Estamos en una plaza de Toulouse. El pintor Gonzalo Goytisolo camina con su tío, Juan Goytisolo, meses después de ser reconocido con el premio más importante de las letras en castellano: el Cervantes, en 2014. Llevan todo el día buscando la foto y Juan se muestra cansado. El pintor dice que ese es el mejor momento, cuando la guardia de la pose del retratado desaparece y aflora la verdad del cuerpo y del gesto. Un rayo de luz corona, de repente, la cabeza del escritor laureado y Gonzalo le pide que se detenga. Tiene la foto. Su tío continúa con su grupo de amigos y él remata la faena fotografiando a los vecinos que pasan por allí.
La foto te da la mancha base, pero cuando lo pintas encima desaparece. Esa imagen impresa es el antiguo dibujo. Es una concepción muy bastarda y nada purista de la pintura, lo sé
Más tarde, en su estudio, abrirá en PhotoShop todas esas imágenes y empezará a componer la ficción o la nueva realidad construida para el retrato que quedará colgado en la galería de retratados de la Biblioteca Nacional de España, en honor a los galardonados con el Cervantes. Gonzalo es el único pintor que tiene dos personajes en estos pasillos, antes hizo el de Juan Marsé, en 2008, acompañado de su perra. Esta semana, Eduardo Mendoza leerá, en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, su discurso como premiado en 2016, y también subirá al cielo de los retratados. Quizá sea foto, como el de Elena Poniatowska (de Alan Flores, 2013) o José Emilio Pacheco (de Uly Martín, 2009).
Cuando Gonzalo tiene la composición final se la manda a su tío para que dé el visto bueno. Es el protocolo habitual con sus clientes. Primera regla del pintor de género retratista: cumplir con las expectativas de quien paga, así ha sido siempre. Así ocurrió con Leonardo y La Gioconda, y Velázquez y Las Meninas. Ellos también supieron aprovechar el terreno libre que deja el encargo, atados siempre al decoro y el buen gusto. Los retratistas dan rienda suelta a su creatividad en aspectos como la composición, la expresión retórica o el lenguaje corporal. Sólo así, el tiempo termina por convertir al retrato en obra de arte, sin importar la identidad del sujeto.
Juan Goytisolo dio el visto bueno y su sobrino imprimió sobre el lienzo la imagen generada en el programa de edición fotográfica. Antes proyectaba una diapositiva sobre la tela. “La foto te da la mancha base, pero cuando lo pintas encima desaparece. Esa imagen impresa es el antiguo dibujo. Es una concepción muy bastarda y nada purista de la pintura, lo sé. Mucha gente dirá que soy un tramposo. Pero yo sé que estoy pintando”, cuenta el retratista a este periódico. Entonces, ¿qué es un retrato? “Un retrato te mira, pero no se mueve. No es un reflejo, es más bien un hermano gemelo”.
Una fotocomposición
“La impresión fotográfica es muy útil cuando tienes mucha información que quieres transmitir literalmente”, explica. “La composición de este retrato tiene que ver más con el fotoperiodismo. Los géneros no se han estancado. Todo bebe de todo y me parece muy positivo”. La distancia entre la fotografía y la pintura no es un tabú, sólo marketing: la polarización no es un defecto exclusivo de la política. O estás con nosotros o contra nosotros; o con la fotografía o con la pintura. “La vida real es más compleja, pero al mercado le interesa simplificar las cosas, porque lo que te vende son productos empaquetados. En el mundo del arte, las etiquetas funcionan. Pero no hay que creérselas porque no son definitivas”, remata.
Desde el siglo XVI, la tradición española del retrato ha crecido con ejemplos de pintores cortesanos flamencos, italianos y franceses. Tiziano, Antonio Moro, Sánchez Coello, Rubens, Goya, Mengs, y todos están vinculados al color, más que al dibujo, como manda la tradición italiana. Gonzalo Goytisolo dice que a él le resulta difícil distinguir entre el dibujo y el color, porque “todo es lo mismo”, aunque... “Si es pintura estás más en el terreno de la mancha y el color, que del dibujo. Las tradiciones no son estancas y, en realidad, todo es cocina”. Además, confiesa que este método reduce tiempos, “si tardo seis meses, mejor que doce, porque me tengo que ganar la vida”.
