En Málaga hay un hombre que ensancha las grietas de la garganta y entona esa de Los Chichos que dice “y yo, enamorado de ti, esto sí que tiene guasa”. Es su hit único, su cover de oro. La canta por las terrazas y la gente suelta la cerveza que tenga en la mano para dar una palmada coral. Es el milagro breve que sólo puede obrar el Príncipe Gitano: todo el mundo le recuerda renegrío y desgañitado, marcando la nuez tensada, llevándose la mano derecha al pecho con una pasión antigua, como si la interpretase por primera vez. Como si estuviese dirigiéndola de verdad a una mujer invisible.
Se llama Eduardo Chamorro y, a pesar de su sello y su gracia, nadie le ha hecho aún un busto en el centro de una plaza -ni se espera-. La posteridad es para otros, dicen. Sin embargo, en el barrio Lagunillas hay un mural entero grafiteado con su cara en pause: “Y yo, enamorado de ti… eso sí que tiene guasa”. Una y otra vez. Repeat.
Lagunillas es eso: una pelea por la memoria en el casco histórico de Málaga. Marginalidad y tradición. La lucha por la identidad -y contra la gentrificación- de un barrio muerto: a partir de los noventa empezó la gran expropiación -para un proyecto de Tecnocasa que no vio la luz con la crisis-, el rosario de viviendas sociales, y, después, “por la dejadez del Ayuntamiento, la mayoría de las casas han quedado en ruina y la mayor parte de los vecinos se han visto, a causa de fuerza mayor, fuera del barrio”, cuenta Ventura, vecino, grafitero y activista. Es el forcejeo entre la escueta comunidad de vecinos -y creadores- y el yugo del poder económico. Hay unos que tienen todas las de ganar.
Lagunillas son solares, comercios cerrados y población en riesgo de exclusión. Niños gitanos correteando por las calles. Ropa tendida. Patrimonio mítico sin proteger -como la casa de Victoria Kent, primera abogada española y política republicana; ya derruida-. Es, como lo bautizanalgunos vecinos con la coña amarga, Malaguistán.
Lagunillas contra el Soho
Como por Lagunillas no pasaban ni las águilas -y la policía, menos-, se aprovecharon de la desgracia o la suerte de ser barrio sin ley y los chavales se paraban a pintar los murales de las casas deshabitadas. Dibujos en escombreras. Psicodelia en párkings improvisados. A diferencia del Soho de Málaga, la zonita de la modernidad contigua al Centro de Arte Contemporáneo -con sus edificios firmados a fuerza de talonario por grafiteros como D*Face y Obey-, en Lagunillas los artistas pintaban voluntariamente, siempre “con contenido social” y pagándose ellos sus materiales. Por amor a las calles, como quien dice.
“Pintamos a personajes míticos del barrio, como el Mocito Feliz [el hombre que sale por detrás en todas las fotos de España] o Carmen, que era una mujer ya bastante mayor, muy característica del centro, que siempre se vestía de gitana en la feria y se paraba a hablar con todo el mundo...”, explica Ventura. “También hemos hecho uno grande que pone 'Lagunillas mentales', que es una cara muy sencilla que en la cabeza tiene una islita, porque ¿sabes?, lo de Lagunillas viene de que en la parte baja del barrio hay muchas casas con pozo… casas con aguas subterráneas que venían de las cuevas del Ejido. Nosotros estamos en fase de memoria histórica, de hacer balance e inventario y de darle protección a nuestros edificios emblemáticos”.
Ahora, de repente, el barrio mola. Está vistoso, alegre, peligrosamente atractivo. “Nosotros no queremos que esto se ponga de moda, ¿eh? No queremos un barrio hipster. No queremos más hostels de esos… queremos funcionar con economía colaborativa”, repone Ventura.
Raúl García Puente, que es el presidente de la asociación vecinal Lagunillas Por Venir, se muestra preocupado porque “los murales grafiteados han atraído las miradas sobre el barrio en un momento en el que Málaga está resurgiendo, se está sacudiendo la crisis, y hay una gran especulación y un gran interés turístico”, explica. “Está ocurriendo, como en otras ciudades europeas, que Málaga se está saturando por el número de turistas, y los residentes del centro están incómodos por la masificación, por el nivel de ruido...”.
Pero es la pescadilla que se muerde la cola: los grafitis generan atención, la atención provoca que las financieras compren los edificios del barrio para montar apartahoteles, y los apartahoteles, cuando se construyan, derruirán los murales donde están ahora los dibujos. Una breve historia de amor.
"Mira, hay un edificio enfrente del mío que se está vendiendo, y cada día hay tres financieras que ponen el dinero encima de la mesa. Nosotros intentamos llegar a un acuerdo, pero es complicado buscar a seis familias reales, no turistas, para meterlas ahí... y mientras, cada día se están comprando estas casas. Lo poco que hay se está vendiendo", relata.
Barrio de creadores
Cuenta García Puente -que es profesor y ex artista, dice, aunque luego decidimos que nunca se deja de ser artista- que “la almendra histórica de la ciudad, que estaba en 9.500 vecinos, ya va por 4.000, y todo se está sustituyendo por apartamento turístico”.
Él quiere que Lagunillas siga siendo un arrabal del centro, pero lo lógico es “que sea el próximo foco de expansión de todo eso, porque al estarse creando un movimiento cultural espontáneo de grafitis, la gente está empezando a venir, a transitar por aquí, a hacerse fotos...”. Dice que “esto es un barrio tradicional en las que las relaciones entre vecinos son de casita a casita, y eso va a desaparecer en un pispás”.
Él compró su casa hace 15 años y siempre supo que Lagunillas iba a ser barrio de artistas. “Es lo típico, vete a cualquier barrio degradado de casitas bajas de cualquier ciudad americana… y luego eso, la fuerza social, que todo empezó por un movimiento llamado Fantasía de Lagunillas para que los niños pintasen en las paredes, y mira por dónde vamos ahora”. Ellos, insiste, quieren como vecinos a "familias normales, no a turistas". Quieren reflotar el barrio pero sin prostituirlo ni convertirlo en un lugar de peregrinaje superficial, de filtros de instagram y gran empresa.
“Se está perdiendo el comercio tradicional, la artesanía, todo. En el centro de Málaga ahora sólo hay hostelería y franquicias. Y aquí no nos interesan los Cien montaditos”, sonríe Ventura. Relata que tiene un amigo que trabaja el cuero y ha montado su taller en la calle Vital Aza. Otro ha abierto La clínica de la bicicleta, que es el templo del ciclismo urbano de la ciudad. Las asociaciones rugen: La Polivalente, El futuro está grease. Hacen lo que pueden. Son David contra Goliat.
Ahí quedan, supervivientes, una carnicería, una panadería, un estanco. Y siempre, desde las piedras de la calle, la mirada desafiante y herida de las deidades cañís del barrio, que no entienden nada. Son el Cristo de los Solares y la Virgen del Descampao.