Se ha considerado habitualmente que la huelga es un fenómeno que, como tal, aparece en el siglo XIX con la Revolución Industrial, cuando los trabajadores tomaron conciencia de clase y de su poder para hacer valer sus reivindicaciones frente al patrón. Sin embargo, el descifrado del conocido como Papiro de la Huelga, encontrado en las excavaciones de Deir el-Medina, el poblado de los artesanos que trabajaban en las obras funerarias egipcias, en la década de 1940, ha llevado a replantearse esta idea.
En el papiro, un escriba levantó acta notarial de lo ocurrido en el año 1.165 a.C., durante el reinado del faraón Ramsés III, unos hechos sin precedentes (y de los que tampoco hubo noticia posterior): los trabajadores especializados que construían el hipogeo donde descansaría el soberano, una construcción excavada en la roca que sustituía a las pirámides, más colosales pero también más fáciles de saquear, decidieron hacer huelga.
Algo más de un centenar de operarios vivían en Deir el-Medina que, lejos de las imágenes populares de esclavos, disfrutaban de unos ciertos privilegios: el faraón era dueño y señor de todo Egipto, pero a la vez estaba obligado a mantener el equilibrio entre todos los que participaban en su reino. Y cumplir con lo estipulado en el pago de salarios entraba de lleno entre esas sagradas obligaciones.
Contra la injusticia
El problema era que la suerte de Egipto empezaba a cambiar. Amenazado por varias invasiones extranjeras que había tenido que rechazar y por la pérdida de suelo fértil, unidas a una burocracia que había crecido hasta límites difíciles de soportar por el tesoro público, que había además propiciado una corrupción generalizada, resultaba cada vez más difícil encontrar recursos para las monumentales obras públicas a mayor gloria del faraón.
Aún no se había inventado la moneda, pero lo que debía cobrar un trabajador de Deir el-Medina estaba bien fijado: los capataces obtenían 72 sacos de cereales al mes, mientras que al resto de trabajadores se les daban 52 (esos sacos podían ser luego cambiados por otros bienes). El día de pago debía ser, invariablemente, el último día laborable del mes.
Al menos, en teoría. Porque los retrasos comenzaron a ser habituales, y lo más habitual era que el pago se realizara a mediados del mes siguiente. Pero lo que terminó acabando con la paciencia de los trabajadores fue que, cuando finalmente llegaba, era menor de lo estipulado, al parecer por un "descuido" de los corruptos funcionarios encargados de la tarea. Los trabajadores depusieron sus herramientas, y anunciaron que no continuarían el trabajo hasta que no se les pagara.
El nombramiento de un nuevo visir, que precisamente había ejercido de funcionario en Deir el-Medina y, por tanto, era considerado por los obreros como "uno de los suyos", desbloqueó la situación, los trabajadores recibieron finalmente la paga estipulada y volvieron al trabajo.
Y la corrupción
Sin embargo, meses después, la situación volvió a repetirse, y esta vez los trabajadores decidieron ir directamente al templo de Tutmosis III, algo que asustó a toda la jerarquía, pues era ahí donde se acumulaba gran parte del grano. Según el papiro, las reclamaciones fueron contundentes: "Hemos llegado a este lugar por causa del hambre y de la sed, por la falta de ropa, de pescado, de hortalizas. Escríbanlo al Faraón, nuestro buen señor, y escríbanlo al Visir, nuestro superior ¡Háganlo para que podamos vivir!".
Y más tarde, elevaron aún la tensión amenazando con contar al soberano la corrupción que ejercían sus funcionarios: "No nos iremos. Digan a sus superiores, cuando estén con sus acompañantes, que ciertamente no hemos cruzado los muros a causa del hambre solamente, sino que tenemos que hacer una acusación importante, porque ciertamente se están cometiendo crímenes en este lugar del Faraón."
No se sabe cuál fue el final de la historia, aunque es de suponer que finalmente se resolvió, pues los trabajadores terminaron volviendo a sus puestos. De todas formas, el visir acabó involucrado en la conspiración que pretendió acabar con la vida del faraón, y desapareció de las crónicas conocidas. Lo que sí se sabe es que, a partir de la muerte de Ramsés III, el reino entró en declive y ya no volvería a ser el mismo.
Los problemas no hicieron más que crecer, y la inestabilidad se convirtió en norma. Y en cuanto a los derechos sindicales, aunque no haya registro de más huelgas, parecen indicar que no mejoraron: de hecho, los saqueos de las tumbas, ejercidos por los mismos que las habían construido, se convirtieron en una constante, como demuestran las numerosas condenas registradas por los eficientes escribas.