Cuando en 1884 el británico Flinders Petrie, con 30 años, descubrió la ciudad que se resistía a sus compañeros arqueólogos halló el centro de confluencia entre dos civilizaciones antagónicas: la griega y la egipcia. Naucratis -literalmente, “la que gobierna barcos”- se encuentra en el Delta del Nilo, el único puerto comercial de Egipto, antes regentado por mercenarios, y entregada por los faraones en el siglo VII a. C. a una confederación de ciudades jónicas (Mileto, Corinto y Egina), que hicieron de la ciudad un hervidero internacional, en el que las diversas comunidades griegas levantaron varios templos. El mayor de todos, el Helenion, desaparecido hasta el momento, jugó un papel de santuario, foro de asambleas y fortaleza al tiempo.
Durante aquella campaña, Petrie desarrolló la estratificación de los restos, innovación determinante en las técnicas arqueológicas. Más de un siglo después, la relevancia de la ciudad colonial ha sufrido un vuelco tras los nuevos descubrimientos del Museo Británico, que opera en la zona desde hace dos décadas, junto con Frank Goddio, presidente del Instituto Europeo de Arqueología Submarina. No pararon de pasar la aspiradora por los fondos marinos ni con la revolución del país en 2011, para montar la primera exposición del Museo Británico en explorar esta disciplina arqueológica. La muestra, centrada en las ciudades de Thonis-Heracleion, Canopus y Naucratis, se inaugurará el próximo mayo (hasta noviembre) y será la cita más relevante de la programación de 2016, con préstamos que rara vez pueden verse fuera de Egipto.
Antes se creía que los barcos se detenían en la costa, en el mar Mediterráneo y descargaban. Ahora podemos asegurar que se adentraban en Egipto
Naucratis no era un sitio de 30 hectáreas como pensaba Petrie, sino de más de 60. “Los restos de los barcos hallados demuestran que el Nilo era navegable hasta este lugar”, ha explicado el comisario de la muestra Ross Thomas al periódico The Guardian. “Naucratis es el Hong-Kong de su época”, en referencia a la ambiciosa red comercial internacional que se tejió en este rincón del planeta. “Antes se creía que los barcos se detenían en la costa, en el mar Mediterráneo y descargaban. Ahora podemos asegurar que se adentraban en Egipto”, añade. Los expertos pintan una ciudad configurada por altas casas, con alturas de tres a seis plantas. “Debemos imaginar un Manhattan de adobe, pobladas de casas altas y grandes santuarios, propio de una ciudad cosmopolita”, ha dicho Thomas, que estima una población de 16.000 personas.
Como buen cruce de caminos, la ciudad era conocida por sus prostitutas de lujo y entre ellas la más destacable, la más poderosa y rica de toda la población, fue Rodopis, esclava (junto con Esopo), prostituta y cortesana, que terminó amasando tal fortuna que la leyenda cuenta que su tumba estaba junto a la cámara principal de la pirámide de Micerino. Rodopis -cara de rosa- se casó con Kháraxos, hermano de Safo de Lesbos, y se separaron, momento en que ella pudo establecer su negocio con libertad puesto que ya se había casado.
La poeta griega utilizó su don para dejar constancia del odio y los celos a Rodopis, a quien llama “oscura perra”:
“Doradas Nereidas
haced que mi hermano
regrese aquí, indemne.
Que todo cuando su alma desea
se realice,
menos este proyecto.
Que sea el goce de sus partidarios
que sea el quebranto de sus adversarios
que no sea para nosotros
motivo de ignominia
y que participemos siempre
de sus honores.
Que olvide mis furores
y las duras palabras de reproche
con las que abatí su deseo,
más duras para mí de pronunciar
que para él oírlas.
Que regrese, y en medio del contento
de sus conciudadanos,
familiares y amigos,
que se olvide de la que nada vale.
Si en verdad desea hallar compañera
haced que ésta, sea digna de su lecho.
¡Y tú, oscura perra!
Consíguete otra presa
arrastrando tu hocico
por la sucia tierra
del bajo Egipto...”
El mundo griego y el egipcio entraron en contacto y Heródoto dio testimonio de la fructífera conexión: “Era el único puerto comercial de Egipto. No había ningún otro. Y si alguien arribaba a otra boca cualquiera del Nilo, debía jurar que no había llegado intencionadamente y, tras el juramento, zarpar con su nave rumbo a la boca Canóbica o bien -en caso de que, por la existencia de vientos contrarios, no pudiera hacerse a la vela- tenía que trasportar su cargamento en baris, atravesando el delta, hasta llegar a Naucratis. Tal era, en suma, la prerrogativa de Naucratis”.
Entre los hallazgos figura la decoración de las naves griegas, dedicadas a un “festival de la embriaguez”. Han encontrado, además, más de 10.000 objetos antiguos en el sitio. La cerámica griega más antigua hallada en Naucratis se remonta al 630 a. C., confirmando el inicio del asentamiento en el reinado de Psamético I. Además del placer, los griegos estaban interesados en el grano, los papiros y los perfumes. Chipriotas y fenicios preferían la plata, el vino y el aceite. De ahí que hayan encontrado ánforas de los siglos V y IV a. C. para las fiestas egipcias relacionadas con la inundación del Nilo, las famosas “fiestas de la embriaguez”. El privilegio de paso lo mantuvo Naucratis hasta la invasión de los persas. Con la fundación de Alejandría, en el año 331 a. C., Alejando Magno entierra en el olvido el lugar de encuentro entre griegos y egipcios.