Si tiene usted una solvente capacidad económica y es un fan de los mitos literarios (aunque pueda parecer difícil, existen personas que responden a ambas características), podrá permitirse habitar los mismos salones en los que nació el mito literario de Frankenstein, uno de los más importantes de todos los tiempos y que sigue planeando, ominoso, sobre cada nuevo avance que anuncia la ciencia.
Para ello, bastará con que alquile Villa Diodati, la casa a orillas del lago Lemán, en Suiza, donde hace 200 años (concretamente, entre el 16 y el 18, según las versiones), un pasatiempo obligado por el hastío de no poder disfrutar del tiempo veraniego (las cenizas vomitadas por el volcán Tabora, en la actual Indonesia, habían oscurecido el cielo europeo y provocado un acusado descenso de la temperatura) sembró la semilla que, dos años después, fructificaría en la novela gótica Frankenstein o el moderno Prometeo, de la joven Mary Wollstonecraft Godwin, luego Shelley al casarse con el poeta Percy Bysshe Shelley.
Resulta llamativo que, de aquella reunión en la que lord Byron, tras una animada charla sobre los experimentos con los que Luigi Galvani pretendía demostrar que la electricidad era la auténtica "fuerza vital" que animaba los cuerpos, propuso que cada uno escribiese una historia de fantasmas, el único texto que ha logrado atravesar la barrera del tiempo haya sido el de Mary, quien por entonces tenía dieciocho años. Ni el gran Byron ni Shelley, quien ya era señalado como uno de los mayores poetas ingleses del momento, lograron poner en pie una historia (al parecer, Byron dejó comenzada una que luego continuaría su amigo y médico personal John Polidori, también presente en la velada, bajo el título de El vampiro, que más tarde inspiraría a Bram Stoker su Drácula). La otra mujer presente, la hermanastra de Mary, Claire Clermont, quien acabaría siendo la madre de Allegra Byron, tampoco escribió nada.
Capacidad inspiradora
Hay quien dice que la novela de Mary Shelley (publicada en 1818, pero que no conoció un verdadero éxito hasta la edición de 1831, y eso porque una adaptación teatral de la misma sí que había sido un auténtico fenómeno) es más valiosa por su capacidad inspiradora que por los estrictos méritos literarios. Pero, para muchos, eso no es más que la traslación de un prejuicio promovido por la propia Mary, quien vivió totalmente entregada a mantener vivos la memoria y el legado de Shelley, muerto en 1822. De hecho, hasta su fallecimiento en 1851, Mary Shelley llegó a rechazar numerosas peticiones de matrimonio, entre las que al parecer podría haberse contado la de Washington Irving porque, afirmaba, después de haber estado casada con un genio, sólo podría volver a hacerlo con alguien de similar estatura intelectual y artística. Nadie parecía cumplir con tan exigentes estándares.
Mary Shelley afirmaba que, después de haber estado casada con un genio, sólo podría volver a hacerlo con alguien de similar estatura intelectual y artística
Tanto fue así, que Mary llegó a entregar a Percy el manuscrito para que introdujera todos los cambios que considerara necesarios (se sabe que, por ejemplo, el asesinato de la esposa de Victor Frankenstein en la noche de bodas, a manos de la criatura surgida de su laboratorio, fue un episodio sugerido por el poeta). Sin embargo, esa intervención no logró apagar la frescura de una historia que, por primera vez, atribuía a la ciencia la capacidad de hacer realidad el mito fáustico de la creación de vida usurpando los privilegios divinos.
Quizá porque la misma Mary tuvo una relación complicada con el concepto de la maternidad: no sólo arrastró un sentimiento de culpabilidad por el hecho de que su madre, la pensadora radical y feminista Mary Wollstonecraft, muriera al poco de darle a luz; sino también porque tuvo que presenciar la muerte prematura de tres de los cuatro hijos que tuvo con Shelley, además de la del mismo Percy, de Byron, de su hermanastra Fanny Imlay, y de la misma Allegra, a quien cuidó y quiso como una hija propia, lo que la sumía en intermitentes, y profundos, estados depresivos.
Sólo en los últimos tiempos está empezando a ser reconocida por su verdadera valía literaria gracias a la recuperación del resto de su obra y la aparición de las primeras biografías rigurosas
Durante esta semana, se hablará mucho de uno de los mitos fundacionales de la modernidad (por ejemplo, el Espacio Fundación Telefónica ha organizado varios actos, entre ellos la inauguración de la exposición Terror en el laboratorio, que indaga sobre el temor a la ciencia plasmado en seis textos literarios del XIX, encabezados por el Frankenstein). Y sobre todo, se recordará la fascinante figura femenina que está detrás, y que sólo en los últimos tiempos está empezando a ser reconocida por su verdadera valía literaria gracias a la recuperación del resto de su obra y la aparición de las primeras biografías rigurosas. Pero será, por siempre, la que fue capaz de construir una criatura hecha de trozos de cadáveres que llegó a enfrentarse con su creador para espetarle: "Debería ser tu Adán, pero soy tu ángel caído."