Estamos en 1957, el mercado del arte se ha rendido por completo a los ejercicios de autodescubrimiento de Jackson Pollock y el periodista Jeffrey Potter consigue colarse en su casa. Publica una crónica del encuentro, en el que el pintor trata de escabullirse, evitar su intimidad. Pero el periodista le descubre, como puede verse en esta descripción sin gota de grasa: “Pollock se expresa con dificultad, buscando la palabra adecuada penosa, casi agónicamente, entre continuas disculpas “por no ser más elocuente”. La sinceridad de este hombre es tan evidente como abrumadora. Es rudimentario, de dicción torpe, arrogante y se muestra muy seguro del lugar que ocupa en el arte y de la importancia del movimiento al que está vinculado, pero en su actuación no hay rastro de exhibicionismo ni de falsedad. Tiene un carácter cordial y afectuoso, aunque procura disimularlo e, indudablemente, preferiría que le considerasen un tipo implacable y sin sentimientos”.
Tiene fuego. Es imprevisible. Es indisciplinado. Se derrama en una prodigalidad mineral aún no cristalizada
El artista reconoce entonces que le disgusta el término “expresionismo abstracto”, porque cuando pinta a partir del inconsciente es inevitable que aparezcan figuras. “¿Cómo voy a saber si tengo una imagen visual preconcebida o el resultado es totalmente espontáneo? La tengo y no la tengo. Algo en mi interior sabe hacia dónde voy y… en fin, todo forma parte de un estado existencial”, cuenta el pintor, del que ste 11 de agosto se cumplen 60 años de su muerte.
Aquel día Pollock explica que lo que le fascina de la pintura es lo que sucede en el lienzo, las yuxtaposiciones de las imágenes y la relación de la materia pictórica. Critica a los realistas porque dice que la superficie de sus cuadros no está viva. “No es actual”. En una de las críticas que hacen de su primera exposición, en la calle 59 de Nueva York, 1943, se apunta que el talento de Pollock es volcánico. “Tiene fuego. Es imprevisible. Es indisciplinado. Se derrama en una prodigalidad mineral aún no cristalizada. Es generoso, explosivo, desaliñado”, escribe James Johnson Sweeney.
Contra los 'sabelotodos'
Pollock iba por su cuenta, no escuchaba a quienes decían que los materiales que usaba eran tan baratos que terminarían por desaparecer. Los “sabelotodos” le decían que la pintura comercial no se podía usar sobre el lienzo porque no agarra. “Si supieran algo sabrían que no importa el tiempo que dure. Lo que dura es lo que hay en la obra. Eso dura, no hay que preocuparse”.
¿Y el arte? ¿Hay algo mejor que el arte? “No hay nada igual a que una pintura salga bien. Un polvo no está ahí, a la misma altura. Siempre podría ser mejor, de alguna manera. Pero una pintura… bien, lo es todo”, decía. Por eso creía que la vida y la obra eran una misma cosa, que ninguna es real sin la otra.
En otro momento, un periodista le pide que le deje asomarse a los “secretos” de su trabajo. Le llevó a un salón y allí el reportero se interesó por una en concreto. “¿Cómo se llama?”. “No me acuerdo”, respondió. Su mujer le apuntó: “Número dos, 1949. Creo”. Había decidido dejar de titularlos para no volver a repetir unos del tipo “Ojos en el calor” o “Inconsciente azul”. Se limitaba a numerarlos “Los números son neutros. Hacen que se mire el cuadro por lo que es… pura pintura”. Pintura y sólo pintura, sin confusiones.
Los títulos lo cuentan fuera y tú te quedas fuera. Si quieres conocer una pintura, métete dentro
“Los títulos no funcionan porque son sólo etiquetas. Lo tiene que decir la pintura, engancharte para que te metas ahí dentro y la sientas. Los títulos lo cuentan fuera y tú te quedas fuera. Si quieres conocer una pintura, métete dentro”, aparece recogida en la antología de textos La energía visible, que acaba de publicar La balsa de la Medusa, coincidiendo con la exposición de Pollock en el Museo Picasso de Málaga.
Libertad sobre lienzo
El all-over. No hay límites para su pintura. Sólo bordes. De ahí que prefiriese pintar murales grandes. Porque es más seguro. Con tanto sitio se suelta sin miedo, desatando su espontaneidad. “Con murales grandes te sientes mejor, fenomenal”. Casi todo el pigmento que empleó era líquido, fluido. Los pinceles los usaba más como varillas que como pinceles. El pincel no llegaba a tocar el lienzo. Queda justo encima.
“Puedo ser más libre y tener mayor libertad y moverme alrededor del lienzo con más facilidad”. Por eso no trabajó nunca con dibujos ni con bocetos. Su pintura es inmediata, directa. Cuanto más directa, mayores posibilidades de hacer una declaración. “Lo que a mí me interesa es que hoy los pintores no tienen que acudir a una temática que esté fuera de ellos. La mayoría de los pintores modernos trabajan a partir de una fuente distinta. Trabajan desde dentro”, respondía. Y a pesar de ello, se empeñaba en decir que en la pintura no hay accidentes. Porque la pintura de acción no es accidental.
La reunión en la que yo estuve era una panda de adictos amargados
Ese tipo implacable y sin sentimientos terminaba por aflorar cuando se mencionaba a los críticos y los marchantes. De los primeros decía que no necesitaba a “ese hatajo de maricones estreñidos”. De los otros… “Por supuesto que los marchantes tienen que vivir, como los traperos. Para eso lo que hacen es lamer el culo, pues adelante”.
A calmar su vehemencia volcánica no ayudaba el alcohol. “El alcohol libera el inconsciente si eres capaz de controlarlo”. Pero él no lo logró y en Alcohólicos Anónimos… pues eso: “La reunión en la que yo estuve era una panda de adictos amargados. Eso no es para mí. Yo sólo bebo cuando me apetece. Ellos no lo pueden evitar”. “Que sí, que sí… puedo dejar de beber y de fumar, pero tengo mejores cosas que hacer”.