“Mira éste”. Y lee: “Triste presentimiento de lo que ha de acontecer”, es uno de los aguafuertes de los Desastres de la guerra, que Goya trazó hace dos siglos. “Cómo puede ser tan actual”; Miquel Barceló hace referencia a las últimas noticias que engordan los periódicos. En la imagen aparece un hombre arrodillado, mirando al cielo, brazos en cruz, sumido en una oscuridad inquietante y vibrante. Estamos en el tenue gabinete de la Calcografía Nacional, donde se exponen las increíbles planchas del pintor aragonés.
El pintor mallorquín tiene que elegir dos estampas para llevarse a casa. Es el reconocimiento por haber sido galardonado con el Premio Nacional de Arte Gráfico. Antes había una dotación económica que ha desaparecido al desaparecer las empresas que apoyaban el singular galardón, que otorga la Academia de Bellas Artes de San Fernando. EL ESPAÑOL acompaña al artista en el momento de elegir entre todas estas joyas, como si fuera sencillo.
Es muy deseable que se critique la Transición. Es que es muy criticable. Hay que revisarlo todo constantemente. Como la Constitución, que debería ser más elástica
Barceló se detiene en la profundidad que Goya consigue en la oscuridad. “Logra dibujar dentro de la oscuridad. Lo hace también en la pintura. Eso es gracias al trabajo de punta seca. El bruñidor lo utiliza para el blanco. Me he fijado mucho en Goya, lo he copiado mucho. También en Rembrandt y Picasso”. Se acerca más, juega con sus gafas. Se reconoce como autodidacta gracias a todo lo que aprendió del pintor. “Me siento muy cercano a la profundidad de sus negros. A mí también me interesa esa intensidad de la materia negra. El negro más negro es el que se consigue con el aguafuerte”. Explica que el grabado es una forma de pintura, aunque suene a frase hecha. Le permite hacer cosas que el óleo y los acrílicos no le permiten.
¿Y si Barceló tuviera que hacer una serie crítica con su sociedad, como los Caprichos? “Lo haría a partir de lo que está ocurriendo estos días, el terrorismo, las guerras, la reforma de la Constitución”. “Goya era un artista político claramente”, dice. “Yo también”. En este paseo por los secretos de Goya, Barceló se muestra a favor de la revisión crítica de la Transición, de la que él fue la imagen con la que se vendió la nueva España democrática en el extranjero. “Es muy deseable que se critique aquel proceso. Es que es muy criticable. Hay que revisarlo todo constantemente. Como la Constitución, debería ser más elástica. Esto de las Tablas de la Ley no funciona. Con la Transición queríamos salir de algo lo antes posible. Ahora tenemos que mirar la mierda que hay debajo de la alfombra”, y lo dice con esa vehemencia contenida tan particular.
Arte político
“El arte no es un proceso decorativo de la política, sino la mano que va palpando la oscuridad, la que se lleva los tajos y alguna caricia. El arte y el artista siempre van a oscuras”, cuenta. “No me siento envejecido, siento que todavía formo parte de algo en evolución”. ¿Sus últimos grabados dedicados al toro también lo son? “Las obras de los toros son políticas, porque me posiciono. Siempre me he posicionado como artista. Los toros me interesan como material pictórico”.
Acabamos el paseo por la pequeña sala y subimos al taller de grabado. La institución quiere enseñarle dónde trabajan. “Huele a taller”, dice por la angosta escalera que desemboca en las habitaciones donde están los tórculos y los colores para las estampaciones. Allí trabaja Javier. Barceló mira la marca de los pigmentos, es la misma que usa él. Pregunta por la litografía, aunque no le interesa tanto como el aguafuerte.
Parece que tiene claro qué dos Caprichos se llevará: la que corresponde al número 42 y al número 64. No serán nueva estampación, porque por motivos de conservación no se utilizan las planchas. Las copias saldrán de la última edición de los Caprichos, la de 1970.
