Santa Teresa se retuerce. Cierra los ojos, abre la boca, reclina su cabeza, se ha abandonado. Está teniendo un éxtasis y se lo ha provocado Bernini, que consuma en la capilla Cornaro de Santa María de la Victoria, en Roma, la mayor provocación erótica en recinto sagrado. Una deliciosa pequeña muerte barroca, que pone carne a esos versos de la santa: “Hirióme con una flecha/ enarbolada de amor/ y mi alma quedó hecha/ una con su Criador;/ ya yo no quiero otro amor/ pues a mi Dios me he entregado/ y mi Amado es para mí/ y yo soy para mi Amado”. Cuatro siglos después Juan Francisco Casas (La Carolina, Jaén, 1976) mira a sus mayores (Bernini, Caravaggio y Pasolini) y lleva al arte a uno de los orgasmos más provocadores, en la Real Academia de España en Roma.
Dos imágenes enfrentadas: santa Teresa y su hábito junto a una mujer con capucha. Dos primeros planos, todo lo demás ha desaparecido, sólo queda el orgasmo dibujado a boli. Casas juega desde hace una década con la borrachera impúdica que se abre paso desde lo más cotidiano de nuestros actos. Quiere entrar en la intimidad con la llave de lo erótico. La privacidad es un festival del destape.
La última vez el artista mostró 70 mujeres en plena exhibición. Mandaron sus selfies más provocativos al artista, que había lanzado una convocatoria vía redes sociales. Las fotos que las espontáneas modelos enviaron terminaron colgadas de las paredes de la galería Fernando Pradilla, convertidas al arte del boli Bic.
Ahora lleva su hiperrealismo a un orgasmo público y sagrado, para desvelar la hipocresía con la que se trata de esconder las intenciones del arte y del artista. Dice que quiere hablar claro, como lo hicieron Bernini, Caravaggio, Pasolini, Cagnacci o Rafael. Estas referencias romanas se cuelan entre las casi 40 obras de gran tamaño que se podrán ver en la capital italiana, a partir del 15 de enero.
El montaje arranca en un punto absolutamente hedonista; para el cierre guarda la violencia, que termina apoderándose del choque entre los cuerpos. La última pieza es un dibujo de la muerte de Pasolini, de un archivo policial que muestra tal y como se lo encontró la policía en la playa de Ostia. De Eros a Tánatos, del sexo a la muerte en unas pocas imágenes.
Habla con este periódico de la evolución que mantiene y que le coloca en un espacio “más explícito, más descarnado y más violento, mucho menos complaciente”. En sus últimos dibujos hay más drama y carne. “Ya me da igual la autocensura. Quiero jugar con todas las experiencias: no hay límite entre el porno y el arte”, dice horas antes de marcharse a Roma al montaje.
La Beata Ludovica también se retuerce desde hace siglos, tumbada, muriéndose de placer ella sola. Bernini insistió en el mensaje, como procura hacer el artista del boli: qué más da si está hecho con algo tan vulgar al alcance de cualquiera, lo que importa es lo que esconde la evidencia. “¿Dónde está el límite entre lo explícito y lo implícito?”, se pregunta. “A nadie se le escapa que santa Teresa está en pleno orgasmo. Cuando alguien ve un orgasmo femenino hay una mirada voyeur… aunque esté en una iglesia”.
“Yo quiero provocar, pero Caravaggio o Bernini son los mayores provocadores de la historia”, cuenta. Asegura que ha sido censurado por Youtube, Facebook e Instagram, donde suele colgar sus trabajos. Demasiado evidente para una sociedad en pelotas, en la que todo molesta y todo puede ser censurado con el silencio y el menosprecio. Ahora un artista como Caravaggio no iría a la cárcel, simplemente se le haría desaparecer. "Llamar la atención se vuelve en tu contra porque nadie te ve. Es una paradoja”, dice. Marginar rima como nunca. De hecho, Casas dibujó una meada sobre una foto de Pantoja y Julián Muñoz -sencillo, directo, bestia y gamberro contra la corrupción- que pocos medios se atrevieron a reproducir.
Si provocar es buscar una reacción en el público, dice que todo artista lo intenta. “Suele utilizarse arte provocativo para menospreciar las intenciones de la obra, porque estamos creando una sociedad en la que todo molesta y todo puede ser censurado. La susceptibilidad es extrema y lo que es más peligroso aún: la autocensura del artista campa a sus anchas. Esta es una sociedad muy pazguata y mojigata”.
Vuelve a Bernini, esta vez con la deliciosa escultura de Proserpina. Nuevo éxtasis, nuevo orgasmo presa de un abrazo inmortal. Sexo, muerte y provocación, obras de pulsión y un boli que resta importancia a todo lo que toca. ¿O es al revés? Todos esos bolígrafos que usa rebajan la trascendencia de la academia, de lo serio y de la norma. Juan Francisco desvela su vida, sus relaciones, agarra el boli y exhibe su técnica suprema, justo en el momento en el que ha sido olvidada. Un boli tan vulgar como las imágenes, tan íntimo como las escenas, tan espontáneo como la provocación.