Victoria Ocampo (1890-1979) decía que el pudor es el principal enemigo de la literatura y de la mujer. Por eso pisó fuerte, miró hondo y escribió largo. Por eso dejó a su paso una estela de intentonas románticas, trató de tú a Camus, a Ortega o al mismísimo Borges y se desvistió hasta el esqueleto en su vida y en su obra: lo mismo eran. Explica el escritor Carlos Pardo -que ahora ha recuperado el trabajo casi extinto de la intelectual argentina en Darse: autobiografía y testimonios- que Ocampo era carne de memorialismo, ese género denostado de malditos estomagantes y niños del lumpen rabiosos de psicólogo: "Siempre se ha considerado una escritura experimental propia de mujeres, homosexuales, outsiders...". También apostilla que la religión nunca ha visto con buenos ojos la autobiografía. "El catolicismo siempre ha prohibido el autoexamen y la autoindagación: ella tuvo que enfrentarse a una moral circundante bastante severa".
Pocos textos hay, en palabras de Pardo, "tan severos y tan sinceros en el autoanálisis" como los de la bomba Ocampo. Su mirada de mujer fatal se giraba también hacia sí misma -cuchillo y hacia adentro- en busca de una honestidad casi pornográfica. Escrutó sus propios celos, su deseo; confesó sin paños calientes que era adúltera, que no vivía con su marido y que creía en el amor libre. Con esa intensidad añeja -relaciona Pardo- que trae algo de Proust.
Compinche de la vanguardia
Más que mecenas, fue una irrepetible compinche de la vanguardia del XX. Protectora y amiga de Thomas Mann, Tagore, Stravinski; comadre de la escuela feminista de Virginia Woolf y Gabriela Mistral. Niña de cuna meneá, traductora -hablaba tres idiomas-, exquisita ensayista. "Tuvo la suerte de venir de una muy buena familia, de tener dinero y de aprovechar el momento en el que el cambio de la moneda argentina era favorable para impulsar proyectos en Europa". Así fundó la revista Sur en 1931, "el gran órgano cultural en español de su siglo, gracias al que conocemos la obra de Woolf o de Graham Greene". Juan Javier Negri, director de Fundación Sur, revela lo mucho que le debe su país: "El reconocimiento mundial a Borges es obra suya".
Ocampo tuvo que capear toda su vida con el monstruo cíclope del machismo. "Creo que, desde hace siglos, toda conversación entre el hombre y la mujer empieza con un 'no me interrumpas' por parte del hombre. Hasta ahora, el monólogo parece haber sido su manera predilecta de expresión", escribió. Si ella molestaba era porque quería hablar. Y hablar de ella misma: revelarse en sus hechos, existir -con los ojos, con las manos, con la boca y con los muslos- en su verbo. Se negó a convertirse en un aparato mudo de escucha, en una musa tetrapléjica. "Los hombres han hablado enormemente de la mujer, pero, desde luego y fatalmente, a través de sí mismos", apostilló la escritora.
Los hombres han hablado enormemente de la mujer, pero, desde luego y fatalmente, a través de sí mismos
Feroz en su lucha por el voto femenino, lideró campañas antifascistas y se desenvolvió orgullosa en su antiperonismo y republicanismo hasta acabar un tiempo entre rejas. "Hoy sería considerada de izquierdas", sonríe Pardo. Ocampo fue la única periodista iberoamericana que estuvo presente en los Juicios de Nüremberg: decían de ella que era comparable a un fenómeno de la naturaleza. Fue un tifón de carácter y generosidad, se entregó a los demás hasta la desaparición, se esforzó tanto en aupar al resto que al final se quedó a su sombra. Hasta esta recopilación, era prácticamente imposible encontrar ningún tomo de su obra: ni en Argentina ni fuera de ella.
'El ardiente desorden'
Quiso que su vida fuera literaria, pero no que su literatura sonara literaria. "Ese es uno de los impulsos más fuertes de la vanguardia: pensar que, cuando una obra suena premeditadamente literaria, es que ha fracasado", cuenta Carlos Pardo. "Lo dijo ella misma. Entendía la literatura como 'el ardiente desorden'. Le gustaba todo texto que se mostrara un poco inacabado, que no terminara de cristalizar, que derrochara frescura y que no dejase que las convenciones entrasen en él". Ocampo creía que un texto, cuando está muy trabajado, muere; y que el primer trazo es el que mejor muestra el estilo de un escritor. Estaba obsesionada con la belleza: hablaba siempre del arte que es descrifrar un rostro.
Hasta Ortega y Gasset quedó fascinado por ella: "Él intentó algo, no salió para adelante... así que lo convirtió rápidamente en un respeto intelectual profundo y en defensa de su literatura. Fue su primer editor". Pardo -encargado de la recopilación de su obra y del prólogo, avalado por Fundación Santander- ha tratado de condensar en Darse: autobiografía y testimonios una selección tan amplia y cuidadosa de la obra de Ocampo que suponga una novela de su vida. Ha trabajado más de un año y ha reunido en este compendio más de veinte libros entre testimonios, autobiografías, anécdotas y escritos sobre Virginia Woolfe. Dice el autor que siempre "empacha que se diga que un libro es una obra maestra", pero que, esta vez sí que sí, "la obra biográfica de Ocampo lo es".
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