Tote es el hombre que mejor escribe en España sobre las cosas que odia. Odia la idea de dios y a cada uno “de sus supuestos representantes legales”. Odia a los coaches, “entrenadores de la ambición que no permiten que uno nazca, se pudra y se muera por ley natural”. Odia el rap. Algunas veces, al menos. Odia a la gente -por eso ha bautizado a su primer libro con el nombre de Búnker (Blackie Books)-. También se odia a sí mismo. Odia a los artistas obsesionados con permanecer. Odia al psiquiatra que le diagnosticó Trastorno Obsesivo Compulsivo, "al que hubieran sacrificado en la Edad Media por ser un pésimo mensajero portador de malas noticias".
Odia que su padre no esté en estos instantes sentado en su sofá blanco gastado, “comiendo aceitunas y viendo un partido de la ACB con la televisión muteada: no soportaba a los comentaristas”. Odia que “el imbécil de tu padre” siga vivo y el suyo no. Por eso ha escrito esto: un rosario -aunque a él no le gustaría esta palabra, ni metafóricamente- de textos donde activa el ojo de la nuca. Donde planea disparar a todos -empezando por Manuel, por Manolote, por Tote, por Toteking- pero al final les disculpa y, lo que es aún más interesante, acaba salvándose también a sí mismo.
Es un libro-puente. Un libro-expiación. Un libro-terapia, ahora que salen tan caros los psicólogos y nunca creímos en los tarots ni en los curas. Un libro con prólogo de Vila-Matas, que era su autor predilecto hasta que se empezó a intercambiar correos con él -al primero le tenía tanto respeto que tardó un mes en escribirlo, como a una novia platónica-, y ahora ya se tratan de tú y se la pasan comentando lecturas enjundiosas, divertidas, complejas, vitales. Lecturas para masticar la vida, para arrojar algo de luz y de sentido a esta selva. Un libro que arranca en la rabia para continuar arrancando malezas cerebrales y acabar, no en la esperanza -es un concepto muy cursi, muy núbil-, pero sí en la posibilidad. Todo un cable a tierra. Sigue teniendo gracia estar aquí.
La influencia de su padre
Dice el rapero que él es un pesimista divertido. Un “pesimista atlético”, como señalaba Pierre Minet en La derrota. Dice que se siente cómodo escribiendo en prosa, que estaba ya asfixiado por el ritmo de las barras y del instrumental. Dice que ahora es más libre y que ya no está tan enfadado. Búnker, en el fondo, se explica por la muerte prematura de su padre, el cordón umbilical de todo el libro: la gran pregunta que se hace Manuel. Por qué. Por qué. Por qué. “Él fue el responsable de que yo lea. La vista atrás que he hecho ha sido a partir de su muerte. Ahí empecé a hacer balance de qué ha pasado en mi vida, de dónde estoy en la música, empecé a recordar mil cosas… el libro es él. Cuando yo era chico y estaba en mi cuarto, él entraba y decía ‘deja lo que estés haciendo, que te vas a leer esto’. Y yo: ‘Papá, déjame, vete…’. Y él: ‘No, no’. Pero no me imponía, lo hacía con mucho rollo, con gracia, con estilo”, cuenta a este periódico.
“‘¿Que quieres pasta pa’ irte a la calle? Léete el Babelia. ¿Que quieres unas Reebok? Te compro las mejores si te lees Pedro Páramo”, recuerda. “Buscaba siempre maneras inteligentes y estimulantes de llegar a pactos con su hijo y al final, fíjate, me gustaba leer y he acabado escribiendo”, continúa. “Cuando él murió, yo dije ‘no tengo ganas de ver nadie’, y bloqueé a media agenda en Telegram. Decidí no perder más tiempo con gente que no me interesaba o que no me nutre, o con los que quedaba por compromiso. Tenía todo el rato en la cabeza: ‘¿Y si me toca a mí mañana?’”. Fue cosa de sus padres que él nunca diese Religión en el colegio, sino Ética. Era el único niño de su clase que lo hizo. También heredó de su colega el humor negro. El ser un hombre de palabra. El decir las cosas claras, sin tonterías. El poder llevar la cabeza alta. Esa nobleza. Las lealtades feroces.
