El estruendo de las viudas cada vez más cerca, cada vez más oscuras, formando escuadra mortal en vuelo rasante y sin miedo al derribo. Los seis bombarderos Junker alemanes pilotados por soldados del ejército de Franco no tienen quien les ataque. Han partido desde el aeródromo de Sevilla y se acercan a Jaén. El general Queipo de Llano ha dado la orden hora y media después de los bombardeos republicanos en Córdoba, que acaban con la vida de unas 50 personas.
Aquel uno de abril de 1937 a “las viudas” mandadas por Queipo sólo les bastó una pasada para asesinar a más personas que las segadas en Guernica, un mes más tarde, por los pilotos de la Legión Cóndor. En Jaén, las bombas franquistas del escuadrón de la venganza acabaron con la vida de 150 ciudadanos y dejaron 250 heridos. Como represalia, el ejército republicano fusiló a 128 presos. Nadie reclamó a sus muertos ante la brutalidad de las contestaciones de ambas partes.
El historiador Juan Cuevas cuenta en su libro El bombardeo de Jaén que los aviones trimotores aparecieron por detrás de las Peñas de Castro y encararon la ciudad por el sur. Una sola pasada de dos formaciones en cuña de tres aviones cada una. Los acompañaba un grupo de escolta de nueve cazas. Las dos escuadrillas formaron un pasillo aéreo de unos 200 metros de ancho.
El poeta Miguel Hernández no se encuentra en la ciudad ese día, pero su esposa, Josefina Manresa, sí vivió el ataque y lo cuenta en una carta que se conserva en el Instituto de Estudios Giennenses: “En Jaén presencié un bombardeo que me impresionó mucho. Se veían personas que casi se podían salvar. Los familiares a los que les cogió fuera, lloraban desesperados allí en los escombros. Recuerdo a un niño, de unos diez años, muriendo entre una puerta y la pared. Miguel había salido a un pueblo cercano para dos o tres días, y al enterarse del bombardeo en Jaén me telefoneó preguntándome si me había asustado”.
Días más tarde, Miguel Hernández escribe, enfadado con la población, en el diario Frente Sur: “¿Ha despertado Jaén de su modorra incrédula y moruna? Todas sus bocas llaman asesinos, y no se hartan de llamarlos a los que han cometido en su población un acto más de destrucción inútil. Pero yo veo que muchos de esos hombres se conforman con gritar y se previenen contra otro posible bombardeo, yéndose a vivir debajo de los olivos. Esta actitud estática, pasiva, fatalista y torpe exaspera al combatiente más templado”.
Los historiadores coinciden al señalar la acción como una operación de castigo sobre la población civil: no había frente en la ciudad, ni existían objetivos militares y, a pesar de todo, Queipo mandó vaciar las panzas de los bombarderos sobre los jienenses. Simplemente, la Guerra Civil en Jaén fue “un horror inolvidable”. Así lo describe Luis Miguel Sánchez Tostado, el historiador que más ha investigado los trágicos sucesos en la provincia. Ha cifrado el número de víctimas de los dos ejércitos y población civil, en cerca de 6.000 personas.
Enrique Moradiellos recoge en su libro 1936. Los mitos de la Guerra Civil la primera alocución radiofónica de Gonzalo Queipo de Llano en Sevilla, donde da cuenta los motivos de la sublevación militar: “Sevillanos: ¡A las armas! La patria está en peligro y, para salvarla, unos hombres de corazón, unos cuantos generales, hemos asumido la responsabilidad de ponernos al frente del movimiento salvador que triunfa por todas partes. El Ejército de África se apresta a trasladarse a España para tomar parte en la tarea de aplastar a ese gobierno indigno que se había propuesto destruir a España para convertirla en una colonia de Moscú… ¡Sevillanos! La suerte está echada y decidida por nosotros”. El torero Padilla ha recuperado y exaltado con su bandera franquista, ante el público que le aplaudía en la plaza de Villacarrillo, el espíritu de aquella España franquista que llamó a las armas.
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