Viernes Santo, época de procesiones, de recogimiento… y de no comer carne. Los católicos practicantes deben abstenerse de consumirla este día, igual que también lo hacen durante la Cuaresma y el miércoles de ceniza. De hecho, realmente el Viernes Santo se tendría que ayunar, pero al final la tradición ha permitido consumir pescados, verduras y otros alimentos.
La norma responde a un tiempo de preparación para la muerte y resurrección de Jesucristo. Días para la reflexión, la austeridad y también la penitencia. A los creyentes se les pide que sacrifiquen algo de sus vidas acomodadas igual que Jesús dio su vida por ellos. Los antiguos cristianos, de hecho, sólo comían pan y podían beber agua.
Son ocho días los que actualmente se mantienen en la tradición, y se aplica a partir de los 14 años de edad. Una prohibición que antes se mantenía durante todos los miércoles y viernes de año, además de las vísperas de festivos y que viene del Concilio de Nicea, que allá por el año 325 decidió imponer la ayuna a sus seguidores. La norma se fue haciendo más laxa, hasta llegar a la prohibición de no comer carne.
Este periodo de arrepentimiento tiene como finalidad vivir más cerca de Cristo, y se dejó la carne roja como elemento prohibido por estar asociada a las fiestas y celebraciones, ya que para la Iglesia el Viernes Santo no se celebra nada, sino que se recuerda la muerte de Jesús. Muchos argumentarán que semejante norma no está escrita en la Biblia, pero sí que lo expresó el Código de Derecho Canónico de 1983, pero como todas las normas tienen su excepción.
Existe un pequeño pueblo español, que como si fuera la mítica aldea gala de Astérix y Obélix, resiste. Se trata de Meco, pueblo de la Comunidad de Madrid de menos 14.000 habitantes, y único lugar de nuestro país donde el Viernes Santo se puede comer carne sin caer en contradicciones con las normas de la Iglesia Católica.
A 35 kilómetros de la capital, la ciudad se beneficia de una bula papal otorgada por Inocencio VIII a finales del siglo XV y que exime a la localidad de la prohibición de comer carne. La explicación oficial es que esto sucede por la gran distancia de Meco al mar, lo que impedía en aquellos tiempos la llegada de pescado de forma continua y hacía que los ciudadanos tuvieran que ayunar todo el Viernes Santo si querían cumplir con la norma.
Quien consiguió semejante beneficio fue Íñigo López de Mendoza y Quiñones, segundo conde de Tendilla y señor de Meco. Fue él quien solicitó la bula papal, y muchos dicen que la decisión del Vaticano se tomó también como compensación a los servicios que López de Mendoza había prestado a Inocencio VIII y a la Corte Romana, ya que de hecho Meco no es ni siquiera la ciudad española más alejada del mar.
A Íñigo López de Mendoza los éxitos lellegan gracias a los Reyes Católicos, que en 1486 le nombran embajador ante el papa Inocencio VIII. Participa en el tratado de paz entre el Papa y Napoles, en la renovación de la bula favorable a la cruzada de 1482 y logró del papa el reconocimiento de los hijos ilegítimos de su tío el canciller Pedro González de Mendoza. Por todo ello Inocencio no sólo le dio la bula papal para Meco, sino también una espada que se conserva en el Museo Lázaro Galdiano de Madrid.
Una relación que fue la que provocó que Meco sea el único sitio de España donde no es ‘pecado’ comer carne y que hasta dio lugar a una frase hecha, ‘no le valdrá la bula d Meco’, utilizada para decir que alguien no se va a librar de su merecido.