“Era un ser increíble. Mi familia entera está rota desde entonces. No he tenido miedo a escribir nada… miedo pa’ qué, una vez que me he encontrado ya con esa enfermedad tan hija de puta que te lo quita todo de un día para otro. Se trata de compartir algo”, esboza. Acumuló mucha ira, Tote, desde que su padre enfermó. Escribir esto le ha insuflado aire. Él, acostumbrado siempre a experimentar desapego y hastío por sus propias canciones horas después de parirlas, se siente pleno al ver esta obra encuadernada, cogiendo cuerpo, creciéndole en las manos. “Es lo más importante que he escrito hasta ahora”, dice. Y es verdad: le ha dedicado tiempo, vísceras y ha respetado el texto, que es mucho más de lo que se puede decir del 90% de los libros que hoy escupe el mercado editorial.
Las imbecilidades propias
No es el cuadernillo de un mequetrefe, de un influencer ni de un poeta wannabe: son unas memorias trabajadas, llenas de referencias, que sudan cientos de lecturas anteriores, de imágenes, de anécdotas pequeñas que se convierten en categoría. “A mí no me interesa publicar por publicar, me interesa sólo la literatura, y me parece que para enfrentarte a ella tienes que leer primero. No creo que esos libros a los que te refieres tengan ningún valor literario, son como libros de cocina y no me interesan para nada”, comenta. “También es cierto que fuera de la literatura hay ejemplos en el rap muy curiosos, gente que escribe muchísimo mejor que yo y no lee nunca. Tienen como una intuición… no sé. Juan Solo, por ejemplo, me gusta mucho”.
Hay crítica y autocrítica. A veces, ramalazos de crueldad consigo mismo. “Soy un tío obsesivo y medicado, no es una elección. No es que elija autoflagelarme, es que a veces no puedo combatir la enfermedad de la obsesión”, revela. Hay un momento del libro en el que es especialmente duro hacia adentro. “Mi relación con la estupidez es ambigua, porque me afecta a mí. Como en el capítulo en el que hablo de cuando se puso de moda ser idiota. Yo lo fui, lo soy a veces y sería un ejercicio absurdo no incluirme. Veo imbecilidades ostentosas en el día a día y me las veo a mí”, reconoce. “Joder, a veces soy coqueto con las marcas que llevo o vacilo en una letra para responder a un ataque del rapero de al lao’. Contestas al final tonterías: ‘Mi sala estaba más llena’ o ‘Gano un montón de dinero con el rap’, o ‘Mira cómo voy vestido’”.
Se refiere a cuando sacó Ahora vivo de esto. Lo recuerda como aquella vez en la que usó un lenguaje que avergonzaría a sus padres: el lenguaje de la pasta, el lenguaje que emplean los otros para venirse arriba. “Es un recurso fácil. Te dicen algo y dices ‘soy millonario’. Eso hoy en día lo sigo viendo igual de idiota que cuando yo lo hice en 2008. No es una cosa de las nuevas generaciones, es una cosa nuestra, del ser humano. Casi nadie se libra”.
Del amor, el sexo y la política
Pero la tontería nunca se le subió por demasiado tiempo a la cabeza. Desde que borraba esvásticas en el instituto, lo sabe: “Siempre seré de izquierdas. Esto va más allá de un partido, es una convicción. Mi corazón, mi sentimiento y mi música siempre van a estar ahí. Creo en la política social, creo en ayudar a quienes lo necesitan y creo en los servicios públicos. Eso no va a cambiar jamás”.
Fue un chaval siempre politizado, al lado de su amigo el abogado David Bravo -ex diputado de Podemos-, otro personaje fundamental del libro. “Es una de las personas más importantes que ha pasado por mi vida. Lo conozco desde hace más de 25 años. Siempre está leyendo, siempre se está informando, me trae cosas que se me escapan siempre… muchísimas de mis letras son conversaciones con mi padre y con él. Y además no me engaña nunca. Si algo le parece una mierda, me lo dice. Rara vez se equivoca, porque es un tío brillante”.
Del amor ha aprendido que es más sencillo: que va de estar bien acompañado. Que va de estar a gusto: no había tanto laberinto. Del sexo entendió que no es tan importante y que nunca vuelve a tener el peso vital que gasta cuando tenemos 17. Dice Tote que tiene más ganas de escribir una novela que un disco. Dice que últimamente le ha revuelto mucho leer a Julio Ramón Ribeyro en La tentación del fracaso. Dice que ahora está en paz.
-¿Qué crees que pensaría tu padre si leyera el libro?
-Hubiera sido despiadado. Me habría dicho la verdad: que lo que le gusta, le gusta mucho; y que lo que no le gusta, no le gusta nada. Habría sido despiadado pero con algún chiste de los suyos.