John Dalton, el científico que quería que le sacaran los ojos.
El descubridor del daltonismo dio instrucciones para que, tras su muerte, se examinaran sus globos oculares.
6 noviembre, 2016 02:21Noticias relacionadas
El británico John Dalton es, sin lugar a dudas, uno de los físicos más importantes de la historia. Pero, como narra Antonio Martínez Ron en su obra El ojo desnudo (Crítica), que sale a la venta la próxima semana, mucha gente conoce su nombre no precisamente por sus contribuciones a la teoría atómica, sino por que él fue el primero en reparar en una dolencia que sufría y que le impedía reconocer los colores de la misma forma en la que lo hacían los demás. En nuestros días, el daltonismo o ceguera del color es algo tan común que hasta protagoniza tests en la red, pero en su momento, a Dalton le supuso toda una impresión descubrir que el mundo debía de ser un lugar muy diferente a lo que él veía. Hoy, sus ojos descansan en los sótanos del Museo de Ciencia e Industria de Manchester como un tesoro que pocos conocen, después de que fueran donados a la ciencia por su dueño con estrictas instrucciones de uso.
Dalton había nacido en 1766 en Eaglesfield (Cumberland, Reino Unido) en el seno de una familia cuáquera y a los 12 años ya era capaz de impartir clase. Con 27 ya era profesor de filosofía y matemáticas en el New College de Manchester, donde vivió hasta su muerte en 1844. Entre sus principales preocupaciones se encontraba el descubrir cómo se formaban las distintas sustancias, que para él serían fruto de las variadas combinaciones de unos sencillos elementos, las unidades más pequeñas e indivisibles de la materia, a las que llamó "átomos". Con ello, abría la puerta a la teoría atómica que un siglo después lo revolucionaría todo.
Para su trabajo tuvo que familiarizarse con todo lo que hasta ese momento se conocía sobre la teoría de la luz y la formación de los colores. Cuando se focalizó más concretamente en las plantas, fue cuando comenzó a sospechar que algo raro le ocurría. En 1790, se dio cuenta de que las veía de una forma muy distinta a cómo eran descritas en los manuales: si se trataba de plantas blancas, verdes o amarillas, no había ningún problema. Pero si se las describía como azules, púrpuras o rojos, el sólo percibía un único azul apagado.
La constatación definitiva llegó dos años después, observando un geranio a la luz de una vela: "La flor era rosa, pero a mí me parecía del color azul del cielo por el día; a la luz de la vela, sin embargo, la flor había cambiado de forma asombrosa, sin presentar ni rastro de azul y presentándose en lo que yo llamaba rojo, un color que genera un llamativo contraste con el azul". Para su sorpresa, por mucho que preguntara, resultó que eso sólo le pasaba a él: los frascos que unos veían marrones, para él eran verdes, y su particular arcoíris se limitaba a sólo dos o tres colores: "Mi amarillo comprende el rojo, naranja, amarillo y verde de los demás; y mi azul y púrpura coinciden con los de ellos. Esa parte de la imagen que otros llaman rojo parece para mí poco más que una sombra, o falta de luz; después de eso, el naranja, amarillo y verde parecen de un solo color".
La explicación que encontró a esto fue que el humor vítreo que llenaba sus ojos debía de tener un tono azulado que filtraba la luz y, como no le era posible comprobar la veracidad de su hipótesis por sí mismo, le pidió a su médico, Joseph Ransome, que a su muerte le extrajera los globos oculares y comprobara si su teoría era cierta. Ransome así lo hizo el 28 de julio de 1844, pocos días después de su muerte, sin éxito: el humor vítreo era totalmente transparente. Incluso llegó a diseccionar la parte trasera del ojo, y a mirar a través del cristalino, para ver si percibía modificaciones en la luz. Todo en vano.
Hoy sabemos que el daltonismo está producido por un defecto congénito que afecta a los conos, las células fotosensibles alojadas en la retina y encargadas de reconocer los colores, pero eso estaba fuera del alcance de la medicina de aquel momento. Muy pocos saben que en Manchester se guarda una pequeña caja de cristal con tres tiras de aparente piel seca. Es lo que queda de los ojos de John Dalton, un hombre que no paraba de hacerse preguntas y que para obtener respuestas estaba más que dispuesto a que le sacaran los ojos.