"Dolce & Gabbana lanza una colección de hiyabs", reza la viñeta. Muestra a dos mujeres musulmanas preocupadas por las últimas tendencias -quizá sean la misma y supongan un antes y un después-: gafas, pulseras, largo vestido verde, bolso colgando aburridamente de la muñeca. Y, por supuesto, velo. La polémica surge porque Plantu -humorista gráfico de Le Monde durante 43 años y presidente de la Asociación de Dibujos por la Paz- le ha colocado a una de ellas una cadena-bomba a modo de último grito. También plantea, irónico, la pregunta: "¿Para cuándo un cinturón explosivo?" Al lado, sólo como un pequeño espectro, una mujer con el cabello suelto llora.
Esta viñeta del Forges español surge como reacción a las colecciones de moda musulmana que están presentando diferentes empresas: la japonesa Uniqlo -con la comercialización de hiyabs que cubren la cabeza y el pecho-, la británica Marks&Spencer -que vende 'burkinis', un traje de baño especialmente diseñado para mujeres musulmanas que sólo deja al descubierto parte de la cara, las manos y los pies-, la casa italiana Dolce&Gabbana -con sus largas faldas de corte musulmán- y, por último, la firma H&M, que acaba de lanzar una campaña publicitaria llamada "No hay reglas en la moda" con fotografías de modelos luciendo velos.
Interés lucrativo sin responsabilidad social
El gobierno francés no se lo ha tomado nada bien. Ha rechazado frontalmente la idea y ha argumentado que, promoviendo esta forma de vestir, "se incita a un control social sobre el cuerpo de las mujeres". Laurence Rossignol, ministra a cargo de los Derechos de las Mujeres en Francia, declaró ayer miércoles a la emisora RMC que su papel "es ayudar a esas mujeres que quieren resistir a la influencia salaafista en algunos barrios" y que "no se puede disociar la ropa y el modo de vida". Rossignol ha criticado también la "poca responsabilidad social" de las marcas implicadas, ha señalado su "interés lucrativo" y ha recordado que "están promocionando ese encierro del cuerpo de las mujeres".
El sociólogo de la moda Frédéric Monneyron declaró en La Parisiene que estas firmas se interesan por el mercado de Oriente Medio desde hace mucho, al menos desde los años setenta, y que han ido adaptando levemente sus colecciones. La cuestión es que ahora diseñan más allá de ligeras influencias: trabajan de forma directa y especializada en vestimentas musulmanas y confían en que este mercado alcance unos 450.000 euros en 2019.
Como contrapeso a las corrientes de opinión, Twitter: una avalancha de usuarios se ha lanzado al cuello del dibujante recriminándole que haya vinculado vestimentas musulmanas y terrorismo. "¿Qué quiere decir Plantu, que las mujeres islámicas son potenciales atacantes suicidas?", pregunta un lector. "¿La libertad de expresión está verdaderamente obligada a ser sinónimo de islamofobia en 2016?", sugiere otro. Una chica musulmana enlaza la viñeta desde su twitter y asegura -respecto a las declaraciones del gobierno francés-, que "después de Laurence Rossignol, me planteo quitarme mi velo. Está claro que me compararán con una terrorista...". Unos últimos lo tildan de racista. Plantu resume su alegato en una frase: "Quiero defender la imagen de la mujer".
No es la única viñeta polémica publicada en su blog. Otra -reiterada en su cuenta de Twitter, sin dejarse apocar por los comentarios-, retrata una pasarela en la que desfila una mujer a la que sólo se le ven los pechos. Lleva los brazos, las piernas y la cabeza cercadas con bolsas de basura. Los flashes no cesan. Una diseñadora observa la escena y comenta: "¡Nosotros reciclamos sacos de plástico! ¡Hasta una idea con la que hacer márketing!". Este dibujo responde a la actitud "lucrativa" -en palabras de la ministra- de las firmas que apoyan vestir también a la mujer musulmana.
Plantu está cosido a la controversia. En 2013 fue increpado -también por los usuarios de las redes sociales- por crear un paralelismo entre un miembro de la CGT [Confederación General del Trabajo y un islamista.
En julio del mismo año, tras los incidentes raciales que sacudieron la ciudad de Trappes -un suburbio a 30 km al oeste de París habitado casi en exclusiva por inmigrantes musulmanes-, el humorista gráfico también se manifestó a fuerza de tinta. De nuevo su aportación fue mal recibida y tildada de "estigmatizante": el marido avisaba a su esposa -que vestía un niqab- de que eso les causaría problemas, y, además, lo hacía con formas violentas, agarrándola del hombro, extendiendo un dedo acusador hacia el policía y empujando el carrito donde iba su hija.