La primera década de los Nobel de Literatura estuvieron en manos de Carl David af Wirsé, que decidió aclarar el propósito del premio del que se hacía responsable como Secretario Perpetuo: debía reconocer la mejor obra de creación, sin olvidar las insospechadas posibilidades político-culturales que se abrían ante la Academia Sueca y “la enorme posición de poder y prestigio que el testamento Nobel entrega a los Dieciocho”. Los miembros.
Así que la fórmula de lo que hoy es el galardón más importante de las letras mundiales se ensayó desde sus orígenes, que reconocía obras especiales por “una auténtica nobleza, no sólo en su forma de presentarlas sino también en su concepción e ideología”. Esta fórmula se encuentra en el comité Nobel de 1905 y es una importante señal de que el Nobel de Literatura no se considera únicamente un premio literario.
De hecho, el reconocimiento ha aspirado en estos 112 galardonados (14 de ellos mujeres) a superar los méritos literarios y alcanzar un reconocimiento “a la virtud”, a los ideales humanos, a la ejemplaridad de la obra. De ahí que el equilibrio entre la importancia del mensaje y de la forma sea una cuestión recurrente en las votaciones de los Dieciocho desde su fundación.
El investigador Kjell Espmark, y miembro de la Academia desde 1982, desveló en el libro El Premio Nobel de Literatura. Cien años con la misión (publicado por Nórdica) cómo asoman rasgos de una ideología y una estética que explican muchas de las elecciones y rechazos que la posterioridad ha cuestionado. “Al mismo tiempo, se ve cómo cada época tiene su propio sello”, explica en alusión a la importancia que tienen los cambios en la composición de los Dieciocho de la Academia y su Secretario Permanente, y la variación ideológica que ello supone.
El origen del conflicto
La media de edad de los miembros de la Academia Sueca en estos momentos es de 73 años. El miembro más joven es Lotta Lotass, de 52 años. Y el más anciano es Gunnel Vallquist, de 98 años de edad. Desde 1970 los integrantes del comité dan su dictamen de manera individual y todas las consideraciones quedan recogidas y archivadas, pero en secreto durante 50 años. O sea que en 2030 podremos saber por qué la Academia rechazó a Borges. La actual Secretaria Permanente es Sara Danius, que sustituye al historiador Peter Englund, que lo fue desde 2009.
Los candidatos se proponen por escrito y antes del uno de febrero del año en curso. El reglamento establece que el derecho a proponer candidatos recae en los miembros de la Academia Sueca, en las Academias francesa y española, en miembros de clases humanísticas de otras academias, miembros de departamentos de Humanidades y asociaciones equiparadas con academias, así como profesores de estética, literatura e historia en universidades.
Espmark apunta que la Academia se ha movido entre “innovadores” y “maestros” más solitarios. Precisamente, la primera categoría domina el periodo de 1946 a 1960, con Hesse, Gide, Eliot, Pasternak y Faulkner. Ninguno de los autores premiados en la última década destaca por su renovación, o su innovación formal, sino por la pertenencia a la tradición conservadora de la literatura, aunque todas ellas sean creaciones profundamente singulares.
Literatura Vs ideología
El mérito literario no se ha resentido frente al mérito ideológico, que ha reforzado nombres como Mo Yan en 2012, Herta Müller en 2009 o Svetlana Alexeievich en 2015. Sobre Gao Xingjian, Nobel en el año 2000, el comité dijo en las consideraciones previas a la concesión, que “los líderes de la gran potencia más poblada del mundo se sienten amenazados por una persona que, sentada en una habitación de un suburbio de París, ennegrece folios con signos de escritura”. “Es difícil pedir una ilustración más bella de la idea sobre el poder de la palabra”, concluían, aunque el propio escritor prefiera definirse como “hombre desprovisto de toda lealtad”.
El académico Göran Malmqvist, en el discurso al galardonado, señaló que Xingjian “fustiga tanto la rigurosa ortodoxia del confucianismo como la ideología marxista”. El canon incuestionable que dicta la Academia Sueca encuentra en los estertores del marxismo el referente político sobre el que actuar moralmente. En ese sentido, tanto Mo Yan, como Müller y Alexeievich coinciden en poner el el acento en la integridad del individuo que se subleva contra el comunismo.
Sin embargo, las críticas de pensadores como Pascale Casanova -con un revelador libro sobre las fuerzas que manipulan el campo literario mundial, titulado The World Republic of letters- acusan al premio de esquivar crisis sociales contemporáneas y autores que cuestionan las estructuras del poder o las relaciones laborales de nuestros días. Explica el autor francés que el canon sueco, que se impone a la comunidad de creadores y lectores, se ha dispuesto a construir una fe no ideologizada frente a problemas sociales de calado, como si eso fuera posible.
La falsa neutralidad
Casanova se lamenta de que con la excusa de tratar sobre la condición humana en general, el comité de sabios suecos se dedica a la defensa de escritores definidos por su neutralidad en los asuntos internacionales. Es decir, que ponen el énfasis en el “elevado idealismo” del autor cuyo trabajo trasciende las circunstancias locales.
Modiano, como Alice Munro y Mario Vargas Llosa, proponen una carga literaria de baja intensidad política y muy reconocible para el gran público, acostumbrado a una expresión literaria sobria y madura, en la que se reconocen los clichés del mundo desarrollado. Para los críticos del premio, esta separación entre lo ideológico y lo literario es descaradamente ideológico, porque ninguno de ellos plantea su obra en términos de lucha contra las perversiones del sistema que habitamos, sino que enseñan a habitarlo. A aceptarlo, no a romperlo.
