Ahora que Estados Unidos encara la semana del relevo en la Casa Blanca, un relevo que viene acompañado de muchas incógnitas y temores, y pocos días después del discurso de despedida de Barack Obama en Chicago, las palabras firmadas por George Washington en 1797 cobran una especial relevancia. Su Discurso de Despedida (llamado así, pero que en realidad nunca fue leído en público, sino que apareció publicado en la prensa) es toda una institución en el país, hasta el punto de que ha sido impreso más veces que la Declaración de Independencia, es leído anualmente por un senador ante la cámara (cada año de un partido distinto), y los escolares lo estudian y lo aprenden con detalle.
Y no es para menos. Sobre todo, si se tiene en cuenta que tras su redacción no está sólo un padre fundador, sino hasta tres: James Madison redactó el primer borrador ya en 1792, mientras que, a partir de 1796, gran parte de la labor correspondió a Alexander Hamilton (el mismo que ha inspirado el musical de moda en Broadway, Hamilton, cuyos actores son de los que más se han significado en la oposición a la nueva era Trump), estrechamente supervisado por Washington, quien dio los toques finales.
El entonces presidente se encontraba cansado, y mediante esa carta abierta quiso informar a los estadounidenses de su intención de no presentarse a un tercer mandato, para poder retirarse a su casa en Mount Vermont (Virginia), donde fallecería en 1799. Pero no quería hacerlo sin dejar tras de sí su visión de los derroteros por donde debería ir el país, en un momento en el que las tensiones entre las distintas facciones y los territorios amenazaban con hacer peligrar el joven e inédito sistema político que se habían dado. Pero quizá lo más sorprendente sea que muchas de las palabras escritas en el siglo XVIII son capaces de despertar ecos en la convulsa Norteamérica del XXI.
Y si no, aquí va un ejemplo: "La dominación alternativa de las pasiones políticas, agitadas entre sí por el espíritu de venganza y las disensiones de partido es causa del espantoso despotismo que ha cometido los más horribles excesos durante siglos en diferentes países. [...] Tarde o temprano, el jefe de algún sector dominante, más hábil o más afortunado que sus rivales, acaba por aprovechar esa inclinación de los ánimos para elevar su poderío sobre las ruinas de la libertad pública". ¿Otro? "El espíritu de partido trabaja constantemente por desorientar al pueblo y corroer la regularidad de los servicios públicos; agita la opinión con celos infundados y falsas alarmas; enardece las animosidades de unos contra otros; da ocasión a tumultos e insurrecciones, y abre los caminos por donde fácilmente penetran hasta el mismo gobierno las corrupciones e influencias extranjeras a través de las pasiones facciosas, sujetando a la política de otros la voluntad del país."
El espíritu de usurpación tiende a concretar los poderes en uno solo, y crea de tal modo un verdadero despotismo, sea cual fuere la forma de gobierno
Partidos que ponen sus intereses por delante de los del país y una situación de crisis que abre la puerta a la influencia de poderes extranjeros. Y no sólo eso, sino que alertaba contra cualquier intento de quebrar la separación de poderes: "El espíritu de usurpación tiende a concretar los poderes en uno solo, y crea de tal modo un verdadero despotismo, sea cual fuere la forma de gobierno. Está demostrada [...] la necesidad de sujetar el ejercicio del poder político, dividirlo entre diferentes depositarios que se vigilen recíprocamente y que cada uno se constituya en protector del bien común contra las invasiones de los demás poderes, porque su conservación es tan importante como la institución del poder."
El otro frente del que debía guardarse el país, según Washington, era contra la tentación de inmiscuirse en las cuitas de las potencias extranjeras. Aunque llamaba a respetar los tratados firmados (entre otros, con España), lo tenía claro: "La gran regla de nuestra conducta con respecto a las naciones extranjeras, debe reducirse a tener con ellas la menor conexión política que sea posible, mientras extendemos nuestras relaciones comerciales. Que los tratos que hemos hecho hasta ahora se cumplan con la más perfecta buena fe. Pero no pasemos de aquí. Europa tiene particulares intereses que no nos conciernen en manera alguna o que nos tocan muy de lejos." Si Trump podría considerar que el punto anterior le apelaba directamente, es de imaginar que se sentirá más proclive a coincidir con éste.
Este discurso, a buen seguro, habrá sido oído por los nuevos miembros de la Administración norteamericana muchas veces a lo largo de su vida. A partir del viernes, tendremos oportunidad de saber hasta qué punto han interiorizado las advertencias que el padre de la independencia les lanza a través de los siglos.