A principios de la década de 1940, los radioyentes peruanos no daban crédito a lo que oían. De sus aparatos surgía la voz de una joven de dieciocho años capaz de hacer cosas con la voz que parecían irreales. Por momentos creían oír un pájaro, otros sentir los sonidos de la selva. Y sobre todo, parecía imposible que aquello fuese una voz humana. Pero era cierto, no había truco: aquella joven terminaría siendo conocida como Yma Sumac (sobrenombre que procede de la expresión quechua "imma sumack", que significa "linda flor"), una de las voces más extraordinarias de las que haya quedado registro, y se convertiría en toda una celebridad de Hollywood.
Yma Sumac había nacido en 1922 con el nombre de Zoila Augusta Emperatriz Chávarri del Castillo en Ichocán (Cajamarca, Perú). Con el tiempo se fijó la historia de que descendía del emperador inca Atahualpa, pues ése era el apellido de soltera de su madre, pero lo cierto fue que su infancia no fue para nada imperial. No tuvo oportunidad de aprender solfeo ni técnicas de canto y, al parecer, compensaba su ansia de cantar aislándose en la montaña e imitando el canto de los pájaros. Lo cierto es que poseía una capacidad prodigiosa como soprano que le permitía superar las cinco octavas, cuando sus contemporáneas apenas iban más allá de dos y media. Y lo mejor fue que, al parecer, fue la falta de academicismo lo que permitió que el don de su voz se salvara: cuando Manuel de Falla la escuchó, no tuvo ningún reparo en recomendarle que nunca se sometiera a clase alguna, pues eso acabaría con sus virtudes.
No fue el único grande que la alabó: Stravinski también quedó prendado de su canto, pero eso fue cuando salió del ámbito latinoamericano, donde había logrado notoriedad junto con su primero descubridor, y más tarde marido Moisés Vivanco. Junto a otra intérprete, Cholita Rivero, se lanzaron en 1946 a la conquista de Nueva York, al principio sin mucho éxito. Hasta que un cazatalentos de Capitol Records les escuchó y vio la gran oportunidad que allí se ocultaba: tomó del espectáculo lo que más podía subyugar a los estadounidenses (el aire exótico y la belleza imponente de Sumac, que hacía perfectamente creíble el que fuese una verdadera princesa inca) e hizo que Vivanco, el compositor de la mayor parte de las piezas, las arreglara para orquesta con toques más cercanos al jazz.
El resultado demostró que habían dado con la tecla: en los cincuenta, Yma Sumac se convirtió en una arrolladora estrella que grabó cinco discos de enorme éxito (uno de ellos, Voice of the Xtaby, logró vender rápidamente 100.000 copias sin apenas publicidad). El salto al cine fue inevitable: su actuación más celebrada fue en la película El secreto de los incas, donde compartió cartel con el mismísimo Charlton Heston. En 1955 consiguió la nacionalidad estadounidense y publicó su disco de mayor éxito, Mambo!, donde hacía una hipnótica aproximación a los ritmos latinos desde las características únicas de su voz. Un intento de desacreditarla diciendo que en realidad había nacido en Brooklyn, que su verdadero nombre era Amy Camus (resultado de invertir su nombre artístico) y que no tenía nada de sangre real fue rápidamente cercenado cuando el cónsul peruano en Nueva York firmó un certificado asegurando que todas las referencias genealógicas apuntaban a que esa filiación era cierta.
A finales de los cincuenta se convirtió en la primera latinoamericana en conseguir una estrella en el Paseo de la Fama, y en 1961 se embarcó en seis meses de gira por la Unión Soviética, donde obtuvo un éxito descomunal en sus conciertos acompañada por la Orquesta Sinfónica del Teatro Bolshói. El mismísimo Jruschov la felicitó y se mostró como un rendido admirador. Sin embargo, a partir de la década de los setenta, la estrella de Yma Sumac fue poco a poco declinando. Su estilo no parecía encajar en los nuevos tiempos, por más que hiciera un intento con la grabación de un disco de influencia psicodélica que apenas tuvo distribución, y que hoy es un tesoro perseguido por los coleccionistas.
Después de que muchos artistas la redescubrieran (su música aparece en un recordado momento de El gran Lebowski, de los hermanos Coen), finalmente con el cambio de siglo volvió a visitar su país natal, donde su reconocimiento había sufrido altibajos debido a su aceptación de la nacionalidad estadounidense. Falleció en Los Ángeles a los 86 años, el 1 de noviembre del 2008, y está enterrada por expreso deseo en Hollywood, la tierra que la recibió como la imposible princesa que cantaba como un pájaro.