El siglo XIX marcó el comienzo de la época dorada del montañismo. Una disciplina que, inevitablemente, estuvo dominada por los hombres pero en la que, de forma contundente, hubo un puñado de mujeres que lograron hacerse un hueco destacado. Una de ellas, y desde luego de las más visibles, fue la norteamericana Fanny Bullock Workman.
Cuando nació en 1859 en una rica familia con solera de Massachusetts (su padre llegó a ser gobernador del estado), parecía que su destino sería el de cualquier rica heredera de Nueva Inglaterra: tener la mejor formación posible, casarse bien y formar una familia. Pero Bullock no estaba dispuesta a seguir ningún guion preestablecido: cursó estudios superiores y viajó a Europa, como era lo tradicional en la alta sociedad norteamericana, pero a su vuelta trajo consigo la semilla de la aventura.
En 1882 se casó con un hombre doce años mayor que ella, William Hunter Workman, un rico cirujano que la inició en el montañismo (contra lo que era habitual en gran parte de Europa, en Estados Unidos las mujeres no tenían vedado participar en clubs de escalada). Sin embargo, aquello era poco para ellos: cuando los padres de ambos murieron, el matrimonio Workman pasó a manejar una inmensa fortuna, lo que les permitió dar rienda suelta a su gran obsesión.
Al parecer bajo la organización de Fanny, la verdadera locomotora de aquel matrimonio, William, alegando supuestos problemas de salud, abandonó el trabajo, y en 1899, la pareja, junto a su única hija por entonces, Rachel, se instaló en Alemania. Allí nació un segundo hijo, Siegfried, que moriría poco después. El matrimonio comenzó entonces a realizar rutas cada vez más exóticas en bicicleta (algo totalmente excepcional, en un momento en el que aún se discutía si era propio de una dama subirse a un sillín y pedalear). Recorrieron miles de kilómetros en numerosos países, cada vez más lejanos, entre ellos Suiza, Francia, Italia, Argelia, España, Indochina y la India. Publicaron tres libros, escritos por ella y con fotos de él, en los que resumían sus aventuras, equipados con lo justo, durmiendo donde les era posible y siempre acompañados por un látigo para espantar a los perros y un revólver para los posibles ladrones. En muchos casos, y a pesar de que no interactuaban demasiado con los lugareños, Fanny denunció las pésimas condiciones en las que vivía la mujer en los países que visitaban.
Con una resistencia sin igual a las exigencias de la altura, y siempre vestida con falda, logró su mayor hazaña conquistando la cumbre del Pinnacle Peak, de 6.930 metros
Pero finalmente pudo más la montaña que la bicicleta. Tras ser una de las primeras mujeres en ascender el Mont Blanc, se concentraron en un recorrido por la India de dos años y medio que les hizo, entre otras cosas, perderse la boda de su hija, y pulverizar los récords de altura conseguidos por una mujer. Más tarde, llegaron a lugares por entonces poco conocidos, como los glaciares Chogo Lungma, Nun-Kun, Hispar y Siachen en la cordillera del Karakórum, entre 1898 y 1912 (en este último se haría una icónica fotografía sosteniendo un panfleto que pedía el sufragio femenino). Entre medias dieron nombre a varios picos, como el monte Bullock Workman y el Siegfriedhorn, en recuerdo a su hijo.
Con una resistencia sin igual a las exigencias de la altura, y siempre vestida con falda, logró su mayor hazaña conquistando la cumbre del Pinnacle Peak, de 6.930 metros, lo que prontamente anunció como récord femenino absoluto. Pero otra destacada escaladora americana, Annie Peck, se lo disputó, afirmando que ella había subido más alto al conquistar el Huascarán, en los Andes. Workman, una fiera competidora que dominaba además las artes de la propaganda y las relaciones públicas, contrató a un equipo francés para que hiciera medición exacta de la altura de la montaña peruana: el resultado fue que era unos cien metros más pequeña de lo que se creía, así que Workman retuvo el título.
La Primera Guerra Mundial acabó con la aventura de los Workman en el Himalaya. A su vuelta, publicaron varios lujosos libros que, sin embargo, contenían importantes errores cartográficos. Pero eso no impidió que Fanny se convirtiera en una de las primeras mujeres admitidas en la Royal Geographical Society, en integrar los más prestigiosos clubes de alpinismo del momento, y ser la primera norteamericana invitada a impartir una conferencia en La Sorbona. Aunque recibió críticas por su exagerado afán de protagonismo, lo cierto es que se convirtió en uno de los símbolos de la 'Nueva Mujer Americana' que pujaba por aumentar el protagonismo femenino en la esfera pública de aquel país.
Workman murió en 1925 en Cannes, Francia, y repartió una parte importante de su herencia entre cuatro prestigiosas universidades. Fruto de ello es la actual beca que lleva su nombre, y que la Universidad de Bryn Mawr (Pensilvania) destina a estudiantes de doctorado de Arqueología e Historia del Arte, otras de las pasiones de Workman.