El españoleto, uno sesenta de mala leche. Sale a la calle a hacer su casting y se lleva al estudio a lo que no se podía reconocer ni en pintura. Personajes sucios y sudorosos, viejos y arrugados, cruzados por las sombras en composiciones imposibles. Es la marca cruel y agria del tenebrismo de José de Ribera, más incorrecta y antipática que el de Caravaggio. Para que entendamos la diferencia entre ambos: el italiano, tan relamido como expresivo, estudió en un colegio privado; el valenciano, con todas esas uñas mugrientas, en uno público.
Y en esas molestó a todo el mundo. Su Apolo y Marsias, que estos días se muestra en la exposición temporal del Prado dedicada al Ribera dibujante, fue un escándalo cuando se presentó, en 1637. Marias, atormentado, mira al espectador y grita con desesperación, mientras Apolo lo despelleja vivo, con una tierna sonrisa. Se atrevió a pensar que podría superar con una canción al dios de la música. El castigo por cuestionar a la autoridad es brutal, ya se sabe.
Casi dos décadas más tarde acepta el encargo de representar, por encargo real de Felipe IV, las condenas ejemplares de Sísifo, Ixión, Tántalo y Ticio. El grupo más conocido como las Furias. Los martirios debían aleccionar a la población, desvelar las consecuencias de ser un anti sistema. “Es un mensaje político: el que se subleva tiene castigo eterno. Es muy contemporáneo, gracias a la Ley Mordaza”, explica a este periódico el guionista y catedrático de literatura francesa Antonio Altarriba, Premio Nacional de Cómic de 2011 (junto con Kim por El arte de volar).
Contra la censura
“Vivimos en una sociedad en la que cada vez más, poderes económicos y políticos, son más censores e implacables con la libertad de expresión. Ejecutan una censura más efectiva que la de Franco. Con la excusa de la corrección no puedes publicar bastantes cosas”, asegura el escritor el mismo día en que sabemos que el fiscal pide dos años y seis meses de cárcel para una tuitera que ha hecho chistes sobre Carrero Blanco.
Altarriba y el dibujante Keko aceptaron el encargo que el Museo del Prado les ofreció el pasado junio: retratar y relatar la vida del españoleto. Aceptaron y la semana que viene se presenta esta joya de 52 páginas, que confirma la colección de novela gráfica creada por la pinacoteca, tras el volumen dedicado a El Bosco y dibujado por MAX. Ambos ya se habían cruzado en Yo, asesino (Norma Cómics), una extraordinaria reflexión sobre el arte y la muerte, que recibió el Gran Premio ACBD de la Crítica en Francia, en 2015.
“Ribera es una invitación a la crueldad”, asegura Keko a EL ESPAÑOL. Es difícil encontrar a un dibujante más tenebrista y barroco en el panorama actual del cómic. “Veo cosas muy cercanas con él, sobre todo, el gusto por lo macabro y truculento. Más allá de la habilidad y su maestría tiene enfoques muy salvajes que reflejan la crueldad, el martirio y el sufrimiento. Es algo con lo que me identifico”, asegura.
Cargar las tintas
Keko dice que el libro cumple con el dictado riberiano, con escenas bastante fuertes, “muy en consonancia con el homenajeado”. Con ironía dice que no han cargado excesivamente las tintas, porque ya lo están. Las escenas más fuertes están sacadas de cuadros y dibujos suyos. “Visitad el Prado -recomienda el dibujante- Está lleno de violaciones, despellejamientos, martirios, es un festín de la crueldad. Nuestro libro en esto es muy respetuoso con Ribera… ya veremos si con el lector de nuestros días”.
El cómic en blanco y negro incluye las obras referidas en color. El relato parte del género policíaco y, de alguna manera, retoma la anterior narración de ambos autores. En aquel libro, el protagonista era catedrático en Historia del Arte, especialista en pintura barroca, y asesino en serie. Justifica sus acciones criminales como obras artísticas. “Ese fue el punto de partida que en el Museo del Prado interesó para desarrollar”, comenta Altarriba.
¿Ribera era un formalista interesado por el tenebrismo o un arrebatado místico que participaba de la fe que demuestran esos cuadros?
Ahora, con El perdón y la furia, presentan a un profesor obsesionado con su investigación sobre Ribera. Esa es la excusa para trazar una visión contemporánea de Ribera a partir de sus obras. A partir del misterio sin resolver de la desaparición de dos de las Furias (Sísifo y Tántalo), plantean un thriller que se pregunta si Ribera era un pintor religioso y místico o un virtuoso de la composición y de la anatomía. “¿Era un formalista interesado por el tenebrismo o un arrebatado místico que participaba de la fe que demuestran esos cuadros?”.
Ofender sin querer
Así es como el pintor más bello y terrible, salta al cómic con sus tormentos y martirios. Espeluznante y místico, así es como se hace popular un artista incorrecto: “Ahora pasamos por una época en la que todo molesta y todo ofende. Si seguimos así, llegará un momento en el que no podrás hacer nada sin ofender a alguien, aunque no quieras. Hasta un chiste puede ofender. Esto va en detrimento de la libertad de expresión”, dice Keko. Eso es Ribera, algo muy reivindicable en los aceites de la corrección.
Ahora pasamos por una época en la que todo molesta y todo ofende
“Keko está soberbio, pero creo que es su mejor trabajo”, asegura Altarriba. Keko es pura expresión tenebrista. El dibujante de las sombras apasionado por el Barroco español y sus claroscuros y las luces duras, también se recrea en el dolor y la crueldad de los castigos por amenazar a la autoridad. Ixión por tratar de seducir a la diosa Hera por lo que Zeus, primero, le azota brutalmente y luego le ata a una rueda encendida que gira sin cesar en el Tártaro, donde todavía cumple su castigo.
Cuenta Altarriba que cada cuadro de Ribera es una historia concentrada, un guion en una imagen, como si fuera una viñeta. Keko lo discute: “El cómic es una secuencia de imágenes, no una imagen condensada. Eso sería más una ilustración”. Por cierto, el dibujante cree que el cuadro de Ixión, que el Prado muestra tan desafortunadamente en la rotonda de Goya, debería contemplarse vertical y no horizontal. Quizá de esta manera se evitarían los reflejos que lo ciegan, quizá así se verían las las gotas de sudor del martirizado.