Desde que, en 1655, Inglaterra arrebatara Jamaica a España, los piratas se convirtieron en aliados para defender la isla ante la escasez de barcos de la Royal Navy. Un acuerdo con los bucaneros, especialmente con los que se refugiaban en la isla de Tortuga, satisfizo a ambas partes: los piratas se encargaban de cualquier barco no inglés que pudiera acercarse, mientras que Port Royal, la capital, se convirtió en el lugar en el que aquéllos gastaban sus botines. En muy poco tiempo, la ciudad creció hasta convertirse en una de las más importantes de todo el Caribe gracias a unos requerimientos morales, como mínimo, laxos.
Ver discurrir tanta riqueza podía volver loco a cualquiera. Incluso, como relata Robert Kurson en Cazadores de piratas (Ariel), a un capitán tan solvente como Joseph Bannister quien, hacia 1680, llegaba a atravesar el océano hasta dos veces al año a bordo del Golden Fleece, un majestuoso navío con base en Londres que lograba pingües beneficios con el comercio trasatlántico. Bannister había comenzado como grumete y llegado a lo más alto, conseguido que el barco sobreviviera a huracanes, arrecifes y piratas, y tenía asegurado un futuro retiro acomodado y tranquilo.
La huida
Y sin embargo, algo pasó. Se desconoce el qué pero, en 1684, aquel marino ejemplar se cansó de su modélica vida honrada y perpetró un golpe inesperado: el gobernador de Jamaica, Thomas Lynch, notificó que "un tal Bannister ha huido con un barco, el Golden Fleece, que lleva treinta o cuarenta cañones, reclutó más de cien hombres de las goletas fondeadas a sotavento [en Port Royal], y ha conseguido una licencia de corso de los franceses".
El primer tramo de la carrera como pirata de Bannister apenas duró mes y medio, tiempo en el que robó un velero español y acudió a las islas Caimán a abastecerse: un gran buque de la Royal Navy, el Ruby, de 540 toneladas y con 150 cañones, le dio caza y le llevó a Port Royal. Como escarmiento se decidió juzgarle pero, encerrado como estaba en el Ruby, Bannister logró hacer llegar un mensaje a tierra para que sus secuaces sobornaran a los dos españoles a los que había hecho prisioneros y que llevaba en su barco cuando fue apresado.
Cuando llegó el juicio, los españoles juraron que habían vendido legalmente su navío y su carga a Bannister, y que éste les había pagado para que trabajaran como tripulantes en el Golden Feece. Para desesperación del gobernador, el jurado dio ese testimonio como válido y absolvió a Bannister, lo que le produjo un disgusto tal que agravó su precaria salud y le llevó a la muerte una semana después.
La libertad y la ruina
El nuevo gobernador, Hender Molesworth, intentó que el jurado reconsiderase su opinión pero éste, formado por habitantes de Port Royal que se enriquecían con la actividad de los piratas, no sentía ninguna simpatía por las autoridades. Mientras tanto, Bannister fue finalmente puesto en libertad tras pagar una fianza de trescientas libras, una cantidad astronómica para la época que le dejó arruinado, y se le obligó a esperar nuevo juicio en Port Royal, con imposibilidad de emprender ningún otro negocio.
Sin embargo, una noche logró deslizarse a bordo del Golden Fleece e hizo que los hombres que había a bordo desplegaran las velas y comenzaran a abandonar sigilosamente el puerto. Contra todo pronóstico, logró pasar ante los veintiséis cañones de Fort James sin ser detectado, y casi consiguió lo mismo ante los treinta y ocho de Fort Charles: el decimocuarto lo detectó y dio la alarma, y una lluvia de fuego cayó sobre el barco. Sin embargo, Bannister logró ponerse a salvo antes de que acabaran definitivamente con él.
Toda la Royal Navy se puso en estado de máxima alerta a la búsqueda del pirata. El Golden Fleece se unió a cuatro buques franceses comandados por Michel de Grammont y, junto con ellos, saqueó el puerto mexicano de Campeche y varios barcos, entre ellos algunos ingleses. En mayo de 1686, Molesworth supo que Bannister se dirigía a la bahía de Samaná, en la República Dominicana, para carenar el barco. Allí le encontraron las fragatas Falcon y Drake. Contra todo pronóstico, Bannister logró repeler el primer ataque, aunque el Golden Fleece y su cargamento se hundieron, y se retiraron tras dos días de intenso fuego. Cuando volvieron, se encontraron con que los piratas habían huido en otro velero más pequeño.
Sin embargo, finalmente Bannister fue atrapado en la Costa de los Mosquitos. Para evitar que en un nuevo juicio alegara que los franceses le habían obligado a piratear, Molesworth dio instrucciones precisas: se le ahorcó de la verga a la vista de todo Port Royal, y sus restos fueron descuartizados y arrojados al mar. En el 2009, dos cazatesoros norteamericanos, John Chatterton y John Mattera, encontraron los restos del Golden Fleece.