Cuando, en 1660, la monarquía se reinstauró en Inglaterra en la persona de Carlos II, sus partidarios regresaron del exilio en Europa. Entre ellos se contaba una mujer, casada con el que luego sería reconocido como duque de Newcastle, sir William Cavendish. Una mujer que no pasaba desapercibida merced a su vestuario y su maquillaje, absolutamente originales, y que no tenía ningún pudor en inmiscuirse en las conversaciones masculinas, expresando su opinión como uno más. Se llamaba Margaret Cavendish y, para colmo de rarezas, se había interesado por los debates científicos de su época y había plasmado sus opiniones en varios libros. Libros que, para colmo, en un momento en el que las pocas mujeres que escribían lo hacían de forma anónima o bajo pseudónimo, tenía el atrevimiento de publicar con su propio nombre.
Cavendish había nacido en 1623, y había partido al exilio como dama de la reina Enriqueta María de Francia. Allí, entre los exiliados, había conocido al entonces marqués de Newcastle, treinta años mayor que ella, con quien se casaría en 1655. Era un hombre enormemente interesado por las nuevas teorías sobre el conocimiento que acabarían desplazando al racionalismo cartesiano y sentando las bases del método científico. Él la introdujo en todos esos debates y la llevó consigo a las reuniones del Círculo de Newcastle, donde las discusiones sobre la posible existencia de los átomos involucraban a asiduos tertulianos como Thomas Hobbes o el propio Descartes. Allí, Margaret Cavendish intervenía como una más, para regocijo, e incluso escándalo, de la mayor parte de los participantes.
No contenta con ello, lady Cavendish escribió varios libros sobre el tema, que abordó de una manera abierta en la que llegaba a utilizar los diálogos teatrales e, incluso, la poesía. De su pluma salieron volúmenes como The Atomic Poems o Philosophical and Physical Opinions, en los que llegaba a afirmar que los átomos, caso de existir, no podrían estar hechos de materia viva, porque en ese caso no podrían coordinarse y trabajar conjuntamente entre sí para construir estructuras mayores. También llegó a dudar de que lo que se veía por el recién descubierto microscopio fuera real, porque pensaba que el aparato distorsionaba lo enfocado.
Sin embargo, a diferencia de muchos de sus coetáneos, la duquesa cuestionaba una y otra vez sus opiniones y así, 'Mad Marge' (como maliciosamente la bautizaron en los exclusivos círculos en los que se movía) llegó a reconocer que el hecho de ser mujer la situaba en un lugar débil para poder comprender todos los cambios que estaban ocurriendo en el pensamiento, pero no por una falta de inteligencia, sino porque estaba vedado para las de su sexo acceder a los estudios que les facilitaran las herramientas suficientes para profundizar por ellas mismas.
En 1666, sentó también un precedente al escribir una novela que hoy es considerada un antecedente de la ciencia ficción, The Description of a New World, called The Blazing-World, en la que narra un viaje a un mundo oculto en el interior de nuestra Tierra y al que se accedía desde el Polo Norte. Un libro tan sugerente e influyente que hasta Alan Moore ha rescatado el 'Blazing World' en su saga de cómics La liga de los hombres extraordinarios. Para muchos estudiosos se trata además de la única novela de ficción escrita, publicada y firmada por una autora en todo el siglo XVII.
No contenta con ello, lady Cavendish logró otro hito cuando se convirtió en la primera mujer admitida en una sesión de la Royal Society en 1667. La institución, creada siete años antes, era un patronazgo real que buscaba promover la investigación y el debate en torno a los nuevos descubrimientos. Allí tuvo la oportunidad de asistir a las intervenciones de los prestigiosos Robert Boyle y Robert Hooke. Después de ese día, pasarían varios siglos antes de que se permitiese a otra mujer asistir a una sesión de la real institución.
Cuando Margaret Cavendish murió en 1673 contaba con sólo 50 años de edad y había rechazado ser visitada por un médico para tratarse ella misma. En el momento de su muerte había escrito una veintena de libros en los que había abordado temas como la circulación de la sangre de Harvey, la filosofía de Aristóteles o la teoría atómica, así como un volumen de memorias, lo que la convirtió en una de las pocas mujeres que tuvo oportunidad de dejar testimonio en primera persona de su vida. En un gesto totalmente inusual, el rey Carlos II dio permiso para que su cuerpo recibiera sepultura en la abadía de Westminster. Su marido, destrozado por la pena y enfermo de parkinson, moriría tres años después. Hoy, Margaret Cavendish es reconocida como cosmóloga, un título que le fue discutido en vida.