El retratista de los Cervantes también ha pintado políticos. Por ahí aparecen Jorge Fernández Díaz, ex ministro del Interior, en casa con su familia, José Montilla, para la Diputació de Barcelona, o Celestino Corbacho, también para la Diputació. Reconoce que es menos rentable el retrato de escritores que el de políticos, porque estos “están acostumbrados a otros presupuestos”. Por el de Marsé le iban a pagar 12.000 euros (menos el 21% del IVA) y, con los recortes, se lo dejaron en la mitad. El de su tío, lo mismo: 6.000 euros, menos el 21%. Por el de Montilla recibió 8.000 euros y lo más caro que ha cobrado fue por el de Corbacho, 16.000 euros.
Uno cobra todo lo caro que puede. Todo depende de la negociación que cierres
Precios de saldo comparados con los 20.000 euros que le ha costado al erario público el retrato del ex ministro José Ignacio Wert (hecho por Rafael González Cidoncha), los 66.000 euros del ex presidente del Congreso, Jesús Posada, los 82.600 euros del retrato de José María Aznar (pintado por Hernán Cortés) y los desorbitados 194.700 euros que se gastaron en el del ex ministro Álvarez-Cascos, que escogió al retratista más cotizado de todos, Antonio López. “Uno cobra todo lo caro que puede”, reconoce Goytisolo. “Todo depende de la negociación que cierres”.
El símbolo gay
“El retrato, antes, tenía una utilidad social. Ahora es un anacronismo, un artículo de lujo. Y, como todos los artículos de lujo, completamente innecesario. No suple ninguna necesidad, ni personal, ni social”, reconoce el pintor Goytisolo, que aclara que un retrato tiene el mismo sentido que un poema, “interés artístico minoritario”. Porque observa la dura competencia entre las galerías de retrato del Prado y las actuales. “Lo que nos ha llegado son los buenos. Hoy hay una industria del retrato oficial para instituciones. Hay retratistas buenos, pero no muchos”.
Con el Photoshop, Goytisolo sobrino trocea cuerpos, junta cabezas, construye la plaza poblada y en movimiento, en la que su tío se detiene y mira al espectador. Nadie más que él. Dice que así subraya que es el único que para y cuenta el mundo, mientras el mundo camina a su aire. No hay caras, ni más retratos, sólo dos chicas que pasan por detrás, absortas en su conversación y con una carga simbólica que desvela ahora: “Mi tío Juan es gay y retratando a esta pareja de mujeres expongo el tema, sin convertirlo en protagonista, sin estridencias. A mi tío Juan no lo verás nunca militando en una manifestación gay, no es una persona pública en ese sentido. Lo vive como una experiencia íntima y muy personal. La homosexualidad está tratada con naturalidad, no está forzada. Es como un comentario, sin darle más importancia”.
Mi tío Juan es gay y retratando a esta pareja de mujeres expongo el tema, sin convertirlo en protagonista, sin estridencias
En el siglo XXI, los interlocutores del retrato se han multiplicado. Ya no se reduce a la corte, el cuadro puede verlo cualquiera, los receptores son universales. Lo que no cambia es la celebración de la dimensión del retratado, siempre favorecido en su dimensión simbólica moral. “El problema es que los retratos deben agradar al retratado. Esto merma las posibilidades creativas del cuadro, pero es una condición que debes asumir y con la que hay que trabajar. Otra cosa es rendirte incondicionalmente. Yo no lo hago”.