De hecho, cuando Jean-Paul Sartre rechazó el Nobel en 1964 aclaró que no quería ser utilizado por un premio que refuerza el armazón ideológico: “Un escritor que sostiene posiciones políticas, sociales o literarias sólo debe actuar con los medios que le son propios, esto es, la palabra escrita”, dijo por carta. “No es lo mismo que yo firme Jean-Paul Sartre, Premio Nobel en vez de solamente Jean-Paul Sartre”.
Casanova cuenta que el comité se compone de hombres y mujeres blancos, formados en las tradiciones estéticas europeas, convencidos de la imparcialidad literaria y condicionados sólo por lo publicado en el mercado francés. Evitan obras y trayectorias que puedan ser entendidas como explícitamente políticas y premian un idealismo tan elevado que el Nobel termina representando un modelo de desigualdad global, que ignora las diferentes literaturas nacionales, aunque parezca lo contrario.
Los últimos Nobel
Como asegura el académico Kjell Espmark, “cada época tiene su propio sello”. ¿Cómo ha sido el marchamo literario e ideológico que Peter Englund (afiliado a las juventudes del Partido Socialdemócrata Sueco) dejó durante los siete premios en los que ha participado como Secretario Permanente?
Herta Müller (Rumanía, 1953), fue Premio Nobel en 2009 y se reconoció su capacidad de resistencia al régimen totalitario comunista de Nicolae Ceaucescu, a partir de un cuerpo literario contrario a los nacionalismos en auge. La autora nació en una familia de la minoría de los Suabos del Danubio y escapó de la dictadura a Alemania, donde reside desde entonces. Su abuelo granjero fue expropiado por el régimen comunista y su padre sirvió en las SS alemanas. Su madre fue deportada a la URSS. Escribe contra las fronteras y a favor de un proyecto europeo.
Mario Vargas Llosa (Perú, 1936), lo recibió en 2010, “por sus imágenes mordaces de la resistencia del individuo, la rebelión y la derrota”. Fue candidato liberal a la presidencia de Perú, y ha defendido la guerra de Irak (Bush-Blair-Aznar) hasta en su discurso de entrega del Nobel: “Nuevas formas de barbarie proliferan atizadas por el fanatismo y, con la multiplicación de armas de destrucción masiva, no se puede excluir que cualquier grupúsculo de enloquecidos redentores provoque un día un cataclismo nuclear. Hay que salirles al paso, enfrentarlos y derrotarlos”.
Tomas Tranströmer (1931-2015), fue galardonado en 2011, “porque a través de sus imágenes densas y traslúcidas nos permite el acceso a la realidad”. El poeta sueco es la vertiente literaria más literaria del último mandato en el Nobel, obstinado pintor de paisajes a la japonesa y en su reiterada contemplación. “¡Demasiado lo que no se puede escribir ni callar!/ Está paralizado por lo que sucede muy lejos/ aunque la prodigiosa mochila late como un corazón”, en Lamento (publicado por Nórdica).
Mo Yan (China, 1955), 2012, “quien combina los cuentos populares, la historia y lo contemporáneo con un realismo alucinatorio”. La concesión del galardón fue “la victoria de la literatura sobre la política”, como él mismo dijo al recogerlo. Es heredero de los desastres de la Revolución cultural china (1966-1976), durante la cual fue obligado a trabajar en el campo y en una fábrica en vez de estudiar. En 1996, publicó Grandes pechos, amplias caderas (Kailas), casi un siglo de historia china visto por una mujer. Fue prohibida por el régimen, porque negó el dogma de la perfección del Partido Comunista.
Alice Munro (Canadá, 1931), Nobel de 2013 por ser la “maestra del cuento corto contemporáneo”. La autora es especialista en los conflictos de alta intensidad íntima, en los que la inocencia termina machacada por las presiones y normas sociales. Aunque se descubra como una escritora de baja intensidad política, es trasgresora en la visión de la familia, el amor y las relaciones, que roza el melodrama y pone bajo el foco a las mujeres y su lucha por la libertad.
Patrick Modiano (Francia, 1945), recibe el premio en 2014, “por el arte de la memoria con la que ha evocado los más inasibles destinos humanos y descubierto el mundo de la ocupación”. Sus padres se conocieron durante la ocupación alemana de Francia y este hecho -así como su ausencia- ha marcado su vida y obra. La importancia de la historia, del presente y París. En su discurso explicó que la vocación del tipo de novelista en el que cree -consciente de habitar una torre de marfil-, consiste en recuperar “palabras borradas, como icebergs perdidos a la deriva sobre el océano”. Aunque los novelistas traten de alejarse de la política, la novela siempre lo es.
Svetlana Alexeievich (Bielorrusia, 1948), último premio Nobel 2015: “Por sus escritos polifónicos, un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo”. Este galardón fue uno de los ejemplos más evidentes del mérito ideológico de una trayectoria literaria que se pregunta cómo es posible que después de tanto sufrimiento, el pueblo ruso no haya podido conquistar la libertad. En sus miles de preguntas a las miles de fuentes que forman parte de su obra, trata de saber “qué es lo que tiene la mentalidad rusa para hacer del socialismo algo tan popular”, como ella misma reconoció en su paso por Madrid. “¿Por qué no ha salido bien el capitalismo en Rusia? Porque no estábamos preparados”, se pregunta, se responde y se define.