Celia Cooney, el ama de casa que se convirtió en reina del crimen y símbolo feminista
En la década de los 20 los atracos que perpetraba despertaron el entusiasmo de prensa y público.
11 marzo, 2017 01:38Noticias relacionadas
En 1924, una mujer copó las páginas de los periódicos y las conversaciones de los neoyorquinos. Con pelo corto a la moda, la atención que todo el mundo le mostraba parecía la de una estrella de cine, una de esas "mujeres modernas" que hacían correr ríos de tinta. Pero no era una estrella: era una veinteañera llamada Celia Cooney, y una simple ama de casa hasta que una serie de atracos en la ciudad la convirtieron, para la prensa, en la Bandida del Pelo Corto de Brooklyn ("The Bobbed-Hair Bandit of Brooklyn"), amada y odiada a partes iguales.
No era, desde luego, la primera mujer delincuente que cometía delitos junto a su marido. Lo innovador era que era ella la que llevaba la iniciativa, la que encañonaba a los asustados dependientes mientras su esposo, Ed Cooney, de 25 años de edad, abría la caja registradora. Al parecer, la decisión de empezar una carrera criminal la había tomado ella al saber que esperaban un hijo que difícilmente podrían mantener, y al que tendrían que criar en una pequeña habitación en el pueblo de Bedford, en el estado de Nueva York. Un panorama que se les hacía intolerable, sobre todo para Celia, que había crecido en una familia con un padre alcohólico, sin pisar la escuela y que obligó, a ella y a sus ocho hermanos, a buscarse la vida desde bien temprano en las calles.
Por eso, el 25 de enero de 1924 entraron en una tienda de comestibles. Según la descripción de los testigos, lucía sus mejores galas: abrigo de piel de foca, vestido gris, zapatos negros y medias. Con la mayor amabilidad, pidió una docena de huevos al dependiente. Cuando éste volvió con ellos, se encontró con el cañón de una pistola que le apuntaba desde la mano de la joven, quien gritó: "¡Dales, vamos!" para que entrara su marido con un arma en cada mano. El fruto de aquel primer atraco fue de 700 dólares, una cantidad astronómica comparada con sus habituales ingresos.
Fue el primero de una decena de atracos perpetrados en comercios de todo tipo, siempre sin disparar un solo tiro y sin dañar a nadie, más allá del susto. Exactamente 61 días de carrera criminal que tuvieron una repercusión formidable en el Nueva York de la Ley Seca, y que la prensa se encargó de magnificar. Si unos titulares definían a Cooney como una abanderada de la liberación femenina, otros la señalaban como la demostración de las terribles consecuencias que ésta podría acarrear; si para unos periodistas era una manipuladora y una arpía, para otros la pobre víctima de su explotador marido. Nadie sabía quién era en realidad esa misteriosa figura, pero todos estaban impacientes por endilgarse el simbolismo que más conviniese a cada uno.
Sin embargo, cometieron un único, pero fatal error. La psicosis había llegado a tal extremo, que la policía detenía a cualquier mujer que caminara por las calles con el mismo corte de pelo que Cooney (el escritor Francis Scott Fitzgerald declaró indignado que a su propia esposa, Zelda, le habían dado el alto en Queens). En ese contexto, durante el que iba a ser su último robo antes de retirarse a Florida, un dependiente hizo amago de darle un empujón a la ya visiblemente embarazada Cooney. Ed, en un acto reflejo, disparó una de sus armas. El comerciante no sufrió ninguna herida de consideración, pero aquella primera y única sangre derramada asustó a la pareja, que huyó rápidamente del lugar dejando tras de sí miles de dólares en la caja de seguridad.
Para su fatalidad, en esta ocasión un testigo vecino suyo les reconoció. Y cuando abandonaron a toda prisa la ciudad, la alerta para su detención ya estaba emitida. En Florida, donde desde un primer momento habían tenido intención de retirarse, Cooney dio a luz, pero a los pocos días el bebé murió. El haber sido objeto de atención médica permitió que se les localizara y detuviese. Su regreso a Nueva York en tren y el posterior juicio obtuvo una repercusión mediática y de público sin precedentes, pero durante el mismo quedó claro que las supuestas mentes criminales eran tan sólo un matrimonio empobrecido, como tantos en aquella época, que había tomado decisiones erróneas.
En realidad, nada glamuroso. Cuando, en 1931, fueron liberados, ya nadie les recordaba, y pudieron formar una familia normal. Cinco años después moría Ed, dejando a Celia a cargo de dos hijos. Los mismos que, sólo a la muerte de su madre, en 1992, descubrieron asombrados que ésta había sido la reina del crimen en los años veinte, y contemplaron atónitos las portadas en las que, desafiante, era llamada la Bandida del Pelo Corto.