Pactar con el cliente
Él acuerda con el cliente la composición y el motivo. “Por encargo hay que ser justo con el que paga. No se puede aprovechar un retrato para ir contra el retratado, como un abogado no puede ajustar cuentas con su defendido. Al retratado hay que defenderlo: puedes mentir como un bellaco y convertirlo en un santo cuando no lo es, quitarle arrugas, hacerle más alto… Somos mercenarios, porque te pagan por hacer algo y si aceptas, debes defenderlo”.
La mentira marca la diferencia. Goytisolo pintor cree que los buenos retratos deben ser, además de desvelar el carácter, una obra de arte. Pero el artista siempre se guarda la última palabra. Aunque no se reconozca la labor: “Muchos de mis clientes no consideran los retratos obras de arte. Más bien lo ven como un mueble caro, que una vez muertos irá a la basura”. Nunca piensan en el retrato como una obra de ficción, “que es lo que es”. Muchos de sus clientes no entienden que “el personaje no importa, lo que importa es el cuadro”.
Las instituciones, en realidad, son los cementerios de retratos. Los cargos públicos se empeñan en tener un retrato
¿Entonces el retrato está condenado a las instituciones? “¡No! Las instituciones, en realidad, son los cementerios de retratos. Los cargos públicos se empeñan en tener un retrato. Que las instituciones encarguen está muy bien para los retratistas, pero no tanto para el género”, suelta con ironía. En las instituciones, las potencialidades de ese género no se consideran de buen gusto o elegantes.
La evolución del retrato no pasa por su mejor momento, estancada en la corrección de una ventana amable al protagonista. A pesar de las experiencias de Francis Bacon, y de sus visiones inquietantes, el retrato -como el realismo-, sigue siendo apreciado por su amabilidad, por las certezas que ofrece, por la falta de problemas que plantea. “Lo que veo en las galerías de retratos en las que participo, son ejemplos de un género muerto, porque son fórmulas repetidas para quedar bien”, cuenta a EL ESPAÑOL.
La derrota de Antonio López
A pesar de la era dorada del selfie, el retrato como género está estancado. En realidad, el selfie no mueve más que el mercado de la transacción de datos. Por eso Gonzalo Goytisolo, que reconoce haber recibido los encargos de Marsé y Juan Goytisolo por amistad y familia, dice que no se puede venerar tanto la tradición, porque el retratista queda atrapado en ella. ¿Esto es lo que le sucedió a Antonio López con la familia real? “Ese retrato de Antonio López es una gran batalla perdida. Hizo lo que pudo con un retrato que, probablemente, no quería pintar. Porque él es un pintor de un mundo personal y el peso del encargo le superó. Pero hay encargos muy golosos: la familia real, el dinero...”
A las instituciones les gusta las cosas grandes y eso es muy peligroso, porque puedes terminar haciendo cuadros fuera de escala. Antonio López peleó una batalla que no era la suya
Según Goytisolo, López es un pintor muy hábil al que le cuesta pintar. Con este retrato se metió en un lío. “A las instituciones les gusta las cosas grandes y eso es muy peligroso, porque puedes terminar haciendo cuadros fuera de escala. Antonio López peleó una batalla que no era la suya”. A pesar de eso, hay partes del cuadro -al que no le hizo nada bien la presentación en la exposición- que le gustan mucho, como el vestido de la reina. Los Borbones no son membrillos.
El retrato ha cambiado y el espectador también. ¿Qué se busca en ellos? ¿Un asidero de ejemplaridad en plena crisis de la representación política y social? ¿Es la última oportunidad para la salvación de la imagen pública en derrumbe? ¿Es el medio perfecto para erigir y propagar a los nuevos dioses populistas? “La población está huérfana de referentes creíbles y viables”, responde el pintor. “En vez de buscarlos en las versiones prefabricadas e interesadas que nos ofrece la presión mediática, quizás tendría sentido hacerlo en el retrato honesto y veraz de otros seres humanos en su dimensión moral. Creo que ahí, el género del retrato podría tener aún mucho terreno que cubrir”.
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