El coche siempre ha sido un símbolo de la virilidad de un hombre. Los machitos hacen rugir los motores de sus vehículos, bajan las ventanillas y miran con cara de superioridad a los que tienen uno más pequeño. Es una prolongación de su pene, y no para de medirlo y compararlo con todos para sentirse más hombre.
Desde su invención, el coche siempre ha sido parte activa de la vida de la gente, pero ha sido el hombre el que lo ha convertido en parte de su cortejo, de su día a día y hasta de su ego. No es casualidad que uno de los números cumbres de los T-Birds, la panda de 'chuletas' que protagonizaba Grease, fuera cantar mientras reparaban su carro para competir en una carrera. Danny Zuko, Kenickie y compañía atusaban sus tupés y sacaban brillo a su cochazo para seducir a las chicas.
Películas como Fast & Furious o los anuncios publicitarios, que hasta hace pocos años mostraban a las mujeres como damiselas que eran recogidas por sus novios en la puerta de su casa, han contribuido a hacer del coche un elemento eminentemente machista, aunque desde su concepción ya lo era, porque, ¿dónde están las mujeres en el proceso de fabricación de los automóviles? La propia industria ha estado masculinizada desde su inicio, desde la primera tuerca que se ponía hasta el último encerado.
Un coche rojo, como el de Grease pero menos lujoso, es también el centro de Garage, la obra creada por la compañía Voadora que estará en el Centro Dramático Nacional desde el 9 al 14 de octubre y que ha escrito Fernando Pelde y dirigido Marta Pazos. Alrededor del vehículo, un Citroën cochambroso, no hay ningún hombre con chaquetas de cuero, sino mujeres con un mono obrero azul. No son actrices, sino auténticas trabajadoras de una de las industrias más machistas que han aceptado salir al escenario a contar su historia, pero también a fabular sobre la figura de las trabajadoras en el contexto del liberalismo económico.
Un experimento poético
La directora de la obra la define como un experimento poético, porque no han querido quedarse en el testimonio de aquellas mujeres, sino que han querido mezclar “la fantasía con la realidad”. “No queríamos hacer una pieza de teatro documental, que siguiera la clásica dramaturgia de presentar a un colectivo, sino coger historias colectivas y meterlas en la ficción”, cuenta a EL ESPAÑOL. Garage demuestra que los coches tienen vagina, y que sin las mujeres que desafiaron a aquella industria, a esas pioneras que entraron en trabajos donde los hombres no las querían ver, esos elementos de virilidad puede que ni existieran.
Cuando entraron había paternalismo, las decían: ‘a ver cariño, que te ayudo’; o las piropeaban. Se sentían pequeñas, y eso aunque ya no pasa lo han sufrido
El origen de esta obra se remonta a un encargo que Epelde y Pazos recibieron de la compañía francesa MA Scéne National de Montbéliard para abrir la temporada 2017-18 con un espectáculo sobre la temática del territorio, pero ellos se dieron cuenta de que “era un asunto universal que ocurría allí y que ocurría aquí, en la fábrica de Citroën de Vigo”. “Cuando el festival Escenas nos invita a Galicia, nos dimos cuenta del paralelismo con esa ciudad metalera que era Vigo, que no sólo fabrica coches, sino que tiene los astilleros. Su vida ha estado marcada por eso, y también por la contracultura que surge a raíz de la fábrica, toda la música, el rock de los 80, la movida viguesa… todo surge de ahí. Nos interesaron mucho esos principios de los 90 y las mujeres que empezaron allí su vida laboral”, añade.
En su investigación se encontró con que las primera trabajadoras que llegaron estaban en puestos muy localizados, sólo en administración o de costurera en la nave de serraje, pero ellas son la primera chispa antes de que entren en todos los sectores, hasta en la fábrica de montaje. “Cuando enrtaron había paternalismo, las decían: ‘a ver cariño, que te ayudo’; o las piropeaban las primeras veces que entraron, se sentían pequeñas, y eso aunque ya no pasa lo han sufrido”, explica Marta Pazos.
Por eso, y aunque el cambio generacional haya hecho que cambien muchas cosas y el contexto social sea otro, “queda mucho por hacer”. Las multinacionales son las que más se han puesto las pilas con el tema del machismo, y las trabajadoras de estas fábricas contaban a la autora que “el tema de perspectiva de género está muy unificado y que hay comisiones de igualdad”, igual que en sus casos ya no se encuentran con problemas por quedarse embarazadas, algo que ocurría cuando se empezaba en empresas más pequeñas.
Pazos reconoce que “no es casualidad” que hayan cogido el tema del motor, “porque es la gran metáfora del mundo actual”. “Las mujeres estamos construyendo pero no somos las protagonistas. El coche es un producto para los hombres, desde que se diseña hasta que se vende. No es para nosotras, aunque lo trabajemos, y eso es extrapolable al mundo actual”, dice la directora que ve esperanza de cambio, especialmente tras la revolución sufrida por el movimiento Me Too.
Garage demuestra que los automóviles también los hacen mujeres, aunque finalmente sean solo peones para crear un elemento diseñado para el disfrute del hombre rico en una sociedad capitalista que les hace luchar por tener el mejor coche para presumir en la cena de empresa.