Esta piedra rota es una joya. Puso punto final a la incomunicación egipcia y desató la devoción desmedida por el misterio de los creadores de las pirámides. Así que no te extrañes si hay tres países a tortas que reclaman su propiedad. No te sorprendas si el museo que la expone desde 1802, el British, se ha esforzado en crear una línea de productos que convierten al traductor simultáneo de la civilización del Antiguo Egipto en una pieza de menaje del hogar de primera.
Hay en la tienda del museo un lineal (chanante) de más de 30 productos con postales con la forma de la estela de granodiorita, pendientes con la forma de la estela (24,99 libras), chocolatinas con forma de estela (4,99 libras), un paño para limpiar gafas con forma de estela (2,99 libras), memorias usb con la forma de estela (9,99 libras), llavero con forma de estela (2,99 libras), una carcasa, cómo no, para Iphone y smartphone (19,99 libras), una billetera (15,99 libras), corbata (30 libras), calcetines (4,99 libras) y un neceser de baño (6,99 libras). Todo con las tres lenguas impresas. La nueva idolatría sale del santuario y directa al sanitario.
Gracias a las reliquias del mercado nuestra vida es una experiencia mucho menos aburrida. El kitsch ha salsarosizado la visita a los museos hasta matar el costumbrismo del neceser. Viva el nuevo neceser impreso con el decreto de Menfis en lenguaje jeroglífico, demótico y griego antiguo. Ese estupendo par de pendientes son píldoras contra el empacho de la rutina, un Almax con la que evitar la pesadez de una cotidianidad indigesta.
Brindemos por el humor del inventor de la carcasa de móvil con las tres lenguas, que homenajea al cacharro que acaba con las barreras de comunicación en el mundo, aunque no garantiza entender a los demás. Por favor, una piedra Rosetta ya que traduzca los malentendidos de las relaciones personales (vía whatsapp). Sabemos lo que escribíamos en el año 196 antes de Cristo -en nombre del faraón Ptolomeo V-, pero quién sabe lo que queremos decir en un mensaje sembrado de emojis.
La piedra fue descubierta por los soldados franceses en 1799, en las orillas del delta del Nilo, durante la campaña de colonización del país. Dos años después los ingleses acaban con sus pretensiones políticas y se quedan con todo lo que hay en territorio ajeno. Mandan inmediatamente la piedra al Museo Británico y no lo ha abandonado nunca, a pesar del reclamo insistente del ex consejero de Antigüedades, el egiptólogo más famoso del mundo después de Indiana Jones, Zahi Hawass.
En 2013, rechazaron la petición de préstamo cuando la pidió para inaugurar el Gran Museo de Giza (que sigue sin abrir). “No somos piratas del Caribe. Somos un país civilizado y si yo firmo algo, cumpliré mi palabra. Tenemos derecho a exhibir nuestros monumentos”, decía hace tres años asegurando que devolverían los préstamos. No le creyeron.
Todo museo necesita una piedra Rosetta para ser un museo. A fin de cuentas, los museos han reconvertido las obras de arte en fondos de atracción de capital, objetos de negocio que se alquilan y participan en los presupuestos como fuentes de ingresos, no sólo como motivos de gasto. Una piedra Rosetta que pueda transformar en un imán, unos pendientes o una carcasa para el móvil. Así es el museo en 2016, una gran nevera donde cuelgan miles de cuadros imantados en las paredes, como si fueran las puertas del refrigerador. De hecho, es posible ver con más tranquilidad y detenimiento una reproducción del Jardín de las delicias en tu cocina, que en el Museo del Prado.