Houdini fue el mago más famoso de la historia. Quizá por eso no mucha gente sabe que tomó su nombre artístico como homenaje a quien consideraba el ilusionista más grande que le precediera, el francés Robert-Houdin. Nacido en Blois (Francia) en 1805, fue el encargado de dar nacimiento a la magia como gran espectáculo, sacándola de las barracas de feria y llevándola a los grandes teatros, donde el mago pasó a vestir con la misma elegancia con la que lo hacían los miembros de la alta sociedad que podían permitirse el pago de una entrada. Es gracias a Robert-Houdin que todavía hoy identificamos a los magos con los frac, los sombreros de copa y los pañuelos impolutos.
Sin embargo, como relata Eduardo Caamaño en su biografía Houdini (Almuzara), el francés llevó aún más lejos la magia, hasta convertirla en una herramienta política. La fama de Robert-Houdin era tan grande que ni siquiera cuando se retiró se olvidaron de él. En 1856, de hecho, el mismísimo Napoleón III le reclamó para enviarlo a una misión sorprendente: sofocar una rebelión que se había producido en Argelia, la rebelión de los Morabitos, así llamada porque los habitantes de la colonia se habían levantado exacerbados por los sermones y las soflamas de unos sacerdotes que respondían a ese nombre, y que no dudaban en utilizar trucos de magia para hacer creer a sus seguidores que poseían poderes sobrenaturales.
Magia republicana y secular
Ante esa situación, Napoleón III decidió enfrentar la situación con un poco de magia republicana y secular, y por ese motivo Robert-Houdin fue enviado como una especie de encarnación del espíritu de la gran Francia. Para ello, el mago utilizó trucos que ya había empleado con enorme éxito en los escenarios. Así, se reunió con los rebeldes y les pidió que escogieran al más fuerte de entre todos ellos, al que pidió que levantara una pequeña caja con un fondo metálico oculto. El hombre, como era de esperar, lo hizo sin el menor esfuerzo.
El mago se reunió con los rebeldes y les pidió que escogieran al más fuerte de entre todos ellos, al que pidió que levantara una pequeña caja con un fondo metálico oculto
A continuación, el mago levantó la caja y la colocó sobre una mesa bajo la que había escondido un electroimán (Robert-Houdin fue de los primeros ilusionistas en introducir los avances de la electricidad y el magnetismo en el repertorio de trucos de los magos). Tras ponerlo en marcha, volvió a pedir al forzudo que levantara de nuevo la caja. Para sorpresa de todos los presentes, no fue capaz de alzarla, por mucho que se esforzara.
Esta demostración despertó dudas entre los rebeldes, pero aún se mostraban reticentes a reconocer que la magia del enviado por los franceses era superior a la de sus sacerdotes. Robert-Houdin decidió entonces echar mano del que, probablemente, era el truco más peligroso, pero también el más celebrado de todo su repertorio. El mago proclamó ante todos los presentes que era totalmente inmune a los efectos de un arma de fuego, y les demostraría que era capaz de encajar el disparo de una bala sin sufrir el menor daño. La mejor forma de demostrarlo, anunció, sería mediante un duelo frente al líder rebelde, que se celebraría a las ocho de la mañana del día siguiente.
Disparar al mago
Cuando llegó la hora convenida, los rebeldes se presentaron, y su líder dio un paso al frente para encargarse de disparar al mago. Un asistente se encargó de rellenar las pistolas con pólvora ante la atenta mirada del árabe, y a continuación le pidió que escogiera las dos balas con las que se cargarían las armas. Cuando estuvieron elegidas, el asistente las marcó para que no quedara ninguna duda de que eran ésas, y no otras, las escogidas, cargó las pistolas y colocó a los duelistas en posición para comenzar el enfrentamiento.
El líder rebelde apuntó cuidadosamente y disparó. La única reacción que pudo observarse en Robert-Houdin fue la amplia sonrisa que se dibujó en su rostro
Cuando dio la orden, el rebelde y el mago avanzaron veinte metros, antes de volverse y quedar uno frente al otro. El líder rebelde apuntó cuidadosamente y disparó. La única reacción que pudo observarse en Robert-Houdin fue la amplia sonrisa que se dibujó en su rostro. Los presentes, pasado el primer momento de sorpresa, comprobaron con horror que el mago había atrapado la bala con los dientes, la misma marcada que había salido de la pistola de su líder. Éste, aterrado, soltó el arma y salió corriendo, algo en lo que pronto le imitaron sus seguidores.
Robert-Houdin había popularizado el número de atrapar una bala recién disparada con la boca, un truco muy peligroso que pasó a formar parte del repertorio de los magos más atrevidos, y que incluso llegó a costarle la vida a más de uno. Pero los rebeldes argelinos no lo sabían. Dicen las crónicas que los líderes de la rebelión quedaron desautorizados, y que poco más de un año después, el alzamiento había sido totalmente sofocado. Robert-Houdin volvió a Francia cual agente secreto exitoso: no sólo había abierto las puertas de los teatros a la magia, sino que también había demostrado que podía servir para delicadas misiones al servicio de Francia.