Hace 150 años, el 6 de octubre de 1866, circuló en Estados Unidos el primer automóvil movido a vapor. La noticia fue eclipsada por otro suceso más espectacular, el primer robo en un tren del país, pero a la larga, aquella fue mucho más decisiva. Desde la aparición de las máquinas de vapor, en el siglo XVIII, hubo muchos intentos por utilizar esa tecnología para conseguir prescindir de los caballos y poder moverse con total autonomía. Quizá el caso más curioso sea el del locomóvil Castilla, un ingenio español que llegó a recorrer las carreteras de nuestro país en 1861.
De todas formas, la fascinación que ofrecía el reto no estuvo exenta de polémica. Eran muchos los que consideraban que una forma tan onerosa, complicada y ruidosa de desplazarse difícilmente sería competencia contra el seguro y confiable caballo. El primer accidente mortal, sufrido por la inglesa Mary Ward en 1869, quien fue arrojada violentamente contra la carretera después de que su vehículo, que estaba ya deteniéndose, se desplazara repentinamente en medio de una nube de vapor que le hizo perder el control, no ayudó.
La polémica subsiguiente, que consideraba que los automóviles eran inseguros y poco menos que asesinos, tiene muchos puntos en común con la actual a causa de las primeras muertes en vehículos controlados de manera automática.
Las limitaciones del invento
De todas formas, el vapor era una limitación importante para que la industria automovilística despegara. Urgía encontrar una forma más eficiente de mover los coches; en un primer momento, se probó con la electricidad, e incluso hacia 1900 algunos vehículos de este tipo se desplazaron por las calles de ciudades como Nueva York.
Pero las serias limitaciones de las baterías (curiosamente, el mismo impedimento que hoy sigue lastrando a esta industria) impidieron que esta opción despegara. Fue la gasolina, y el descubrimiento del motor de combustión, lo que definitivamente hizo que la gran carrera comenzara.
Fue la gasolina, y el descubrimiento del motor de combustión, lo que definitivamente hizo que la gran carrera comenzara
Hacia 1886 convivían dos tendencias sobre cómo deberían ser los automóviles a gasolina, que encarnaron a la perfección tres ingenieros alemanes: por un lado, Karl Friedrich Benz desarrolló un vehículo de tres ruedas completamente nuevo; por otro, Gottlieb Wilhelm Daimler y Wilhelm Maybach instalaron motores en un coche de caballos. Durante las primeras décadas, ésta fue la tendencia, por práctica, que siguieron la mayoría de los fabricantes.
Tanto fue así, que aún en 1903 el influyente autor Otto Julius Bierbaum escribía que "la estética del automóvil se encuentra todavía en sus inicios. Se puede decir que su belleza se resiente todavía por el hecho de que sus constructores no han olvidado aún al caballo, es decir, no se han olvidado del caballo que tira del coche. Nuestros automóviles son todavía, desde el punto de vista estético, pequeños coches de caballos por lo que su aspecto es como el de éstos, pero sin animales de tiro".
Prohibido atravesar la frontera
Un factor decisivo para que se produjera ese avance fue la aparición de las competiciones automovilísticas, que crecieron rápidamente en un momento en el que las carreteras aún no estaban preparadas para máquinas que se acercaban rápidamente a superar el límite de los 100 kilómetros por hora. Tanto fue así que, en 1903, la carrera París-Madrid, que había llegado a convocar un total de 275 vehículos, fue suspendida después de la primera etapa, París-Burdeos.
La fallida París-Madrid fue la última carrera entre ciudades, y a partir de ese momento las competiciones automovilísticas pasarían a realizarse en lugares cerrados
La acumulación de accidentes hizo que Alfonso XIII personalmente, a pesar de ser un gran aficionado, diera orden expresa de que se les prohibiera atravesar la frontera. La fallida París-Madrid fue la última carrera entre ciudades, y a partir de ese momento las competiciones automovilísticas pasarían a realizarse en lugares cerrados. La aparición del deportivo, creación de la compañía española Hispano-Suiza, dio el impulso definitivo.
El automóvil dejó de ser un capricho de ricos cuando, en 1913, Henry Ford introdujo la producción en cadena y abarató los precios de su mítico modelo Ford T. El mundo comenzó a llenarse de coches, que aún convivirían durante un tiempo con la tracción animal. Todavía en la década de 1920, las calles de Nueva York, en las que un gran número de vehículos a caballo aún compartían asfalto con los automóviles, eran un caos: resultaba imposible fijar una hora de llegada, porque uno podía pasarse largas horas en atascos interminables.
Una convivencia que a veces desembocó en violencia, como cuando los taxistas a caballo de Dublín llegaron, en plena Primera Guerra Mundial, a enfrentarse violentamente contra los que buscaban ofrecer el servicio en vehículos a gasolina.
La historia del automóvil demuestra que, cuando una tecnología es claramente superior, acaba abriéndose camino a pesar de los prejuicios. Hoy, enfrentada a un momento clave de transformación, afronta un futuro eléctrico, en el que adelantos como el de la conducción automática vuelven a despertar los mismos recelos que levantó aquella ruidosa máquina que hace 150 años inició una aventura imparable.