En diciembre de 1899, la gran comitiva de Buffalo Bill revolucionó Barcelona. Y de entre todos los números que integraban el show del hipódromo de la calle Montaner, que reproducía el imaginario de la conquista del Lejano Oeste, pocos despertaron más admiración que el de una mujer, Annie Oakley, que demostró unas dotes insuperables como tiradora, disparando con su escopeta a su espalda mientras miraba por un espejo, montada en una bicicleta sin manos, apagando velas o agujereando monedas a treinta metros de distancia, o acertando numerosas veces a una carta arrojada al aire antes de que tocara el suelo. Aunque su número estrella lo hacía disparando contra un cigarro que sostenía su marido en su boca (salvo una vez, en la que fue el propio kaiser Guillermo II el que pidió ser sujeto del número).
Por entonces, Oakley, a quien Toro Sentado, con quien había coincidido en uno de los espectáculos de Bill, había bautizado como "Little Sure Shot" (Pequeña Tiro Fijo), era ya una estrella en su país, había actuado ante la mismísima Reina Victoria y, sin haber pisado en su vida el verdadero Oeste, se había convertido en uno de los símbolos de la epopeya norteamericana por antonomasia.
Annie Oakley disparaba con su escopeta a su espalda mientras miraba por un espejo, montada en una bicicleta sin manos, apagando velas o agujereando monedas a treinta metros de distancia
Sin embargo, fue la necesidad la que había hecho de ella una tiradora sin igual. Nacida en 1860 con el nombre de Phoebe Ann Moses como la sexta de siete hermanos de una humilde familia cuáquera de Ohio, la temprana muerte de su padre obligó a su madre a confiar su cuidado a una familia que la trataba con tanta dureza que ella misma los bautizó como "los Lobos". Finalmente, cuando volvió con su madre, que había vuelto a casarse con otro hombre que enseguida la dejaría viuda de nuevo, aprendió a disparar, y lo hizo con tanta pericia que pronto las piezas que cazaba aportaron ingresos suficientes a la familia como para pagar la hipoteca y cancelar las pesadas deudas que mantenían.
Marido y manager
Precisamente fue en un concurso organizado por el dueño del hotel de Cincinatti que le compraba las pieles donde conoció al que luego sería su marido, un tirador de espectáculos de variedades llamado Frank Butler, que quedó subyugado por el hecho de que una chica de quince años le derrotara. Se casaron poco después y comenzaron a girar con un espectáculo propio, pero él pronto comprendió que la verdadera estrella era ella, y decidió pasar a un segundo plano como su manager.
Ambos se unieron a la troupe de Buffalo Bill en 1885, y permanecieron con él durante dieciséis temporadas. Actuaron, entre otros lugares, a los pies de la recién inaugurada torre Eiffel, en la Exposición Universal de París de 1889, y sólo hubo un breve período en el que Oakley (que se desconoce exactamente por qué adoptó ese nombre artístico) abandonó a Bill ante la llegada a la compañía de otra tiradora más joven, Lillian Smith, que sin embargo no logró eclipsarla.
El estilo de Oakley era único: aunque, en las escasas ocasiones en que fallaba, simulaba unos pucheros que inmediatamente eran sucedidos por un certero tiro, y se confeccionaba unas ropas que ceñían muy bien su figura para la época, el estilo de su vestuario era impecablemente conservador. El contraste le garantizaba la rendición incondicional del público, que aplaudía a rabiar cuando finalizaba la actuación bailando una divertida jiga.
Sufragio no, arma sí
Aunque hizo algunas tentativas en el teatro, no repitió sobre las tablas el mismo éxito. En 1901, un accidente de tren que les afectó a ella y a su marido le hizo pensar en la retirada, pero no fue hasta 1913 que hicieron su última actuación, precisamente con Buffalo Bill. Diez años antes, el editor William Randolph Hearst había lanzado el bulo de que había sido pillada robando para comprar cocaína. Oakley batalló contra los 55 periódicos que se hicieron eco de la noticia, que se demostró falsa, y acabó venciéndolos a todos.
En la Primera Guerra Mundial, se ofreció a formar un regimiento femenino de tiradoras, pero nadie en el Ejército se la tomó en serio. Se dedicó entonces a hacer espectáculos para recaudar fondos para la Cruz Roja. Además, se empeñó en enseñar a las mujeres a disparar; aunque contraria al sufragio femenino, tenía claro que "las mujeres deberían tener el derecho de protegerse a sí mismas y de llevar un arma". Aunque hoy en día se discute sobre si cabe considerarla una feminista, lo cierto es que se trataba de una afirmación muy osada para su época.
Aunque contraria al sufragio femenino, tenía claro que las mujeres deberían tener el derecho de protegerse a sí mismas y de llevar un arma
Cuando murió, el 3 de noviembre de 1926, apenas dejó herencia alguna: ella y su marido (que falleció dieciocho días después, tras haberse negado a ingerir alimentos desde la muerte de su esposa) habían dedicado toda su gran fortuna a labores de caridad y de mejora de las condiciones de vida de las mujeres.