En el nuevo libro de Siri Hustvedt, Los espejismos de la certeza (editado por Seix Barral y Premio Europeo de Ensayo Charles Veillon), la brillante autora recorre la historia de la filosofía y de la ciencia para cuestionar todo lo que creíamos saber sobre la mente y el cuerpo. “¿Se puede afirmar que una mente y la conciencia que la acompaña comienzan al nacer y terminan en la muerte? ¿Dónde se encuentra exactamente la mente en el cuerpo? ¿Es el cerebro el único órgano que piensa o hay otros que de algún modo también lo hacen? ¿Qué es pensar? ¿Por qué algunos científicos contemporáneos están convencidos de que a través de las mentes artificiales se puede vencer a la muerte, no en un paraíso celestial, sino aquí en la tierra?”, plantea la escritora.
En esta obra reflexiona sobre cuestiones como la crianza, la genética, el reto de la inteligencia artificial, la prevalencia de la autoridad masculina, el cómo nos relacionamos con la tecnología o la teoría del apego. “El problema de la mente vs. cuerpo nos ha ido acompañando desde los griegos; es duro y difícil de dilucidar, y todas las asunciones hasta ahora o los presupuestos van en la dirección de que mente y cuerpo con muy diferentes, hasta que llegó un cambio de paradigma que evidenció las limitaciones de esta visión tan neocartesiana. Desde que he escrito este libro se ha visto también que es un modelo empobrecido”, comenta en rueda de prensa Hustvedt.
Ella defiende la duda y la ambigüedad como métodos de conocimiento. “La ciencia sin duda no puede trabajar. La naturaleza del método científico es la duda. Va de comprobar hipótesis. Hay que interrogarse continuamente. Yo creo que la ambigüedad es una zona rica y no pobre, una zona en la que merece la pena estar para no acabar marcando una división nítida y clara entre las cosas. Esa línea es falsa. ¿Qué es lo normal, qué es lo anómalo, dónde está esa división?”, pregunta.
Filosofía y robótica
Aunque cree en los avances de la robótica, por otra parte, piensa que los robots nunca podrán hacer las cosas “como nosotros”. “No han sido capaces de recrear el tipo de inteligencia que tenemos los seres humanos. Nadie puede definir la vida. No creo que se puedan inventar sistemas que piensen, que lloren, que sientan. No”.
Asegura que también entiende que la ciencia y la filosofía van de la mano, porque la segunda lleva a hacerse las preguntas esenciales a las que trata de dar respuesta la primera, muchas veces sin éxito. También ahí está la magia. “Aunque ha habido muchos científicos recelosos de la filosofía, los mejores siempre se dejan influir. Vittorio Tálese, por ejemplo, constantemente lee filosofía. Yo estoy en un grupo informal de filósofos y científicos, con un par de historiadores también: empezamos a reunirnos a partir de la pandemia”, cuenta.
“Dos veces al mes. Hablamos sobre la incertidumbre y cómo la abordamos, cómo abordamos el hecho de no poder mirar hacia un futuro con demasiado sentido. Tiene ramificaciones políticas, claro. Sin un marco filosófico no imagino ni cómo puedes empezar a plantearte las cuestiones importantes”, sostiene. Al respecto de la pandemia, advierte sobre la suerte de tristeza crónica que experimentamos a partir del encierro y la duda: “Iremos viendo pronto los efectos psiquiátricos de todo esto. Va a tener consecuencias. El aislamiento, en la mayoría de los animales sociales, es malísimo. De todos los mamíferos, somos los más sociables, y nos han condenado al encierro. Cómo no va a haber tantos suicidios”, desliza.
Feminismo y biología
¿Qué hay del choque entre cultura y biología? ¿Cómo se entiende que desde el espectro cultural en el feminismo, por ejemplo, rebatamos teorías como las del macho promiscuo y la hembra sumisa o la idea de que las hembras -las mujeres- siempre compiten entre sí por seducir al varón, cuando defendemos la sororidad? “Los eruditos en feminismo hablan de que no sólo hay un feminismo, sino múltiples feminismos. A ciertos feminismos le ha entrado mucha ansiedad por la biología, por la cuestión del cuerpo. Y es cierto que todos nacemos del cuerpo de una mujer, o, mejor dicho, de un cuerpo con genitales femeninos”, relata.
“Eso es necesario para una gestación, para que se forme un cigoto y nazca un ser humano, y creo que el feminismo ha malinterpretado algo: la biología no es algo fijo, no es estática. Es un continuo, una serie de procesos que se mueven constantemente”, señala, en referencia al debate trans. “Eso no significa que si vienes de una especie un sexo se pueda convertir en otro, eso no sucede, sólo en los seres humanos cuando te operas y te haces un cambio de sexo, pero hay que erradicar la idea de que el gen es dictador y de que la biología es un estadio fijo, una entidad dictatorial que crea y decide nuestros rasgos. El gen no es eso: siempre se ve influido no sólo por la célula que rodea el genoma, sino con por las influencias que recibe del organismo en su conjunto”, apunta.
“El feminismo no puede quedarse atrapado en la noción del hombre y la mujer: no son fijas. En el reino animal vemos muchas maneras distintas de gestar a tu prole y distintas maneras de vivir en comunidad. Todo es fluido. Somos muy sociales, tenemos más de siete mil idiomas… es todo muy variable y creciente en la realidad humana”, guiña. “Nunca le he tenido mucho respeto a la teoría evolutiva , me parece un poco absurda. Hay mucha ciencia para refutar la idea darwiniana”.
Bioética
¿Qué opina de la bioética y de los vientres de alquiler? ¿Hasta qué punto podemos jugar a ser dios a la hora de evitarles enfermedades a nuestros vástagos? “Hay preguntas que todavía me dan mucha guerra y sobre las que no sé qué pienso. Como sobre los vientres de alquiler. No sé. No sé. Por eso la bioética es importante, porque son problemas enormemente difíciles”, resopla.
“Pienso en mi hija o en alguno de mis seres queridos que lleven en su vientre un feto deseado que resulta que acarrea un problema… parece que la respuesta automática es hacer lo que uno puede hacer buenamente. Hablo de una realidad privada. Pero esas intervenciones ¿ayudan siempre? No. Hace un año leía que la sabiduría común del feo, a los ocho meses, ya está lista. Y eso es un mito. En realidad los bebés de ocho meses tienen mucho más problemas cardíacos, neurológicos… la naturaleza sabía lo que hacía cuando dijo que el embarazo duraba nueve meses, pero la arrogancia de la profesión médica no la ha escuchado”, sonríe.