La primera es Tú que no puedes, el aguafuerte en el que aparecen dos hombres cargando burros. “¿Quién no diría que estos caballeros son caballerías?”, aparece en el manuscrito del Prado y en el de la BNE: “Los pobres y las clases útiles de la sociedad, son los que llevan a cuestas a los burros, o cargan con todo el peso de las contribuciones del Estado”.
El movimiento antitaurino es muy cegato. Nunca he conseguido explicar lo que son los toros a alguien que es contrario a ellos
La otra es Buen Viage [sic], otra visión inquietante en la que un ser alado transporta a un dos individuos asustados. En el manuscrito que se conserva en la BNE se aclara la imagen: “Los vicios remontan el vuelo por la región de la ignorancia. Estragados los hombres, caen en el vivió nefando de la sodomía”.
Y todavía queda una tercera estampa, porque el artista ha donado a la institución que dirige Juan Bordes El libro de los ciegos, de 1993, un manual pornográfico hecho en braille para ciegos, trabajado conjuntamente con un fotógrafo invidente. Por esta entrega Barceló ha seleccionado una de las estampas de la Tauromaquia.
Precisamente, con la serie realizada para un libro de José Bergamín, editado en Francia con el título Soledad sonora del toreo, cierra la exposición que la Calcografía Nacional le dedica a su trabajo menos conocido, el del grabado. El artista mallorquín siempre se ha declarado un admirador de las corridas -tiene toros colorados mallorquines- y ve los movimientos antitaurinos, “para abreviar”, “con estupidez”. “El movimiento antitaurino es muy cegato. Nunca he conseguido explicar lo que son los toros a alguien que es contrario a ellos”, señala. Es un trabajo comedido, en el que el protagonista es el toro, proyectado en largas sombras sobre el campo.
El arte gráfico de Barceló es menos ruidoso que su pintura. Sobre el papel la materia pierde frente a la línea y aflora su mano, la tensión más fina. Conserva sus mitos y algunos de sus temas favoritos como los seres marinos y el erotismo.
Atentados en Francia
No hay gorilas, ni cocodrilos, ni esas naturalezas que estallan sin reservas cromáticas. El Miquel Barceló de los grabados es un artista sobrio, sin el subidón alucinatorio de los lienzos. Sin embargo, las texturas de los cuadros parecen intactas, mantiene los volúmenes que se retuercen y se repliegan. Cuando agarra la punta seca, el bruñidor, el aguatinta es más oscuro, tétrico y sombrío, menos luminoso, incluso cuando celebra la tauromaquia.
Han pasado 30 años y Miquel Barceló sigue siendo la quintaesencia del artista Marca España. “Qué le vamos a hacer. Te juro que no es mi intención”, explica a este periódico.
Tampoco están aquellos cerdos que se comen el Corán, que dibujó durante su estancia en Sudán. Hace años tuvo que salir huyendo de su casa en Mali, por lo mismo, atentados. Estaba muy enfadado ya entonces con el fanatismo religioso que París padece estos días. De hecho, los atentados le sorprendieron cerca de su vivienda y taller. “Fue atroz”, apunta. El sábado por la mañana se levantó y fue a trabajar, porque dice que la única forma de responder a los ataques es la normalidad, desactivar a los bárbaros con la indiferencia. Aun así reconoce que por su experiencia africana “son niños matando niños”. La batidora de imágenes que centrifuga la imaginación de Miquel Barceló le recuerda una imagen de Miguel Ángel, en la que los niños matan a sus padres, “algo apocalíptico”. Pero no atina a darle más palabras al horror.
“El grabado no es importante sólo porque repite la imagen. De hecho, eso es lo que menos me interesa. Hubo un momento en el que se justificó la técnica para democratizar el arte, pero se ha visto que no es real: no por hacer más son más accesibles. Lo que es accesible está ahora en internet”, cuenta a EL ESPAÑOL.