Cuando Ellsworth Kelly nació todavía vivía Claude Monet. Pero no fue hasta que cumplió los 26 años cuando el pintor que “cambió el alfabeto pictórico de la historia del arte” vio en vivo la obra del pintor francés. Y el norteamericano se interesó por lo desterrado, por lo olvidado, por aquellos cuadros en los que el padre del impresionismo se adelantó a la abstracción, cuando casi ciego se dedicó a pintar los nenúfares de su jardín en Giverny y sólo producía pura mancha de color, obsesionado por el gesto y el azar.
Aquel anciano de ojos agotados que matizaba el azul en todas sus variantes se encerró en un mundo intransitable para la realidad. “Al verlo, no lo reconocí. Por primera vez vi una pintura. Pensé que el pintor no tenía derecho a pintar de forma tan irreconocible”, escribió Kandinsky de Monet. El pintor ruso reconoció que fue tras contemplar una de estas obras cuando vio por primera ve una pintura. Monet también le abrió los ojos a la abstracción. Entendió que no hacía falta el tema en la pintura.
Eso mismo le pasó a Kelly en 1952, cuando escribió al hijastro de Monet porque quería visitar el taller de Giverny. Fue el primer artista en conocer la última parte de la carrera del maestro francés, 15 lienzos de más de seis metros de largo. Sólo conocía sus pinturas anteriores a 1900. “Del resto apenas había visto una cosa en Zúrich y me sorprendió”, me contó hace cinco años, cuando participó en una de las mejores exposiciones de aquel año: Monet y la abstracción, en el Museo Thyssen y Fundación Caja Madrid. “¡No podía creérmelo! ¿Qué hacían allí esas obras? Me causaron gran impresión. No había visto nunca nada parecido. Composiciones totales, con un óleo muy denso, que representaban agua con nenúfares, sin horizontes”.
Aquella visita a las tripas del Monet menos decimonónico tumbó en la lona a Ellsworth Kelly: encontró la traición más honorable de todas, la de quien abate su propia creación. Una de las actitudes más estimulantes para alguien que pretendía canibalizar a sus predecesores. “¡Monet llegó con 20 años de adelanto!”, dijo en la visita a sus obras durante la exposición.
Regresó a los EEUU de su viaje europeo en 1954, con un corazón nuevo: “El color europeo es diferente al americano. Las pinturas de De Kooning tienen colores muy vivos, pero en Pollock no ves áreas de color claras. Los colores en Rothko aparecen siempre codificados. Pero en París Matisse, Kandinsky, Léger, todos utilizaban el espectro completo de colores”, explicaba. Cuando volvió de París se trajo una concepción diferente del color que el resto ignoraba.
“El expresionismo abstracto era caótico. Monet no lo era”. Al impresionista le faltó el contexto necesario para conectar con su época cuando dejó de serlo. Nadie fue consciente de la importancia de su acierto. Kelly tuvo reconocimiento del mercado, pero no del público. Aunque está representado en las colecciones de todos los museos de arte contemporáneo, el arte abstracto no mueve masas. Sobrevivió gracias a buenos (y escasos) coleccionistas que apoyaron su trabajo.
Kelly montó acoso y derribo contra el expresionismo abstracto, con Jackson Pollock al frente. Se armó contra el grito, el gesto y la supremacía del artista con lo mínimo: la abstracción del color y las formas. Apenas gestos, apenas artista. Silencioso y comedido, el artista invisible hizo la revolución desapareciendo de la obra de arte. Camufló tras el disfraz de la contención todos los siglos de reivindicaciones del genio artístico.
Con la muerte de Ellsworth Kelly acaba una de las líneas más provocadoras e inhibidas de la historia del arte. “Si puedes disfrutar del color y sus relaciones con las formas con eso basta”. Sólo pretendía el placer. En Norteamérica le decían que era demasiado francés, en Francia que demasiado norteamericano. Su trabajo -inspirado en aquel Monet- eran declaraciones hermosas e impersonales.
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