En el siglo XVII, nadie prestaba demasiada atención a los insectos. Por entonces, seguía vigente la teoría de Aristóteles de que estos animales surgían de la putrefacción de la materia viva: las larvas, los gusanos y sus mil formas no eran más que una más de las manifestaciones demoníacas del mundo. Y sin embargo, hubo una niña que quedó fascinada por ellos. Se llamaba Maria Sibylla Merian (1647-1717). Había nacido en Frankfurt, hija de un pintor de renombre, Mathäus Merian, quien la dejó muy pronto huérfana. El segundo marido de su madre, el también pintor Jacob Marrel, experto en bodegones y pinturas de flores, la tomó como discípula. No era raro por entonces que una mujer manifestara interés por los motivos vegetales; lo verdaderamente extraordinario fue que se fijara más bien en la minúscula fauna que habita a su alrededor.
Maria Sibylla encontraba realmente fascinante cómo las larvas podían dar lugar a las orugas, éstas a crisálidas, y cómo de ellas acabar surgiendo bellas mariposas. Se planteó, como nadie antes, descubrir el mecanismo de las metamorfosis y acumuló una extensísima información sobre las plantas preferidas por cada especie e incontables detalles que iba anotando cuidadosamente y documentando con sus acuarelas y guaches (por entonces, las normas gremiales no permitían a las mujeres pintar al óleo).
A los dieciocho años se casó con otro pintor, Johann Andreas Graff, con quien tendría dos hijas, pero fue un matrimonio infeliz. Publicó un primer volumen de grabados de flores, pero fue la aparición, en 1679, de su La oruga, maravillosa transformación y extraña alimentación floral, la que despertó la admiración de los principales salones por la belleza de sus ilustraciones.
En 1685 se separó de su marido, del que terminaría divorciándose, y se trasladó a vivir a una comuna pietista luterana en el castillo holandés de Waltha, propiedad del gobernador de Surinam, la colonia holandesa en América. Posteriormente, se trasladó a Amsterdam. En ambos lugares tuvo acceso a colecciones fascinantes de flora y fauna exótica que encendieron su imaginación.
Con 52 años de edad, en 1699, consiguió el permiso para viajar a Surinam junto con su hija pequeña, con el fin de documentar exhaustivamente la vida vegetal y, sobre todo, la de los artrópodos
Con 52 años de edad, en 1699, consiguió algo totalmente inaudito: el permiso para viajar a Surinam junto con su hija pequeña, con el fin de documentar exhaustivamente la vida vegetal y, sobre todo, la de los artrópodos. Fue el primer viaje estrictamente científico de la historia, y para financiarlo vendió toda la obra de que fue capaz, se deshizo de sus bienes, dio clases de dibujo y elaboró ungüentos de todo tipo. El viaje tenía que haber durado cinco años, pero tuvo que interrumpirlo en 1701 al contraer la malaria. Pero aquél fue un tiempo lleno de descubrimientos, en el que los indígenas se sorprendían de ver llegar a aquella mujer a los puntos más inhóspitos de la selva, buscando arañas, mariposas, polillas, caimanes y multitud de seres que, en algunos casos, eran registrados por primera vez.
A su regreso a Holanda, procedió a ordenar el material y, en 1705, publicó la que sería su mayor obra, Metamorfosis de los insectos del Surinam, una exquisita maravilla que, sin embargo, tuvo en un primer momento dificultades de venta por su excesivo precio, lo que llevó a Maria Sibylla a vivir el resto de su vida entre dificultades económicas. Poco antes de su muerte, un enviado de Pedro el Grande se hizo con un buen número de sus trabajos, hoy repartidos por varias instituciones rusas, pero ella nunca llegó a beneficiarse de la venta.
A pesar de la relevancia del trabajo de Maria Sibylla, que hace que pueda ser considerada la primera entomóloga de la historia, durante más de dos siglos apenas nadie la tomó en serio, a pesar de que Goethe llegaría a alabar cómo era capaz de moverse "entre el arte y la ciencia, entre la observación de la naturaleza y la intención artística", y John James Audubon, el autor de la fundacional Pájaros de América, la tomó como modelo.
Tuvo que llegar la última parte del siglo XX para que su nombre volviera a primera línea. El famoso naturalista David Attemborough la reivindicó, y hoy en día su clasificación de las mariposas es ampliamente aceptada. Su ilustración de una araña devorando a un pájaro, ridiculizada por los científicos durante mucho tiempo por considerarla exagerada, es hoy una especie comúnmente conocida como migale. Sus láminas son cotizadísimas piezas de coleccionismo, y su país natal buscó pagar la deuda dedicándole uno de los últimos billetes de 500 marcos y dando su nombre a un buque de pasajeros.
Tampoco le es ajeno el máximo reconocimiento al que puede aspirar un naturalista, y el nombre del lagarto Salvator merianae, de América del Sur, la homenajea. Actualmente puede visitarse la exposición Maria Merian's Butterflies en la Queen's Gallery del londinense palacio de Buckingham, con los fondos reales adquiridos en su momento por Jorge III.