Bertha von Suttner, la baronesa pacifista que no pudo detener la Gran Guerra
La mujer que inspiró a Alfred Nobel la creación del galardón de la Paz, que ganaría en 1905, también fue escritora y activista.
9 julio, 2016 00:35Noticias relacionadas
En el cambio del siglo XIX al XX, el mundo vivía en una ebullición en la que los imperios, apoyados en nacionalismos y colonialismos exacerbados, se precipitaban de forma cada vez más evidente a una espiral armamentística y de tensiones que, merced al sistema de alianzas, amenazaba con desencadenar un conflicto de proporciones nunca vistas. En ese contexto de exaltación ultranacional, sólo un puñado de voces se esforzó en promover un exótico concepto, el del pacifismo. Y entre ellas, pocas tan fuertes como la de la baronesa Bertha von Suttner.
Von Suttner había nacido en 1843 en Praga como condesa Kinsky von Wchinitz und Tettau. Hija póstuma, creció en una familia aristócrata austriaca que, durante generaciones, había hecho del cumplimiento a rajatabla de la disciplina militar y el ensalzamiento de los valores castrenses su filosofía vital. Pero el hecho de que su madre tuviera un comportamiento algo más liberal le permitió acceder a una educación políglota y exigente que la llevó a viajar por toda Europa.
Sin embargo, cuando cumplió la treintena, la fortuna familiar, dilapidada en el juego por su madre, se agotó, y la condesa tuvo que buscar trabajo en Viena como institutriz de las hijas del barón Karl von Suttner. Allí se enamoró del hermano de las niñas, quien le correspondió a pesar de que ella era siete años mayor que él, una distancia en aquel momento escandalosa, agravada por su pobreza. Para evitar que se vieran, fue despedida del trabajo. Se trasladó a París y allí, en 1876, entró a trabajar como secretaria y ama de llaves de Alfred Nobel, quien comenzaba a disfrutar de los pingües beneficios que le proporcionaba su invento, la dinamita.
Von Suttner sólo trabajó para Nobel durante una semana, porque el inventor y empresario fue llamado por el rey de Suecia para que volviera a su país. Pero, por alguna razón, se estableció una fortísima relación entre ambos, como queda plasmado en la abundantísima correspondencia que se cruzaron hasta la muerte de él. Incluso, muchos piensan que la labor posterior de ella fue la inspiración para que Nobel incluyera el de la Paz entre los galardones que estableció a su muerte, agobiado porque su invento se había convertido en un arma de destrucción inimaginable hasta entonces: cuando ella le llega a hablar de la necesidad de que existiera un galardón que reconociera el esfuerzo de quienes quieren traer la paz, él le contestó: "infórmeme, convénzame, y entonces haré algo grande por el movimiento". Tres años después, incluiría en su testamento la creación de los premios que llevan su nombre.
Su labor fue la inspiración para que Nobel incluyera el de la Paz entre los galardones que estableció a su muerte, agobiado porque su invento se había convertido en un arma de destrucción inimaginable
A pesar de contar con la oposición de la familia, finalmente se casó con Arthur Gundaccar von Suttner en secreto en Viena, y durante ocho años se trasladaron a vivir a Georgia, en el Cáucaso, donde los dos se mantuvieron precariamente escribiendo novelas populares de fácil lectura. En 1885 por fin fueron perdonados por la familia, por lo que regresaron a Viena, se instalaron en la gran casa familiar y accedieron a todos los privilegios asociados a la baronía, pero sin abandonar sus carreras literarias.
La vida de Bertha cambió cuando ambos tomaron contacto con la londinense Asociación Internacional para el Arbitraje y la Paz, una novedosa iniciativa que buscaba solucionar los conflictos entre los países mediante la intermediación. Para ambos, ésa se convirtió en su principal tarea vital, a la que comenzaron a dedicar sus escritos y por la que participaron en numerosos foros mundiales. Tras varios títulos, Bertha von Suttner dio finalmente la gran campanada cuando sintetizó todas sus ideas pacifistas en una novela, ¡Abajo las armas!, publicada en 1889, y que rápidamente se convirtió en un best seller traducido a decenas de lenguas y que levantó entusiasmo y polémica por doquier. La protagonista era una mujer, fuerte y llena de iniciativa, que sin embargo vivía en primera persona todos los horrores de la guerra. La obra fue llevada al cine en 1914 por Holger-Madsen y Carl Theodor Dreyer.
La muerte de su marido, en 1902, no le restó fuerzas: publicó un periódico, participó en congresos en La Haya, Londres y Boston, y promovió el acercamiento entre las cada vez más enfrentadas Alemania e Inglaterra, por lo que comenzó a ser conocida como "la Generalísima del movimiento pacifista". En 1905 fue la primera mujer en ganar el premio Nobel de la Paz y su discurso fue cada vez más europeísta: sólo la unión entre las distintas naciones del continente podría contrarrestar la cada vez más amenazadora dinámica bélica. Sin embargo, todo fue inútil: cuando murió, el 21 de junio de 1914, sólo le quedó el consuelo de no ver el estallido final, que se produciría unas semanas después. Pero, para entonces, los altos discursos patrióticos apenas podían disimular ya el advenimiento de una tormenta de muerte.