El actor y dramaturgo Juan Diego Botto ha ganado el Premio Nacional de Teatro correspondiente a 2021 por su reciente obra Una noche sin luna, una producción emocionante, profunda, de gran dureza, en la que se transmuta en el poeta Federico García Lorca y enfrenta al espectador a las miserias del pasado reciente español. Un espectáculo comprometido, que avergüenza, que grita por la necesidad de recordar, por todas las personas que siguen enterradas en las cunetas del país, por la memoria histórica.
El jurado ha propuesto la concesión de este galardón, que concede el Ministerio de Cultura y Deporte y está dotado con 30.000 euros, a Juan Diego Botto "por su profundo y permanente compromiso con la escena como vehículo de transmisión de realidades políticas y sociales incómodas y su capacidad de hacerlas llegar al gran público a través de un lenguaje claro y sencillo pero cargado de poesía".
Atributos con los que el director, autor e intérprete hispano argentino ha conformado su espectáculo Una noche sin luna, donde ha demostrado "su naturaleza de hombre de teatro integral como dramaturgo e intérprete", así como "la enorme vigencia que el discurso lorquiano posee en la actualidad". El texto de la obra, dirigida por Sergio Peris-Mencheta, se basó en entrevistas, charlas y conferencias del poeta, así como fragmentos de sus obras y algunos de sus poemas. Ha tenido tanto éxito que su gira se prolongará dos años más por España, Argenina, México y Chile.
En una entrevista con EL ESPAÑOL, el dramaturgo defendía así la necesidad de una memoria histórica española: "Un pueblo con memoria es un pueblo capaz de ver las señales, de reaccionar y de cambiar. Sin memoria no somos nadie. (...) Y un país sin memoria histórica es un país al que se le va provocando un alzhéimer voluntario, se le va llenando de agujeros que permiten no reconocerse a sí mismo, y eso es algo que no se detiene".
En Una noche sin luna, que agotó entradas en todas sus funciones en el Teatro Español y los brazos del público de tanto aplaudir, Botto se reencarna en Lorca para hacer una introspección de la sociedad española, para recordar que a un genio irrepetible de la escena y la poesía, lo fusilaron por su condición sexual, por homosexual -su cadáver sigue sin aparecer a pesar del infatigable esfuerzo del historiador Ian Gibson-, y para cuestionar a la persona que está sentada en la butaca sobre si hoy, en 2021, ese mismo Lorca sería tratado realmente de forma tan diferente. Es una producción cruda, que encoge, pero también cargada de humor. Un ejercicio dramático difícil de olvidar.
Botto, que en 2012 ganó el Premio Max Aub al Mejor Autor Revelación y al Mejor Actor con Un trozo invisible de este mundo, que también abordaba temas espinosos como el exilio y la inmigración, explicaba a este periódico que el arte es su única arma para hacer memoria: "Sea mucho o poco es el única arma que yo tengo. No sé si soy un niño intentando vaciar el mar con una concha o tiene alguna repercusión, pero es la única cosa que tengo. Y si tengo que estar toda la vida con esa concha intentando vaciar el mar, lo haré".
Nacido en Buenos Aires en 1975, Juan Diego Botto debutó en el teatro en 1987 con Alessio, una obra de Ignacio García May producida por el Centro Dramático Nacional. Su trayectoria escénica continuó en los años 90 con obras como Veinte años no es nada, bajo las órdenes de Eduardo Recabarren, y El rufián de la escalera, obra dirigida por su madre, la actriz, productora y maestra de generaciones de actores, Cristina Rota. Dio el salto a la creación en El privilegio de ser perro (2005). En 2008 estrenó en el Teatro María Guerrero Hamlet, obra dirigida y protagonizada por él mismo junto a José Coronado, Marta Etura y Nieve de Medina, entre otros. Como autor repetiría en La última noche de la peste (2007)
En cine y televisión, Botto cuenta también con una extensa trayectoria, por la que fue nominado hasta en cuatro ocasiones a los Premios Goya gracias a su participación en títulos como Historias del Kronen (1995), de Montxo Armendáriz; Plenilunio (2000), de Imanol Uribe, Vete de mí (2006), de Víctor García León; e Ismael (2013), de Marcelo Piñeyro. También ha trabajado bajo las órdenes de directores como Vicente Aranda –Si te dicen que caí, (1989)-, Ridley Scott –La conquista del paraíso, (1992)-, Mariano Barroso –Éxtasis (1995)- o John Malkovich –Pasos de baile (2002). Algunos de los títulos más destacados de su filmografía son Martín Hache (1997), de Adolfo Aristarain; Silencio roto (2001) y Obaba (2005), de Montxo Armendáriz.