“La cuestión no tiene nada de alarmante”. Hace 84 años el administrador del Patronato del Monasterio de El Escorial templaba como podía: la Dirección General de Bellas Artes de la República daba luz verde a la marcha de las joyas de la corona al Museo del Prado, donde debían ser restauradas con urgencia dado su delicado estado de conservación. José Hernando, responsable de la gestión de la institución embrionaria de Patrimonio Nacional, trataba de restar importancia ante los medios de comunicación a un asunto que había encrespado a la población de la localidad de la sierra madrileña.
El concejal delegado de la oficina de turismo del Escorial no fue tan comedido y cargó sin pudor en el diario Ahora, en diciembre de 1932, contra la medida. Reconocía sentirse “muy indignado”. “El día menos pensado nos piden prestado el Monasterio para exhibirlo en una exposición. Hay que oponerse a estos planes descabellados. ¿Es que no hay aquí un soberbio estudio que cuenta con todos los adelantos en materia de restauración? ¿No tenemos restaurador?”, se preguntaba Del Moral.
Los cuatro cuadros reclamados -El jardín de las delicias, del Bosco (1500) y La mesa de los siete pecados capitales, también del Bosco; El descendimiento de la cruz, de Roger Van der Weyden (1435) y El lavatorio, de Tintoretto (1548)- no habían salido nunca del Monasterio y los vecinos reaccionaron contra la amenaza de una marcha sin regreso. Francisco Sánchez Cantón, director del Museo del Prado, inició en octubre del año mencionado los trámites para restaurar las obras. Tres meses después de concederlo, el permiso llegaba a la prensa.
Protesta unánime
“Es un error que salgan los cuadros, primero, porque supone en ellos un deterioro lamentable al ser trasladados en camionetas, y con el tiempo de lluvia que está haciendo, es acabar con los cuadros, y segundo, porque nada más lógico ni más justo que el que sean restaurados aquí. Bastantes se han llevado ya. La protesta va a ser unánime: la patronal, la prensa local, el Ayuntamiento y el público”, añadió.
El administrador del Patronato del Monasterio recibió las órdenes del traslado y explicó a la prensa que las obras volverían… “Yo creo que sí. Por lo menos me permito afirmar que si yo no estuviera aquí, provisionalmente, volverían, no cabe duda. Los cuadros se llevarán al Museo del Prado por tandas y, una vez restaurados, se expondrán durante una semana y luego volverán a su sitio en el Monasterio. La cuestión no tiene nada de alarmante”, contaba Hernando.
Tras la publicación de la noticia, el director del Museo del Prado escribe una carta al administrador del Patronato del Monasterio para comunicarle la renuncia a que los cuadros se muevan. “Necesitan urgente restauración, pero en vista de la infundada excitación provocada en aquella localidad contra su salida, estimo procedente la suspensión del viaje”. Aprovecha la carta para aclarar que en El Escorial se carece de material adecuado para la restauración oportuna. Además, aclara que su restaurador no puede abandonar El Prado porque es el responsable del taller y desmontaría el servicio de restauración del museo.
Falsas promesas
Un mes más tarde, tal y como ha podido saber EL ESPAÑOL, el Monasterio recibe nuevas órdenes “de la Superioridad”. El 14 de enero de 1933, a las doce de la mañana, llega al Museo y entrega los dos cuadros de El Bosco: El jardín de las Delicias y El carro del heno. El director del Museo del Prado escribe que los cuadros se restaurarán y se mostrarán dos meses en las salas del museo. Promete que una vez pasado este período “serán devueltos”. Más de ocho décadas después los cuadros siguen sin regresar a su lugar de origen.
Con las pinturas en el museo, el director de El Prado empieza a dar largas. Sánchez Cantón informa al Monasterio que todavía no se han restaurado las obras y que, por tanto, tampoco se han expuesto, así que toca esperar. Ha pasado un año y medio desde su llegada al taller de restauración. “Los dos se han salvado de la inminente ruina que les amenazaba: pero El carro del heno sólo tiene completamente restauradas las dos portezuelas y muy avanzada la de la tabla central. El que se llama de Las delicias terrestres, que se hallaba en peor estado de conservación, tiene ya engatillada la parte central y sentado todo el color, pero en todo él falta la delicada operación de levantar las restauraciones antiguas, cubrir desconchados, etc”.
Dice Sánchez Cantón que no han podido acabar el trabajo porque no tienen a nadie que se dedique a ellos exclusivamente. Los restauradores del museo andan atareados con otros encargos urgentes de la pinacoteca. “Tardará algún tiempo en estar terminado [El jardín de las Delicias]. Bastante más que el otro”, asegura. Estalla la guerra civil, acaba y los cuadros no se han movido de su nuevo alojamiento.
¿Ha llegado la paz?
Con la inauguración en el Museo del Prado el próximo lunes de la gran exposición dedicada a El Bosco parece ponerse fin a una guerra que no se ha resuelto. En la muestra temporal más importante del año, el museo mostrará El jardín de las Delicias, La mesa de los pecados capitales y El carro del heno, la única obra que volvió al Monasterio. A pesar de que el pasado 16 de diciembre, ambas instituciones estrecharon sus manos para firmar la paz, no es más que la relación cordial entre sus actuales gobernantes: José Pedro Pérez Llorca, presidente del Patronato de El Prado, y Alfredo Pérez de Armiñán, presidente de Patrimonio Nacional.
Sin embargo, la Ley de Patrimonio Nacional no ha sido modificada y fuentes cercanas al acuerdo aseguran que son cambios en el convenio, “y eso no es más que literatura, seguirán teniendo que renovar cada dos años el préstamo temporal”. A pesar de ello, el comunicado de Patrimonio Nacional se muestra eufórico: “Según este acuerdo, definitivamente se quedan en El Prado las cuatro que obras provenientes del Real Monasterio del Escorial se depositaron en dicho museo en 1936, lo que fue confirmado por el correspondiente decreto y acta de 1943”.
Palabra de Franco
Este decreto al que se refieren las instituciones, curiosamente, es un dictamen de Francisco Franco. El dictador dictaminó que “la instalación en el Museo del Prado ha mostrado la conveniencia de que continúen en aquel, aún sin carácter definitivo, para que puedan ser mejor conocidos dentro del conjunto armónico ofrecido por nuestras valiosas colecciones allí reunidas”. Es decir, dos instituciones democráticas apoyan la legitimidad de sus decisiones en un fallo franquista.
Antes de que la pelea volviera a desatarse en 2014, en 1963 Patrimonio Nacional lo volvió a intentar. El director del Museo del Prado justifica así su permanencia: “No puede ocultar el Patronato otra consideración: pinturas del valor e interés universal como las cuatro enumeradas, no pueden ser admiradas y estudiadas en la visita, necesariamente rápida y dirigida, como es obligada en el enorme monasterio. Historiadores del arte, críticos y artistas nacionales y extranjeros, habrán de echar de menos las facilidades que se logran en un museo. Por todo lo expuesto, el patronato ruega que el depósito se mantenga, en beneficio de las cuatro joyas reclamadas y del interés general”.
Por supuesto, aluden a los peligros que acarrea la colocación de los cuadros en el Monasterio, “donde el frío y la humedad los perjudican, en especial a las tablas”. De hecho, recordó que El jardín de las Delicias se encontraba en un estado deplorable cuando llegaron al museo, dañada en el color y en el encaje de las tablas.