Es uno de los galardones más apetecibles y sin dotación económica. La Gran Cruz de Alfonso X el Sabio fue un invento de Francisco Franco, el 11 de abril de 1939, y el pasado febrero se celebró la última entrega e imposición de uno de los mayores reconocimientos sociales. Mariano Rajoy presidió la gala y dijo que era “un honor” asistir a un acto que reconoce la labor de quienes “con su talento, sus ideas y su entusiasmo engrandecen la historia”. Aquel día, en el Museo Nacional del Prado, se entregaron 17 grandes cruces a 17 personas extraordinarias por su contribución a la sociedad española. Seis de ellas eran mujeres. El resto, hombres.
En nombre de todos habló Plácido Domingo, también premiado. El tenor, además de reñir al ministro de Educación, Cultura y Deporte por haber apartado la música de las escuelas, expresó el honor de recibir una condecoración con el nombre de “uno de nuestros reyes más emblemáticos”, que “atendió” a todas las culturas en su “diversidad”.
Los reconocimientos han seguido otorgándose y los cuatro últimos han aparecido publicados en el BOE hace unos días: a Víctor García de la Concha (ex director del Instituto Cervantes), a Guillermo de la Dehesa (ex presidente del patronato del Museo Reina Sofía), a Miguel Zugaza (ex director del Museo Nacional del Prado) y a Carlos Solchaga (ex ministro de Industria y de Economía con Felipe González y ex vicepresidente del patronato del Museo Reina Sofía). Ni una sola mujer.
A efectos protocolarios, los distinguidos con la Gran Cruz de la orden tienen el tratamiento de “Excelentísimo Señor o Señora”. El ingreso en la orden es a propuesta del ministro de Educación, Cultura y Deporte, el Consejo de Ministros delibera y otorga. Nunca es a petición del interesado, siempre a través de intermediarios (entidades, centros o corporaciones). El ministro es asesorado por un Consejo formado por el Canciller (Subsecretario del Ministerio), ocho vocales designados libremente por el ministro y el Secretario jefe. Este periódico no ha podido tener acceso a la composición de dicho organismo.
No fue hasta 1947, casi diez años después de su aparición, cuando entre los nueve galardonados de aquel año aparece una mujer, por primera vez en la historia del galardón: la escritora cubana Dulce María Loynaz (Premio Cervantes 1992). Al año siguiente, las autoras Cocha Espina y Blanca de los Ríos, entre los 12 reconocidos. En 1988 se reforma la concesión y las normas para adaptarlas a “las condiciones sociales del tiempo presente y a los principios democráticos en que se inspira nuestro ordenamiento jurídico”. Es decir, su adecuación a la democracia, que pasaba, entre otras cosas, por “unificar categorías que comportan una discriminación por razón de sexo, suprimiendo, por ello, las distinciones específicamente femeninas que se vienen otorgando”.
¿Esto cambió la inercia a invisibilizar las aportaciones de las mujeres al progreso de la sociedad española? Basta con revisar la lista de concesiones de la Gran Cruz para confirmar que la adecuación democrática no ha acabado con la desigualdad en la Orden concedida por el Ministerio, y que lejos de paliarla, la ha perpetuado y acentuado, sobre todo, bajo mandato de Rajoy y sus dos ministros de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert e Íñigo Méndez de Vigo. Con ellos, las instituciones culturales siguen priorizando la palabra del hombre.
Es un déficit que tampoco varió durante las dos legislaturas de José Luis Rodríguez Zapatero: de los 48 galardonados que decidió su equipo del ramo, sólo 16 mujeres fueron reconocidas con la banda. Es decir, un 33,3% en siete años (entre 2005 y 2011). Con Mariano Rajoy como presidente las cosas han empeorado: sólo un 28,3% de los reconocidos es mujer. En seis años -un años menos que el PSOE- los galardonados se multiplican y llegan a los 67, pero la cifra no favorece a las mujeres: sólo 19 están entre ellos. En 2016, con la llegada de Méndez de Vigo a la cartera, hay lluvia de premios: 34 menciones, cifra récord en la historia de la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio en un solo año, pero sólo 10 mujeres.
O bien las mujeres no son tan sabias como los hombres para el PP y el PSOE, o bien ni el PP ni el PSOE han encontrado suficientes mujeres sabias a las que premiar. Ni siquiera la demanda social tan evidente en los últimos años ha hecho rectificar la balanza a favor de la igualdad. La brecha de la desigualdad crece con Rajoy, aunque Rodríguez Zapatero tampoco fue capaz de invertirla. Las mujeres no están a la altura entre “quienes con su talento, sus ideas, su entusiasmo y su amor al país contribuyen al engrandecimiento de éste”.
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