El 25 y el 26 de junio de 1876, los nativos norteamericanos conocieron su última gran victoria en Little Bighorn (Montana). Diez años antes, Nube Roja había infligido al ejército estadounidense una brutal derrota que, significativamente, pasaría a ser conocida como la "masacre de Fetterman". Como resultado de ella, los blancos se habían retirado de la zona del río Powder, considerada sagrada por los siux. Pero la presión demográfica y el avance del ferrocarril había terminado encerrando a los indios en zonas controladas conocidas como "reservas".
Una década después, la situación había vuelto a ser insostenible. En 1874, las tropas comandadas por el teniente coronel George Armstrong Custer habían descubierto oro en las Black Hills. El aluvión de buscadores que acudió a la zona causó indignación entre los siux, y su carismático jefe Toro Sentado afirmó haber tenido una visión de uniformes azules que caían ensangrentados al suelo. No necesitó mucho más el líder de los oglala Caballo Loco, que ya había sido lugarteniente de Nube Roja, para forjar de nuevo una poderosa alianza de tribus que desobedeció el ultimátum del Gobierno estadounidense que les exigía volver a las reservas antes del 31 de enero de 1876.
El presidente Ulysses S. Grant se vio obligado a tomar medidas: ese año, Estados Unidos vivió una de las elecciones más reñidas de su historia, y solucionar de una vez por todas el "problema indio" era algo de un incalculable valor propagandístico. Por eso, Washington intentó por todos los medios evitar que Custer siguiera al frente del emblemático Séptimo de Caballería: Custer, enormemente popular, planeaba presentarse como candidato por el partido demócrata, y había llegado a testificar ante el Senado por un escándalo que involucraba al secretario de Guerra y al hermano de Grant en el cobro indebido de comisiones por la adjudicación de licencias de comercio.
Apresurado ignorante
Quizá fueran las prisas por acudir a la convención demócrata blandiendo el mérito de la previsible victoria lo que llevó a Custer, que ya arrastraba cierta fama desde la Guerra de Secesión de indisciplinado e imprevisible, a desobedecer las órdenes y apresurar el encuentro con las fuerzas indias, que los informes oficiales estimaban en 800.
Estaba convencido de que con sus poco más de 600 hombres no tendría problema en vencerles rápidamente, incluso aunque los siux fueran más. Para cuando vio la enorme fuerza a la que se enfrentaba (según algunas fuentes, posiblemente los indios habían logrado convocar a cerca de 9.000 hombres), ya era demasiado tarde.
Ese exceso de confianza llevó a Custer, además, a cometer otros dos graves errores estratégicos: por un lado, no esperó a que llegaran las modernas ametralladoras Gatling, capaces de hacer 200 disparos por minuto, pero que inevitablemente habrían ralentizado su marcha. Por otro, dividió sus fuerzas en tres compañías, al frente de las cuales puso a sus lugartenientes Marcus Reno y Frederick Benteen.
Las tropas comandadas por el primero fueron rápidamente rodeadas por los indios, y ante el embate Reno ordenó la huida. Para cuando se reunió con Benteen, estaban ya llegando ya nítidos sonidos de disparos en la zona donde combatían los hombres de Custer, pero Reno no consideró que su ayuda fuera necesaria.
En media hora
Según el relato que terminaría ascendiendo a la categoría de mito, los 268 hombres de Custer fueron masacrados tras un feroz ataque de los indios en lo que hoy es conocido como Custer Hill o Last Stand Hill (la colina de la "última resistencia"). El cadáver del teniente coronel fue encontrado con dos graves heridas en el pecho y en la sien, sin que se pudiera determinar cuál le mató.
Todo parece indicar que, más que un combate militar, fue una auténtica carnicería en la que el pánico se apoderó de los soldados, la cadena de mando se disolvió y muchos hombres llegaron a suicidarse antes de caer en manos de los indios, que mutilaban ritualmente a sus prisioneros mientras aún estaban vivos.
Custer fue elevado inmediatamente a la categoría de héroe, pero revisiones arqueológicas posteriores han ido poniendo en duda detalles del relato, incluyendo la posibilidad de que en realidad no fuera un asedio, sino una carga que se llevó por delante a todos los hombres en menos de media hora. El recuerdo de lo sucedido dio alas al ejército, que acabó venciendo definitivamente a los indios un año después.
El único caballo del ejército que quedó vivo, Comanche, se convirtió en una celebridad, así como más de un centenar de presuntos supervivientes de la batalla que, en algunos casos, llegaron a hacer fortuna con sus memorias y conferencias. Décadas después Hollywood terminó de encumbrar al militar poniéndole los rasgos de Errol Flynn. Hubo que esperar a la década de 1990 para que se incluyeran monumentos recordando a los indios caídos en el lugar de la batalla, hoy declarado monumento nacional.