“Dios”, como Jacqueline llamaba a veces a su marido, aparece en once de las trece fotos expuestas en la sala neoclásica del Museo Picasso de Barcelona. En unas está solo y en otras, con el poeta Jaume Sabartés, el editor Gustavo Gili o el galerista Joan Gaspar en Niza, Provenza o Mougins. Salen también sus canes, Perro y Lump. Ésa era, según el biógrafo más prolífico del pintor, John Richardson, la corte mínima que precisaba Picasso para crear y desplegar sus encantos: un perro, un poeta y una mujer. En estas fotos, la chica es quien dispara.
Jacqueline donó 41 cerámicas al Museo Picasso de Barcelona una tarde de 1982. Fue tras la inauguración de Picasso, ceramista, donde se exponía por primera vez una muestra generosa de lo que el malagueño sabía hacer con el barro. Al primer edil de la ciudad, Narcís Serra, casi le da un pasmo cuando la viuda del pintor, esquiva y desdeñosa con los periodistas, accedió a darse un baño de flashes y anunció algo que nadie sabía ni esperaba: “Señor alcalde, mis cerámicas son suyas”.
El museo se agarra a esa donación y al 30 aniversario de su muerte para homenajearla y convertirla, por primera vez, en protagonista de una de sus exposiciones. Lo hace mostrando otras facetas de la última esposa del artista malagueño: la de fotógrafa y mecenas. Algunas de las lozas donadas, fotos, documentos y notas personales pueden verse en una muestra que estará abierta hasta el 4 de septiembre y en la que han colaborado el Centre George Pompidou de París y la Fondation Gianadda de Martigny de Suiza.
“Monseñor”
A la mujer que llamaba “Monseñor” a Picasso sin atisbo de chanza, le gustaba hacer fotos pero no era fotógrafa. Sus instantáneas tienen cierto valor documental, no artístico. Todas están fechadas entre 1955 y 1958, años en los que Jacqueline se apellidaba Roque y fue, amante y novia de Pablo Ruiz Picasso. Sólo hay retratos de esos tres años, ninguna imagen tomada años más tarde que permitan medir cómo asimiló, si lo hizo, las lecciones que recibió del fotoperiodista David Douglas Duncan.
Las tomas están encuadradas, son nítidas y se adivina en ellas un estilo. Pero no una artista. Jacqueline tampoco fue una de esas esposas que ejerce de asistente o secretaria. Su salud era demasiado frágil para atender al huracán vital y creador que fue Picasso. Aún así, en las notas personales que hay en la exposición, se puede ver como ejerce de portavoz y transmite deseos o felicitaciones de su marido a su amigos. Lo hace en una mezcla de francés y español y no usa comas, ni puntos, tampoco tildes.
Fragilidad y suicidio
Ente la muestra hay un autorretrato. Se lo hizo Jacqueline frente al espejo y en él se ve un cuerpo veinteañero y robusto, una blusa amplia y blanca y un conato de sonrisa en medio de la cara de Madame Z. Así conocían los amigos de Picasso a Jacqueline mientras él estuvo casado con Olga Khokhlova.
De la mujer del autorretrato no queda nada en las fotos de la muestra que otros le tomaron siendo ya viuda. En esas instantáneas hechas por otros, como Eduard Olivella, en sus vistas a Barcelona para inaugurar muestras o hacer gestiones con el museo no queda carne, ni sonrisa y los trajes son relamidos, como elegantes y oscuras camisas de fuerza. Sólo cuatro años después de donar por sorpresa las cerámicas a Barcelona, Jacqueline se pegó un tiro.
Pepita Dupont, periodista de Paris Match y amiga, la biografió tras su muerte en La verdad sobre Jacqueline y Pablo Picasso (Elba). Intentó limpiar la imagen de mala madrastra o mujer interesada que habían hecho los hijos del pintor y Françoise Gilot, ex pareja. Dupont no oculta el alcoholismo de Jacqueline ni su fragilidad emocional y suaviza la crueldad que otros biógrafos atribuyen a Picasso. Richardson es uno de ellos. Admirador de él y amigo de ella, no duda en describir como “embarazosas” muchas de las cosas que ella hacía para complacer a su marido.
El amor como sacrificio
Richardson explica que Picasso solía agradecer, resarcir o castigar con sus dibujos. A Christian Dior le regaló uno por haberle cosido a Jacqueline un hermoso vestido rojo. Al coleccionista y poeta Roland Penrose le trazó uno ex profeso por haberlo hecho esperar más de una hora bajo la lluvia antes de recibirlo en su casa. A su última mujer le hizo más de 400 retratos. “Mediante el ajuste de su imagen, podía humillar a Jacqueline o ponerla a prueba, mostrarle su amor o su ira”, explicó el historiador en Vanity Fair.
Todo esos ataques, mimos, crueldades, charlotadas o delirios los considera Richardson “pruebas” que el pintor ponía a quienes le rodeaban. Y Jacqueline las pasó con nota. “Era la mujer perfecta para él por ser extremadamente sumisa.” La mujer cuya generosidad se recuerda hoy en Barcelona entendía su relación como un sacrificio que debía hacer por “el Maestro”, otro apelativo que empleaba para hablar de su marido. Y así se lo explicó a Dupont: “No se le puede hacer sombra al sol”.