La ópera que perdona la vida a 'El Chicle'
El Teatro Real presenta una obra contemporánea sobre la pena de muerte que se le puede atragantar a los penalistas sin escrúpulos, periodistas carroñeros y defensores de la prisión permanente revisable.
1 febrero, 2018 03:12Noticias relacionadas
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En José Enrique Abuín Gey, 'El Chicle', presunto asesino de Diana Quer, también hay humanidad. Se merece un abogado que luche por su vida. Alguien podría decirle incluso "te quiero" aun conociendo el horror del crimen del que se le acusa y que él mismo ha confesado. Hasta en él puede haber luz.
Basta cambiar el nombre de 'El Chicle' por el de Joseph de Rocher para entrar en Dead Man Walking, la ópera contemporánea de Jake Heggie que estos días se representa en el Teatro Real. La traducción literal del título es "el hombre muerto que anda" y se utiliza en EEUU para referirse en el Corredor de la Muerte a aquel condenado que ya camina inexorablemente hacia su ejecución. Joseph, o Joe (interpretado por Michael Mayes), asesino de una joven pareja de enamorados, comparte el protagonismo con una monja llamada Helen (Joyce DiDonato), que lucha en vano por evitar su ejecución. La religiosa asiste al reo como si fuese al mismo tiempo su abogado de oficio y su guía espiritual.
En la obra resuena el dilema entre el perdón y la venganza, que se lleva regular con la disyuntiva entre el bien y el mal.
Cambiar pena de muerte por cadena perpetua
Las leyes en España tienen institucionalizado el perdón por el mero hecho de que todo preso sale de la cárcel antes o después, ya sea un asesino de jóvenes indefensas, un violador o un terrorista.
En 2015, el PP aprobó gracias a la mayoría absoluta de la que disponía entonces la llamada "prisión permanente revisable", lo más cercano a la cadena perpetua. Hasta ahora sólo se ha aplicado en una ocasión y el Congreso, donde hay un nuevo equilibrio de fuerzas, está estudiando derogarla. Ante esa posibilidad, el PP ha comenzado a recoger firmas para defenderla, recordando los crímenes más recientes y sangrientos. Sólo en la plataforma Change.org se han reunido más de un millón y medio de firmas a favor de mantenerla.
En teoría, el odio, algo tan humano, no se transforma nunca en ley. No se institucionaliza salvo que una gran mayoría de personas lo pida, en ocasiones acompañadas por medios de comunicación que aprovechan para hacer caja. Entonces, pasa a llamarse justicia. Y eso es, precisamente, uno de los elementos centrales que cuestiona la obra.
Mientras Joe se despide de su madre, probablemente la única persona que lo ha querido en su vida y que se niega a admitir que pueda ser culpable, una muchedumbre se concentra en la puerta de la prisión de Luisiana. Puede que el centro penitenciario le suene al espectador, ya que es el mismo en el que transcurre Pena de Muerte, la película protagonizada por Sean Penn y Susan Sarandon, basada en la misma novela que la ópera.
Tanto los manifestantes como los guardias, instantes antes de que dé comienzo la ejecución por inyección letal, claman "¡ojo por ojo!" mientras madre e hijo se sacan una última y espeluznante foto de familia.
Los padres y hermanos de sus víctimas, llenas de dolor y rencor, reprochan a la religiosa que haya acompañado al asesino. "¡También estoy de su parte!", les dice ella, acercándose a su sufrimiento. "No funciona así. Es él o nosotros. El bien o el mal", responden. Pero, después, el padre de una de las víctimas se rompe. "Sé que mi dolor es por la muerte de mi hija, no su muerte [la del asesino]. Pero tengo que cargar con quién soy y cómo me siento, día tras día. Noche tras noche. Mirándome al espejo, viendo en él a un hombre triste", lamenta. Sabe que lo que siente no es útil, quizás tampoco justo, pero no puede evitar dejarse llevar por sus emociones. Pueden más que la razón.
El telediario que nunca se emitirá
Hay momentos en los que la obra parece el telediario que nunca se emitirá. Empatiza tanto con las víctimas (que lo son desde el primer momento, sin que haya duda de quién las ha matado) como con la humanidad de su asesino y deja decidir al público. Muestra ante cientos de espectadores una fotografía muy completa, llena de contrastes, donde nada está tan claro como parece.
Pero, sobre todo, ofrece la posibilidad de reflexionar sobre para qué sirve un sistema jurídico y penitenciario. ¿Únicamente para castigar unos crímenes sin vuelta de hoja o para intentar que el condenado se redima a través del reconocimiento y arrepentimiento de sus hechos? ¿Son los peores criminales ciudadanos con derechos o pueden ser personas esencialmente malvadas que se merecen el desprecio más absoluto? ¿Hay vidas que valen menos que otras?
"La verdad te hará libre", dice la hermana Helen Prejean, un personaje basado en una religiosa de carne y hueso que asistió al estreno en Madrid y fue entrevistada por EL ESPAÑOL. Y Joe, redimido espiritualmente, acaba pidiendo perdón por los asesinatos. Sólo en ese momento la protagonista de la obra puede decirle "te quiero". Aunque ya es demasiado tarde. El teatro asiste, estupefacto, a una espantosa ejecución que poco ahorra en realismo.
Cálida acogida
La producción, estrenada en San Francisco en el año 2000, cuenta con la puesta en escena de Leonard Foglia y ha sido acogida con gran calidez en Madrid. Se trata de un montaje muy exitoso que se ha representado en medio centenar de teatros de todo el mundo.
Su partitura está a medio camino entre la ópera y el musical, algo que ha molestado a algunos entendidos. Lamentan su falta de sofisticación y algunas oportunidades creativas perdidas o mal resueltas. Las referencias (a Copland o Bernstein) son notables, pero Heggie se olvida de elaborar un discurso propio e innovador a la altura del tema que trata. El lamento de la madre, desconsolada y confusa, es lo que más se le acerca. La utilización de la orquesta para crear atmósferas o el final del primer acto (una confluencia de todos los tormentos de la prisión) son eficaces, pero se agotan sin ofrecer nada nuevo en el segundo acto.
Sin embargo, la potencia de la historia, los cantantes y la puesta en escena hacen olvidar a la mayoría de los espectadores esas carencias. Es más, agradecen que no sea ininteligible. La mezzo Joyce DiDonato y el barítono Michael Mayes se entregan al espectáculo, que cuenta con Mark Wigglesworth al mando de la orquesta. La escena funciona como un reloj. Acomoda bien la brutalidad de la trama y la brutalidad de la cárcel, y está acompañada de una espléndida actuación de sus protagonistas.
"¿Moriría por mí?", pregunta Joe en un momento de la ópera a la religiosa. "No lo sé. Pero sé que una parte de mí sí morirá cuando lo hagas tú, Joe", responde la religiosa en el segundo acto.
En la entrevista con EL ESPAÑOL, la monja que inspira la obra apunta que "el 90% de todos los condenados a muerte en Estados Unidos sufrieron abusos de pequeños. Mire el caos en el que crecieron. Luego les encuentran con pistolas, drogas, lo que sea..."
En otras palabras: Prejean apunta no sólo a las consecuencias de los crímenes sino también a los elementos, como la marginación o el maltrato, que pueden estar en su base. Tanto una cosa como la otra son responsabilidad de las administraciones públicas y, por qué no, una preocupación de la ópera.