El motel del voyeur, nuevo libro de Gay Talese, ha conquistado a público y crítica -y hasta a Steven Spielberg, que ya ha comprado los derechos para convertirlo en película- mucho antes de su publicación el 12 de julio. Hay quien es capaz de seducir así, a larga distancia, prometiéndose exquisito. El fragmento del largo reportaje que publicó The New Yorker no hizo más que seguir despertando expectación y abriendo boca: ya lo llamaban el libro del año. El motel del voyeur es la historia de Gerald Foos, el dueño de un hotel que decía haber espiado durante décadas a sus huéspedes desde un falso techo que él mismo había construido en cada habitación. Ahí las sesiones de sexo de otros, la vida ajena por dentro. Hasta aseguraba haber presenciado un asesinato y no haberlo impedido.
Pero ese cuento entrañable se ha acabado: el escritor estadounidense ha declarado este jueves que no promocionará su libro por haber perdido la confianza en la fuente principal de su relato. “Foos no es de fiar. Es un hombre deshonesto, totalmente deshonesto”, aseguró al diario The Washington Post. Con todo, el engañifa se lo ha llevado puesto: llegó a un acuerdo económico con el periodista a cambio de compartir sus diarios.
Yo no voy a promocionar mi libro. ¿Cómo voy hacerlo si su credibilidad acaba de quedar en la basura?
Dónde estará la línea que separa el engaño que a uno le infligen de las historias que a uno le apetece creer. “Yo no voy a promocionar mi libro. ¿Cómo voy hacerlo si su credibilidad acaba de quedar en la basura?”, espetó Talese, como quien espabila tras una decepción amorosa. “Nunca debería haber creído ni una sola palabra de lo que dijo”. El padre del Nuevo Periodismo había visitado el motel de las afueras de Denver (Colorado) para verificar los hechos; incluso había espiado junto a Foos a una pareja. No bastó. La movida le levantó las cejas al Washington Post, que levantó la alfombra de la posible estafa: el diario se basó en la teoría de Foos, que decía haber ejercido de voyeur profesional desde finales de 1960 hacia mediados de la década de 1990. Pues bien, Talese pasó por alto que el voyeur había vendido el hotel en 1980 y que no había readquirido sus derechos hasta ocho años más tarde, según los registros de la propiedad local.
La verdad de cada uno
“Si la gran mayoría de los eventos descritos en el libro se dieron en la década de los 70, Talese también hace referencia a incidentes sucedidos en los 80: por ejemplo, cuenta que la segunda esposa de Foos a veces ‘se le unía’ en el ático para espiar a os huéspedes”, relata The Washington Post. “Lo he hecho lo mejor que he podido”, se explica Talese. “Pero quizá no he sido lo bastante bueno”. Y fue más allá: “Puedo jurar, y lo hago de manera inequívoca y sin dobleces, que nunca he mentido a sabiendas de ello: todo lo que cuento en este libro es verdad”.
No obstante -y obviando la venta del hotel- ya rayaban desde el principio algunos síntomas de incongruencia: fechas inexactas, documentos que no cuadraban con los públicos… en el episodio más terrorífico del texto -el que relata, como decíamos, un asesinato: el estrangulamiento de una mujer por parte de su pareja-, Foos asegura haberlo confesado, más tarde, a la policía, sin revelar que era un testigo ocular. Pero Talese no logró encontrar ningún parte oficial de este crimen. Desechó la idea del fraude y entendió esta discrepancia como un error de mantenimiento de registro por parte de las autoridades.
Puedo jurar, y lo hago de manera inequívoca y sin dobleces, de que nunca he mentido a sabiendas de ello: todo lo que cuento en este libro es verdad
El libro también hace referencia -de forma muy sucinta- a otro asesinato que se produjo en la casa solariega: el homicidio sin resolver de un hombre llamado James Craig Broughman, en 1984, a manos, al parecer, de un intruso. Tirando de este hilo, diversos medios de comunicación, con el Washington Post a la cabeza, comenzaron a investigar y llegaron hasta unos detectives de homicidios que descubrieron que Foos y su esposa Donna habían vendido el hotel en octubre de 1980. El estafador confirmó esta secuencia de venta en una entrevista con el Post. Talese seguía encogiéndose de hombros: dijo que tenía entendido que Foos y su familia también vivieron en el hotel después de venderlo a una familia “coreana” -ni siquiera era coreana-: “Vivieron en ese maldito lugar”, apostilló.
Ballard, comprador del hotel, aclaró que nunca le había gustado Foos -“es un pervertido”- y detalló que, cuando se hizo con el edificio, bloqueó los pasadizos y cerró los orificios de ventilación por los que se espiaba a los clientes. La fascinante historia, al menos parcialmente, se ha caído. Está por ver si la calidad de su ficción se acerca a la de su realidad. Talese seguirá siendo el rey, claro, pero la cuestión ahora es: ¿cuánto le importa a los lectores saber la verdad? ¿Podrá el relato seguir enamorando de lejos?