Mary Richardson era rebelde y menuda. Periodista, socia sufragista, adoradora de arte. Tenía las manos huesudas y vestía abrigos demasiado grandes para su espalda estrecha. Sonreía oscuro -medio infantil, medio perverso-, como una niña jugando con una carilla. Nació en Canadá pero montó la cruzada feminista en Reino Unido a principios del siglo XX dejándose enredar por la carismática Emmeline Pnakhurst, la líder del movimiento Women's Social and Political Union.
El emblema era "Deja de hablar, actúa". Y a partir de ahí, el forcejeo, el evangelio de la paridad, el juego por tener las mismas cartas que ellos. El derecho de voto dormía y las grandes villas y los campos de golf masculinos amanecían ardiendo. Las ventanas del Ministerio del Interior no duraban dos días puestas. Los bolsos y los paraguas fueron considerados objetos peligrosos a la entrada de los establecimientos.
Richardson entró un miércoles en la National Gallery, rompió el cristal con su pequeña hacha y acuchilló La Venus del espejo siete veces
Emily Davison, una de las compañeras, saltó en las carreras de Epsom Derby delante del caballo del rey. Murió ese mismo día. Mary Richardson, que la había acompañado a la incursión, fue golpeada y perseguida por una turba de gente, pero logró huir y esconderse en la estación de tren. La militancia ya no era una broma. Un día como hoy, un 10 de marzo de 1914, Richardson entró en la National Gallery confundiéndose entre la gente. El museo estaba lleno. Era miércoles y el pase era gratuito.
Esperó a la hora del almuerzo, se acercó al cristal que cubría La Venus del espejo de Velázquez, lo rompió con su pequeña hacha y acuchilló la pintura siete veces. El cuadro representaba a la diosa desnuda tumbada sobre una cama, apoyada sobre un codo, con la vertiginosa cadera en alto. Su rostro se refleja en un espejo que le sostiene su hijo Cupido.
Hipocresía política
Velázquez trató lo mitológico desde el trazo cotidiano -no hay tanta diferencia entre esa diosa y una mujer mundana-, pero jugó a las perspectivas: según la inclinación del marco del espejo, éste debería reflejar el sexo impúdico de Venus. No su rostro. ¿Por qué Mary Richardson eligió esta imagen? ¿Fue un acto azaroso, bruto, consecuencia de la rabia? ¿Fue ese cuadro como podía haber sido otro? No. Tuvo una razón de ser, incluso un saber pictórico de fondo. Acuchilló a la Venus como respuesta al encarcelamiento -y a la alimentación forzosa, porque además estaba en huelga de hambre- de su líder Emily Pankhurst.
"He intentado destrozar la pintura de la mujer más bella del pasado mitológico como protesta contra los actos de gobierno que están destrozando a la persona más bella de la historia moderna, Mrs Pankhurst", alegó en su detención. "La justicia puede ser un elemento que posea tanta belleza como el color o la línea en el lienzo. Mrs Pankhurst tan sólo busca justicia para las mujeres y está siendo lentamente asesinada por unos políticos iscariotes. La destrucción de esta imagen sólo pone en evidencia lo que ellos están haciendo, además del embaucamiento moral y la hipocresía política".
Aquí su ojo por ojo. ¿Que ustedes vulneran la justicia, la belleza de las ideas? Yo haré lo propio con la representación terrestre de la hermosura. Fue condenada a seis meses de prisión -lo máximo que permitía la legislación por ese tipo de actos vandálicos- y se ordenó el cierre cautelar de los museos de la ciudad durante unos días.
Mary, la navajera
La apodaron Mary, la navajera -como la protagonista prematura de una película quinqui- y los diarios describieron el ataque al cuadro como si hubiese sido a una mujer de carne y hueso. Para The Times, la Venus era "la víctima", los cortes eran considerados "heridas crueles", y, en resumidas cuentas, aquello era "un asesinato por la espalda". Richardson había conseguido trascender, ofender a la sociedad en diferentes capas. Y era curioso, a la vez, que La Venus magullada se mantuviese impertérrita, cómoda, eterna epicúrea mirando a su cuadro.
Tras estas declaraciones, nada hacía pensar que la agresión al cuadro hubiese tenido nada que ver con su desnudez -o con una presunta cosificación de la mujer-, sino con la belleza de la Venus. Pero Richardson confesó, en una entrevista de 1952, que no le gustaba "cómo los hombres la miraban todo el día en la galería". En el fondo -a su pesar- también quería rebajar la sexualidad que desprendía la imagen, o, más bien, la perversión de los ojos que la devoraban. El cuadro fue restaurado. La lucha siguió.
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