En el sur de Malaui, en la meseta de Zomba, rodeada por montañas, se encuentra la única prisión de máxima seguridad del país. Detrás de las vallas pegadas a la carretera, dentro de los barracones medio derruidos de ladrillo, viven más de 2.000 reclusos en un espacio construido para 340. La mayoría cumple cadena perpetua por delitos de asesinato o robo. Viven hacinados y con condiciones mínimas de salubridad, recluidos en las celdas la mayor parte del tiempo, casi incomunicados con el exterior.
En ese espacio de desolación, la música interrumpe la monotonía de los días. El ala masculina tiene una banda organizada a la que han cedido un espacio con electricidad y algunos instrumentos, donde pueden practicar. En el ala femenina, se improvisan batucadas con bidones vacíos que acompañan el ritmo de las caderas y las voces.
En agosto de 2013, el productor de música Ian Brennan y su mujer, la cineasta y fotógrafa Marilena Delli, se adentraron en la cárcel para grabar un álbum y un documental. En tan solo dos semanas recogieron seis horas de música que han originado el álbum I have no everything in here, nominado a los Grammy para mejor álbum de música del Mundo. “Todavía estoy en shock. Es la primera vez que Malaui tiene una nominación, pero es muy merecida. Estas personas no hacen música por el dinero, ni por la fama, si no que están completamente volcadas con su arte y ese debería ser el verdadero significado de los Grammy”, cuenta Brennan a EL ESPAÑOL.
Está pidiendo perdón, no quiere volver a matar, quiere ser una nueva persona
Las canciones, en Inglés y en Chichewa, el idioma local, hacen un retrato de sus vidas, de las historias que les han llevado a la cárcel. “Trabajamos con ellos en el proceso creativo, en las letras les animamos a hablar de sus circunstancias y de los temas que les son cercanos”, cuenta el productor. “Cuando cantan, entran en contacto con su alma, con sus emociones y simplemente se abren”, añade Marilena Delli.
Condiciones degradantes
Josephine se acerca al micrófono. Cierra los ojos y, con una sonrisa tímida, canta I kill no more. “Está pidiendo perdón, no quiere volver a matar, quiere ser una nueva persona”, recuerda la fotógrafa. En sus letras hay historias de violencia y muerte, pobreza, hambre, retratos de la vida en la cárcel y de su soledad.
Sólo hay 50 mujeres entre los más de 2.000 reclusos. La mayoría de ellos está allí por asesinato y robo, pero también acusados de brujería, homosexualidad o simplemente porque han sido olvidados por el sistema. “Los detenidos son muy pobres y no tienen dinero para pagar a un abogado. Muchas veces pasan cinco, diez años en prisión sin tener un juicio justo”, cuenta la fotógrafa.
Ver a los niños con sus madres es sobrecogedor. Las imágenes te vienen a la cabeza una y otra vez, es imposible olvidarlo
Las condiciones son degradantes. “Están hacinados. Hay tan poco espacio que es difícil encontrar la manera de que todos se puedan tumbar para dormir. Se pelean por los alimentos, que muchas veces apenas llegan para una comida al día. No tienen váteres, sólo un agujero en el suelo. Es muy complicado”, recuerda Brennan. “Para las mujeres es aún peor”, añade Marilena. “Las encierran en sus celdas a las cuatro de la tarde y no pueden salir hasta el día siguiente. Si necesitan ir al baño tienen que apañárselas con una botella vacía. Y luego están los niños”.
Ellos comparten la condena de sus madres hasta que cumplen los cinco años. Viven en su celdas, repartiendo el poco espacio que existe. No hay juguetes, solo un patio polvoriento por donde corretean cuando no les llevan en brazos. “Estar allí es angustioso, es muy difícil de encajar. Ver a los niños con sus madres es sobrecogedor. Las imágenes te vienen a la cabeza una y otra vez, es imposible olvidarlo. Las condiciones son muy, muy difíciles”, recuerda Brennan.
Malaui es uno de los países más pobres del mundo. Según los datos del Banco Mundial, más de un 70% de la población vive con menos de un euro al día. Es también uno de los 10 países del mundo con mayor incidencia del VIH: se estima que más del 10% de su población esté infectada, según Médicos Sin Fronteras. “Es la primera causa de muerte en la cárcel y cuatro de las canciones del álbum hablan de ello”, cuenta Brennan.
Estudio improvisado
Además de productor de música, Brennan es experto en técnicas de prevención de la violencia, con más de 23 años de experiencia en varias organizaciones internacionales. Fue gracias a ello que consiguió adentrarse en las tripas de la cárcel. Después de mucho papeleo, logró la autorización para entrar, a cambio de impartir una serie de clases a los guardias y a los reclusos. “Tuve acceso a casi todas las áreas de la prisión, aunque no en todas nos dejaron rodar, o sacar fotos”, cuenta.
Las grabaciones del álbum se hicieron en el estudio improvisado del ala masculina, al lado de un taller de coches y de una carpintería donde los reclusos trabajan parte del tiempo. “La competición sonora era grande”, recuerda el productor entre risas. “Pero me gusta grabar en el exterior, con condiciones reales, que la vida entre en cada canción. No me gusta la artificialidad del estudio de grabación. La gente se preocupa mucho con los sonidos de fondo pero luego lo escuchas y ni siquiera están allí”.
Las voces masculinas estaban acostumbradas a seguir un líder. “Era un poco agresivo cuando llegamos, quería saber cuál era su papel, pensaba que todo el disco iba a ir centrado en él y tuve que pararle. Fue un momento un poco tenso”. Una vez que cedió su espacio, empezaron a aparecer otras voces, con canciones propias e historias que contar. “Al final, él ni siquiera está en el álbum. No fue intencional, simplemente las canciones de algunos, que nunca habían escrito una antes del proyecto, era algo que les salía tan de dentro, que resultaba más conmovedor”.
Por parte de las mujeres, la resistencia era mayor. Estaban acostumbradas a cantar y a bailar pero no a escribir canciones y se negaban a hacerlo. Hasta que una dio el paso. “Poco tiempo antes de que tuviéramos que irnos, una de ellas se levantó y empezó a cantar. Al rato, muchas hacían cola para cantar también”.
El álbum, que competirá junto a artistas como Gilberto Gil, Angélique Kidjo o Anoushka Shankar, puede escucharse y comprarse online, en la página de Zomba Prison Project. La recaudación conseguida revertirá a favor de los presos. Hasta el momento, su venta ya ha servido para conseguir la liberación de tres mujeres y la revisión de tres casos más. Con la visibilidad del proyecto, Brennan espera poder apoyar a más presos. ”Queremos que se beneficien de lo que consigamos”.
Para el productor, la nominación al Grammy es un reconocimiento inesperado pero justo, y rechaza que tenga que ver simplemente con el aspecto social del tema. “No es una cuestión política, su historia es increíble, pero al final las canciones tienen que sostenerse por sí mismas. De hecho, reto a cualquiera de los nominados a señalar una canción más emocionante que Please don't kill my child. Dudo que la haya. Puede alcanzar su nivel, pero ser mejor, no. Es una canción grandísima, que todo el mundo podría escuchar, una de esas que permanecen”.