El teatro abre las carnes de la sociedad sobre las tablas y las explora hasta el sonrojo. No sólo le muestra al espectador las grietas del sistema; también los pudores privados que uno es incapaz de reconocerse en el espejo. El acné ético, las arrugas internas, la podredumbre intelectual. No hay textos inmorales, decía Oscar Wilde. Sólo se les llama así a los que muestran al mundo su propia vergüenza. Hay mucho de esto en Festen, la película danesa de 1998 dirigida por Thomas Vinterberg que ahora rescata la directora teatral Magüi Mira en el Centro Dramático Nacional y que podrá disfrutarse hasta el 9 de abril.
Una obra oscura, cruda hasta el desasosiego, que nos sienta en una mesa de comedor frente a la mirada inquisidora de nuestra familia, el núcleo primero del que arrancamos hacia el mundo. Ahí están los secretos. Los traumas infantiles. Los cinismos, las heridas, las caretas. Los amores nativos. Ahí se expande el mapa lóbrego de lo que uno es: con sus muchas preguntas y no tantas respuestas.
El poderoso Helge -patriarca masónico interpretado por Roberto Álvarez- cumple sesenta años y sus hijos, sus parejas y su esposa se reúnen para celebrarlo. Lo que iba a ser un aniversario feliz se convierte en tragedia cuando Christian, uno de los vástagos -que regresa a casa después de años de ausencia-, denuncia los abusos sexuales que sufrieron de niños él y su hermana gemela muerta, que se suicidó por no ser capaz de sobreponerse a tanto dolor.
El violador era su padre, quien, impertérrito, lo niega todo. Pero la caja de pandora ya está abierta. “Te asombraría la cantidad de gente que me está escribiendo para darme las gracias por haber contado esta historia y haber denunciado en una obra lo que muchos no pueden hacer en la vida real”, cuenta Magüi Mira. “Me escriben sobre todo mujeres diciéndome que han sufrido lo mismo: abusos por parte de familiares cercanos. Es un terror, porque las víctimas creen que ese trato forma parte de la potestad del padre, y su autoestima se ve tan menoscabada, y su vergüenza es tan grande… que jamás llegan a denunciar”.
Denuncia del sistema
¿Podrá ser el teatro, además de espejo, punto de sutura? Mira explica que Festen pone en relieve “este podrido sistema al que todos estamos abrazados como si fuese la mesa de comer de una gran familia”. “Pase lo que pase, nadie se levanta de la mesa, porque el sistema tiene que permanecer. ¿Cómo? Con una hipocresía brutal, cohesionada, que viene de todos los poderes fácticos: el político, el social y económico”.
La corrupción moral en la familia se traslada aquí a la corrupción moral en la sociedad: no dejan de ser siempre relaciones de poder envenenadas, infectas. La directora dice que cada día admira a los diez actores que la acompañan en el proyecto y que se dejan la vida por contar “esta historia de ángeles caídos” y por “luchar por un mundo mejor”.
Pase lo que pase, nadie se levanta de la mesa, porque el sistema tiene que permanecer. ¿Cómo? Con una hipocresía brutal, cohesionada, que viene de todos los poderes fácticos
Su hija, Clara Sanchis, es una de ellos. Interpreta a Helen, una joven alocada con aires de diva que arrastra su invierno interior, su desequilibrio congénito, y sin ser consciente reproduce el comportamiento de su madre como una máquina de repetición: se calla ante las injusticias, corre un tupido velo.
Descubre una nota de su hermana muerta en la que cuenta los abusos de su padre y no sólo no lo señala en público, sino que no quiere verlo. No quiere creérselo. “Es tan grave el silencio...”, reflexiona la actriz. “Está en la condición humana. Todos los días lo hacemos. Tapamos, callamos, vemos el horror pero nos ocupamos de otras cosas. Es terrible, porque ese miedo que nos hace callarnos se transmite. Por eso yo digo que mi personaje es como una madre dos”.
En Festen también se deja entrever una relación incestuosa entre los dos hermanos gemelos. “Te deja pensando en lo que ha podido ocurrir entre esos dos niños que han vivido juntos las violaciones de su padre, pero es hipotético”, relata la actriz. Expone que no sabe explicarse a sí misma por qué ocurren estas cosas, pero sí tiene claro que en cualquier contexto de abuso no es posible el amor.
