Dos jóvenes se besan bajo una farola, como los novios recatados en la madrugada de los pueblos minúsculos. Se sujetan por el cuello, la barbilla, la cintura; nariz con nariz y labio siamés, como si no hubiera un mañana -porque tal vez no lo haya-. Hay algo punk en ese arrebato castizo: ella tiene los iris rojos y las mangas del vestido de chulona manchadas de sangre, luce cicatrices en la cara y un poquito de mala baba. Le ensucia la camisa blanca a su presa y a él no le importa: el amor carnívoro era esto, el mordisco dulce de un muerto viviente. Ya sabía que sólo el dejarse tocar por ella suponía la muerte, y qué más daba: acabaría en la caseta de Survival zombie, maquillándose heridas putrefactas y saliendo también a matar.
Manuela Carmena no es alcaldesa de aferrarse a la tradición: ha abierto la verbena de La Paloma a un público más joven con esta suerte de The Walking Dead. Se ha dejado morder por la efervescencia de las series, por el imaginario adolescente. Por eso las fiestas se inauguraron anoche con una legión de tipos sangrantes paseando por ahí, con los andares aflojados -que acaban en contorsión- de los viejos raperos. Venga bramido, venga mueca, venga encogimiento. Uno ya sabe que por las calles de Madrid -y más, entrada la noche- puede encontrarse a cualquier tipo de personaje demencial y tampoco hay que hacerle palmas, pero ese retrato folclórico era demasiado.
Las barras, las guirnaldas, los farolillos, la fiesta LGTB de calle Calatrava llena de bigotes de Freddie Mercury. Las niñas abrazadas en en las aceras, los vecinos sacando al perro con una mano y con la cerveza en la otra, la cumbia, el flamenco, el reguetón. Y a cada rato, en medio del barullo festivo, unos colegas deshaciéndose a pedazos, dejando coágulos por ahí, abriendo la boca por encima de sus posibilidades y volteando los ojos. Un percal. Una señora le pide al marido que saque el móvil y les haga una foto. El caballero intenta captar sus movimientos, dificultosamente. Es curioso que nadie se ría. Los captan, muy solemnes, con sus teléfonos, y le dan un sorbo lento al vaso. El rollo zombie inquieta.
El chotis duerme al zombie
La Latina vivió una suerte de "demo" -en palabras de Diego de la Concepción, director de World Real Games- de Survival Zombie, con alrededor de 300 jugadores. Un juego de rol en el que ya han participado más de 80.000 personas en España en más de 60 ediciones -en sólo cuatro años-.
Siempre se requiere de una localidad entera: sólo en Getafe, hace poco, fueron más de 3.700. Normalmente dura ocho horas, pero en este caso se quedó en cuatro, porque era un evento adaptado a las fiestas, con un guion personalizado. "Esta vez había que bailar chotis a los zombies para dormirles, han tenido que encontrar claveles y otras pistas más castizas, además del atrezzo, que ha gustado mucho a los que disfrutaban de las fiestas", cuenta Diego.
"Hace unos tres cuartos de hora, un chaval me ha preguntado 'oye, ¿estás bien?'", ríe uno de los actores zombies, con la frente partida por la mitad y acento canario
La gincana arrancó a las diez de la noche en la Plaza de la Cebada y se extendió por todo el barrio: ronda de Toledo, Plaza General Vara de Rey, Plaza Puerta de Moros o Plaza de los Carros. La movida funciona así: sueltan la plaga de zombies por la calle y los jugadores -previamente inscritos e identificados con un pañuelo especial- tienen que superar las pruebas establecidas mientras esquivan a los malos. Si uno lo toca, ya está muerto. Pasa a maquillaje y se convierte en uno de ellos.
"Hace unos tres cuartos de hora, un chaval me ha preguntado 'oye, ¿estás bien?'", ríe uno de los actores zombies, con la frente partida por la mitad y acento canario. "La gente que no sabe que hacemos el evento se suele asustar", reconoce. Su compañero, Eric, lleva el chaleco empapado en sangre y claveles en la solapa. Tiene un pircing en el labio de abajo y el tatuaje "inmortal" escrito en las falanges. "Nos vamos a ir al suelo y todo lo que te dejes, te vamos a morder, te vamos a manchar de sangre, te vamos a pringar. Pero luego creamos una historia: si eres lo suficientemente valiente como para pasarla entera, llegarás hasta el final. ¿Que mueres por el camino? Puede ser", esboza. "Eso sí, nuestro evento es 0,0. No puede jugar nadie que no cumpla este requisito".
Arriba la guerra biológica
Los participantes no ven tan loca la idea de una revolución zombie. "Hombre, es un tema que está ahí", dice uno de los chicos contagiados. "Los experimentos químicos del gobierno... ya se sabe". Silencio. El morbo está en el ambiente, rematado de extrañeza. "Si pasara sería algo como lo que simulamos", repone Eric. "Puede parecer una enfermedad de cuatro tíos chiflados y poco a poco esos cuatro tíos acaban siendo cuatro millones y se hace incontrolable. Y que haya equipos, gente que vaya con ellos y otros que vayan en contra", relata. "Puede pasar, por qué no. La guerra biológica es posible".
Suena I don't care, I love it. Y al segundo, La Macarena. La Paloma es explotar de intensidad. Eric recuerda cuando "en un pueblo de estos cerraditos, de pocos habitantes", al pasar una horda de veinte zombies bajo la ventana, una señora llamó al servicio de emergencias: "Oiga, que ha habido un accidente colectivo, decía", bromea.
Jesús -otro actor zombie, con boina incluida- cuenta que sus compañeros y él han vivido situaciones esperpénticas: "Gente normal, que no está metida en el juego, y que se asusta tanto de vernos por la noche que sale corriendo. Ahora, por ejemplo, estaba persiguiendo a un jugador y un camarero de un bar ha salido corriendo detrás de nosotros porque creía que le quería pegar". El juego tiene también cara desagradable: "Lamentablemente, a algunos de mis compañeros les han intentado agredir en otras ocasiones".
En la caseta de maquillaje, ya con brechas en los mofletes y las ojeras amoratadas, una chica nos cuenta que se enteró del juego por Twitter y que es la primera vez que participa. "Estoy aquí porque iba con mi amiga y, de repente, vinieron zetas. Tres zetas. Salimos corriendo y me tropecé", ríe. "Y bueno, me comió una zeta. Ahora tengo que matar supervivientes". Dicho y hecho. Sale de la carpa transformada. Suena Isabel Pantoja. La noche es larga.