Hay un lector lascivo que manosea las palabras: las muerde, se aprieta contra ellas, las acaricia así, las humedece con la lengua. Es el lector que recita en voz alta, como un loco paseando solo por su casa, porque entiende mejor lo que sabe cómo suena. Y es el mismo lector quisquilloso, el mismo lector rarito, al que le chirría que se hagan canciones con los versos de un poema. Para qué, si ya tenía música, estúpidos, piensa. Si rebosaba cadencia.
Cuando uno lee a Jaime Gil de Biedma comprende que lo que se pronuncia se hace tangible, se vuelve mundano al pasar por la carne del labio. Al recitarle surgen elementos decorativos: una botella de anís chinchón seco, un sótano en Barcelona, un colchón sucio, unos muslos abiertos. “A Jaime se le puede explicar a través de sus palabras; pero no con su imagen, con su escucha”, dice Inés García-Albi, sobrina del autor y comisaria de la exposición En palabras de Gil de Biedma.
Él promovía la lectura en voz alta para coger ritmo, tono. Creía en el hablar en sentido estético, para divertir, para estimular
Esta muestra, que puede verse (“no, oírse”, corrige la responsable) desde hoy en la Biblioteca Nacional de España, es “un viaje sensorial por la poesía de Jaime” y va más allá de una vitrina con libros o una galería de fotos. “Él promovía la lectura en voz alta para coger ritmo, tono. Creía en el hablar en sentido estético, para divertir, para estimular...”, analiza. Poeta oral, buen conversador. “Quise crear esta exposición por los veinticinco años de su muerte”.
Vivir hace ruido
Los sonidos de la vida son también los de la obra. Ahí quedan las carcajadas locas de un minúsculo Jaime mientras leía El Quijote, a los siete años. Ahí los susurros de su familia: “Este niño no es normal”. Más tarde, el runrún de “los bares últimos de la noche, de los chulos, de las floristas”. La llave urgente encajando en la cerradura. El portazo, los muelles. Los demonios pequeños paseando el cerebro. El saco de piedras ése de la homosexualidad, la burguesía, la izquierda -todo a la vez-. Los murmullos en su Nava de la Asunción natal. No, no: un país entero murmurando. El tintineo de las copas en casa del matrimonio Barral. El roce de las telas caras a su vuelta de Oxford. Leer a Auden, Spender, Eliot, como quien canta un manifiesto.
En palabras de Gil de Biedma se divide en diferentes espacios. Minimalistas -modestos- pero de gran contenido. “Hay un núcleo central en el que se escucha a Jaime en una coreografía de palabras y pensamientos”, dice Inés García-Albi. “También repasamos los literatos que le influenciaron. Empezamos con Manrique, y después vienen Cernuda, Espronceda, Baudelaire, Catulo, Guillén...”. Otra parte dedicada a su biografía musical, a la “música que a uno le acompaña durante la vida”: “Ahí introducimos con su poema Elegía y recuerdo de la canción francesa”, evoca.
Se oyen las canciones populares que le cantaba la señora que le cuidaba, los cuplés, la zarzuela, el jazz, el concierto para trompeta de Haydn...
“Se oyen las canciones populares que le cantaba la señora que le cuidaba; los cuplés que le encantaban, como a su padre; la zarzuela; el jazz; el concierto para trompeta de Haydn...”. La sobrina del poeta cuenta que Juan Marsé le dijo que recordaba a Gil de Biedma en el que sería su último verano, enfermo de sida en el jardín, cantando La bien pagá con lágrimas en los ojos. A ella, su tío le explicó que tenía una enfermedad tropical.
La virginidad sólo se pierde una vez
En Jaime Gil de Biedma hay un alivio para los perversos, un consuelo para “los señoritos de nacimiento / por mala conciencia escritores / de poesía social”. Ya él crió la fama, ya saltó a la comba con los límites de la moralidad. Todo lo que podamos hacer será imitación y eso nos tranquiliza. El pecado es la línea que se cruza, como la pérdida de la virginidad para las niñas castas. Una vez hecho el mal, una vez ya en el campo de la vergüenza, qué más da cuántas veces se repita. Gil de Biedma nos dice con su poesía que en la perfidia no hay vuelta atrás: nos ofrece un cigarro, nos invita a acomodarnos. Toda la vida es una de esas noches memorables, como él escribió, “de rara comunión”.
“Si ahora seguimos hablando de Jaime es por su poesía”, aclara García-Albi. “Durante años el foco ha estado más en su vida privada, pero si el nombre sobrevive es por la potencia de su obra”. Aunque dónde acaba una y dónde empieza la otra en la poesía experimental, en la que el autor explica el mundo explicándose a sí mismo. “Por eso era tan coloquial, tan popular… por eso acercó la poesía a tanta gente a la que no le interesaba”. Porque era un poco como todos, porque andaba así, embarrado por la vida. Para dejarlo más claro está Apuntes para una autobiografía, un documental de 20 minutos guionizado y dirigido también por Inés, incluido en la muestra.
El poeta que se seca
El poeta tenía esa ternura de A una dama muy joven, separada; esa curiosidad sexual universitaria de Peeping Tom, esa crueldad de Loca (y al dormir / te apretarás contra mí / como una perra enferma), esa enciclopedia emocional de Pandémica y celeste. Y sobre todo, esa nostalgia cítrica de No volveré a ser joven que le llevó a dejar de escribir. “Ésa es la parte final de la exposición”, relata García-Albi.
Gil de Biedma creía que los poetas mayores no decían más que bobadas, que se estropeaban, que arrastraban hasta el ridículo la imagen que habían tenido
“Cuando explica por qué, al llegar a la madurez, ya no puede, ya no quiere escribir más”. Gil de Biedma creía que los poetas mayores no decían más que bobadas, que se estropeaban, que arrastraban hasta el ridículo la imagen que habían tenido. “He dicho lo que tenía que decir”, aseguró en una ocasión. Después se secó muy rápido, dejando a la España maldita boquiabierta hasta hoy. Un fin de cuento árido, prematuro. Un adiós medio carveriano.
Pero también la vida nos sujeta
porque precisamente
no es como la esperábamos.
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