al borde de la quiebra.
Sólo comía uvas, champán y espárragos. Fue tacaña -hasta consigo misma- sin renunciar a la sofisticación. Caminaba hasta la costa de Dinamarca para entrever -allá atrás, donde el horizonte- la forma vaga de Suecia retándola. Decía a menudo que dios la había abandonado y que tendría que pactar con el diablo. Que él la protegería. "Creció con la necesidad de irse a otra parte y su paz la encontró en África. Fue un flechazo inmediato". Karen Blixen no era Meryl Streep. Era un animal africano.
La hermana leona
Tras sus nupcias con el licencioso Bror, marcharon a Nairobi y se establecieron en una finca a las afueras, donde Karen desarrollaría sus enormes plantaciones de café. "No se parecía en nada al pequeño colón. Los blancos que llegaron a África después de la Primera Guerra Mundial eran gente muy estricta, cerrada y autoritaria. Querían que los nativos se adaptaran a ellos", recuerda la periodista. "Ella se ganó pronto su respeto. Era una cazadora genial, tenía buena puntería, aprendió suajili para integrarse. Se los ganó a base de coraje, de empatía. La llegaron a apodar 'la hermana leona'". Allí abrazó la vida que hubiese querido llevar su padre: la vida al extremo, la vida hiperbólica en lo hermoso y en lo atroz: "África, entre todos los continentes, les va a enseñar a ustedes que Dios y el Diablo son uno", dijo en una ocasión.
Nunca fue una mujercita doblegada a pesar de sus fragilidades: "Estaba liberada. Se encargaba de la granja ella sola con tres mil africanos a su cargo. Además, hizo buenas migas también con la sociedad blanca de allí, porque era muy loca, una pandilla de rebeldes de buena familia absolutamente descontrolados", sonríe la autora. "Vivían en comuna, tomaban mucha cocaína, practicaban sexo todo el día. Era una orgía colectiva".
Entre ellos conoció a su amante, el cazador y aviador Denys Finch Hatton. Sus lazos nunca fueron de amor al uso, de coito al uso, de obsesión al uso. El hombre culto de manos grandes y ojillos aguados era homosexual, libertino e indomable. Amaba a esa felina herida de sífilis, pero estar con ella hubiese sido ir en contra de su naturaleza. "Denys le recordaba a Karen mucho a su padre", reflexiona Dominique.
La sociedad blanca de África vivía en comuna, tomaban mucha cocaína, practicaban sexo todo el día: eran una pandilla de rebeldes de buena familia
El incesto subconsciente sólo podía acabar en muerte, como le hubiera gustado a Freud. Se les quebró la historia cuando la avioneta de Denys se estrelló. "Karen era muy posesiva, extremadamente posesiva, y él era autónomo. Ella contó, más tarde, que en él buscaba una fusión de paralelos. Era una perversión espiritual, la persecución de un ideal".
Maldición sexual
Karen Blinxen no era Meryl Streep porque el hilo conductor de su vida fue la maldición sexual de la sífilis. Porque era flaca y hermosa a su modo, como una bestia alada, veloz, con garras, con rodillas rápidas tal vez, un animal sin forma: buitre, león, elefante soberbio de la sabana. Su personalidad salvaje, su discurso grandilocuente lleno de historias exóticas, su aura extraña ondeando por encima de las culturas, la convertían en una mujer arrolladora de líbido implacable. "Ejercía una fascinación brutal por cualquiera que se acercara a ella. Unos no podían escapar de su control, otros tomaban más distancia porque pensaban que era una especie de demiurgo... y ella se lo creía. Tenía el derecho de intervenir en el destino de la gente".
Por eso, aunque Karen no influyese en la sociedad africana ni lograse girar el pensamiento de la danesa, hizo hendiduras en quienes tenía más cerca. Tejía bien: las relaciones tóxicas eran su especialidad. Puntada a puntada. "Clara Svendsen, por ejemplo, no tenía más de 24 años cuando la conoció y le entregó su vida: no tuvo amores, no tuvo amigas... se dedicó a ser su secretaria, su confidente, su esclava. Estaba deslumbrada por su trayectoria", relata Dominique.