“No se puede querer a alguien y abusar de él. No se puede querer y maltratar, querer y destrozar”, relata. “Esto es algo muy inserto en nuestra cultura por culpa del amor romántico. Está arraigada la idea de que el amor debe ser doloroso, y lo vemos en las conductas de violencia de género. Eso de ‘está celoso porque me quiere’. No. Sobre todo, porque a dónde vamos a llegar con este excusar, con este permitir”.
Hijos como proyecto
Festen también habla de frustraciones, de expectativas fallidas en las que los hijos son los depositarios de la vida que sus padres hubiesen querido para ellos. Críos como proyectos de sus progenitores. Reproches, ambiciones, insuficiencias. Hay una escena especialmente cruel en la que Christian -Gabriel Garbisu- le pregunta a Helge, a bocajarro, por qué abusaba de ellos. Por qué los desnudaba y los tocaba cuando se iba a duchar. Por qué tantas veces. Por qué a los más débiles. Él le responde, con ligereza: “Porque no servíais para otra cosa”.
A Clara Sanchis le conmueve el papel de su compañero Garbisu: “En él veo recogido todo ese dolor. Que un padre te haya robado desde niño tu cuerpo, tu ser, tu dignidad. Te deja aniquilado. Te convierte en un ser que no sirve para nada”. Sin embargo, señala, “lo maravilloso, lo impresionante de esta función es que el papel de Christian remonta y es capaz de plantar cara y de encontrar la fuerza suficiente para terminar con la situación”.
En el papel de Gabriel Garbisu veo recogido todo ese dolor. Que un padre te haya robado desde niño tu cuerpo, tu ser, tu dignidad. Te deja aniquilado
¿Es el padre un hombre enfermo o sencillamente una persona ruin? “Es difícil discernirlo”, dice la actriz. “Si decimos que está enfermo, de alguna manera lo estamos defendiendo. Es un terreno farragoso del lenguaje, porque uno puede estar enfermo y no ser cruel. O no estar enfermo y sí serlo. En este caso yo diría que es una mezcla de las dos cosas”.
Magüi Mira reflexiona hondamente acerca de las consecuencias de que un poder sea excesivo. “Hay una bestia que tal vez escondemos bajo la educación, bajo la civilización… pero si Festen habla de algo, es de que a esa bestia tenemos que conocerla y controlarla”.
La bestia del patriarcado
La bestia, según señalan directora y actriz, tiene mucho que ver con el patriarcado, con los cánones impuestos por el tiempo. Un padre tiránico, dueño de su esposa y de sus hijos, y una madre temerosa, cómplice, aletargada. Sanchis también es Virginia Woolf en Una habitación propia -Teatro Kamikaze- y subraya la importancia de la educación para combatir estos presupuestos. “¿Por qué ese ensayo de Woolf no se enseña en el colegio? ¿Por qué las mujeres tenemos que leerlo más adultas y ya por nuestra cuenta?”, increpa.
Este estigma la afecta laboralmente. “Hace pocos meses había un 84% de paro entre las actrices. No sé si iremos ya por el 90%. Trabajar para nosotras es milagroso”, dice Sanchis. “Aplaudo cada día las leyes del caos que me permiten estar trabajando con cierta continuidad, con cierta dignidad económica”.
Denuncia que hay “más personajes masculinos que femeninos” porque “la mayoría de productores, guionistas y directores son hombres, y por una inercia inconsciente tienden a imaginar historias con personas como ellos”. Claro que hay excepciones, apunta. Sonríe cuando menta a Lorca o a Almodóvar. Pero sabe que son los menos. “Observa este dato: las mujeres somos más de la mitad de la humanidad, pero en la ficción somos un tercio o menos. Es decir, de cada tres actores, sólo hay una actriz, con suerte. Y esto se traduce en paro, obviamente”. Es duro ser actriz, dice la mágica y herida Helen, la valiente Virginia. Se encoge de hombros. “Yo querría ser actor, no actriz”.