"También hechizó a un poeta durante algo más de 20 años; y a un pobre profesor de universidad que tenía 30 cuando cayó en las garras de Karen. Ella tenía 70. Daba igual, lo enamoró locamente, y ella lo rechazó diciéndole 'Usted no es mi tipo', aunque mantenían cierta amistad intelectual. Hoy tiene 90 años y sigue obsesionado con ella". Hasta el director Orson Welles se quitó el sombrero y se llenó de complejos por Karen. "La admiraba. Tenía tantas ganas de conocerla que viajó de Londres a Copenhague para verla y pasó la noche en un hotel mirando el teléfono, sin atreverse a llamarla, pensando '¿Pero qué puedo aportar yo a esta mujer?'. Volvió a casa sin haberse atrevido. Ella era temperamental, imponía un respeto que se parecía al miedo".
La escritura y las fronteras
Regresó a su país a los 47 años, arruinada. Volvió, como en una pesadilla, a la casa de la que huyó, a la madre de la que huyó, a la sociedad de la que huyó "y que no había evolucionado para nada, mientras ella ya era una gigante". Desde entonces fue un pájaro triste chocando torpemente contra el techo. Un ave rara soñando con África en sus vuelos cortos, en sus lóbrejos viajes nacionales. "Deseaba, al menos, poder irse a Francia, a Londres, a América... quería vivir en otro sitio, pero los problemas de dinero, la enfermedad y la guerra le cerraron cualquier frontera".
Hasta Ernest Hemingway, tras recibir el Nobel, dijo en su discurso de Estocolmo que deberían habérselo dado a Karen
La escritura la salvó, la permitió reinventarse tras la pérdida del paraíso. Siete cuentos góticos, Memorias de África. Como una reconciliación con la vida, como una forma de volver. "Su obra nació sin ninguna influencia y tampoco generó ninguna afiliación. No hay pasado ni futuro en sus libros. Tiene una voz fuerte, singular, bella, no se parece a ninguna otra", opina la experta. "Su nombre se barajó varias veces para el Nobel de Literatura, pero el año que más cerca estuvo se lo llevó Hemingway. ¡Y mira, hasta el propio Ernest dijo en su discurso de Estocolmo que el premio tenía que haber sido para ella!". Otro pez que picó el anzuelo.
Para entender a Karen
Dominique de Saint Pern es una de las arrolladas por su candor desquiciante. "A mí no ha conseguido destrozarme porque no la he conocido ya muy joven", bromea. "Pero he trabajado 5 años en acercarme a su personaje. Fui a Dinamarca, hablé con su familia, leí sus cartas personales, sus archivos... visité sus casas, fui a Kenia, toqué las cosas que le habían pertenecido. Tantas sensaciones me quitaron la idea de hacer una biografía cronológica. Ella merecía algo más visceral, más creativo".
Por eso, como sabía bien que, para el mundo, Karen Blixen era Meryl Streep en Memorias de África (Sydney Pollack, 1985), construyó una pequeña ficción en la que relataba cómo Streep investigaba, para su papel, la presencia de Blixen en el continente. También la mira a través de los ojos de Clara, su rendida admiradora, para escrutar su vida durante el regreso a Europa.
'Soy vieja y como lo que quiero', reprendió una vez al dramaturgo Arthur Miller cuando intentó cuidarla. Nadie le respiraba en la nuca, nadie la corregía
Nadie le respiraba en la nuca a Karen. Nadie podía corregirle los modales, las palabras, la dieta. "Soy vieja y como lo que quiero", reprendió una vez al dramaturgo Arthur Miller cuando intentó cuidarla. La escritora decía conocer la cura para todo. "Agua salada... de una u otra forma: sudor, lágrimas o mar". Blixen era naturaleza. Le crecían raíces de árbol en la cara, muy despacio. La cubrieron de tierra a los 77 en Rungsted, a kilómetros de su amor. Claro que Karen Blixen no era Meryl Streep. Ella tenía una granja en África.