"Desde que empezó la batalla, don Dionisio Alcalá Galiano sabía que la habíamos de perder, porque aquella maldita virada en redondo... Nosotros estábamos en la reserva y nos quedamos a la cola. Nelson, que no era ningún rana, vio nuestra línea y dijo: "Pues si la corto por dos puntos distintos, y les cojo entre dos fuegos, no se me escapa ni tanto así de navío". Así lo hizo el maldito, y como nuestra línea era tan larga, la cabeza no podía ir en auxilio de la cola. Nos derrotó por partes, atacándonos en dos fuertes columnas dispuestas al modo de cuña (...) Lo cierto es que nos envolvió y nos dividió y nos fue rematando barco a barco de tal modo que no podíamos ayudarnos unos a otros, y cada navío se veía obligado a combatir con tres o cuatro".
Así se narra en el primero de los Episodios Nacionales de Benito Perez Galdós la trágica derrota de la flota franco-española en la batalla de Trafalgar, escenario del enfrentamiento marítimo más decisivo librado durante las guerras napoléonicas. Se registró el 21 de octubre de 1805 y, en apenas seis horas, la Royal Navy británica destrozó a la armada rival valiéndose de una genialidad estratégica ingeniada por el almirante Horatio Nelson. Las ansias de Napoleón Bonaparte por conquistar Gran Bretaña se hundieron al mismo tiempo que lo hacían sus buques enfrente de la costa gaditana.
La causa de la derrota sufrida por la flota combinada, compuesta por 33 navíos de línea (18 franceses y 15 españoles), entre ellos el más grande de la época, el barco de la Real Armada española Santísima Trinidad, hay que buscarla en un error táctico del almirante galo Pierre Charles Silvestre de Villeneuve. Su controvertida maniobra para hacer frente a la formación en cuña de la Royal Navy, ordenando virar en redondo a los buques para facilitar una probable retirada hacia el puerto de Cádiz, desordenó la línea de batalla aliada y facilitó a los ingleses el ataque.
Aunque se pueda pensar que el plan de Nelson con sus 27 navíos, entre los que destacaba el HMS Victory, era una auténtica sorpresa, lo cierto es que Villeneuve se lo olía pero no hizo nada para combatirlo, según desvela en una carta escrita por él mismo antes de la batalla: "[El enemigo] tratará de envolver nuestra retaguardia, atravesando nuestra línea, y de luchar contra los navíos que haya desunido hasta rendirlos, envolviéndolos con pelotones de los suyos".
El almirante galo formó una línea de batalla única, la forma tradicional del combate naval, y tras ver con sus propios ojos cómo navegaban los barcos británicos llegó la catastrófica señal: virar por redondo, girando a babor (izquierda) y sobre sí mismo. En el seno de la marina española la orden, que hubo que acatar, se percibió al instante como el anuncio de una muerte segura. “El almirante no conoce sus obligaciones y nos compromete. La flota está perdida”, exclamó el comandante Cosme Damián Churruca, brigadier vasco al mando del navío San Juan Nepomuceno.
La armada comandada por Nelson y el vicealmirante Cuthbert Collingwood, que hicieron zarpar a sus marinos a la orden de “Inglaterra espera que cada hombre cumpla con su deber”, abrió hueco en las filas enemigas con ese ataque perpendicular y directo, aislando a más de una decena de navíos aliados. Todos ellos quedaron tan alejados del foco de los cañonazos que les fue imposible prestar ayuda a sus compañeros de flota.
La combinada franco-española perdió una veintena de barcos, mientras que los británicos salieron victoriosos sin resgistrar ninguna pérdida material, aunque sí una humana de gran importancia, la de Horatio Nelson. El almirante, alcanzado por una bala de mosquete, agonizaría hasta la muerte pero sabedor de su victoria. "Puedo irme tranquilo. Gracias a Dios he cumplido con mi deber", fueron sus últimas palabras.
A pesar de que la claudicación naval en Trafalgar adoptó tintes de carnicería —en torno a 4.000 fallecidos en el bando aliado, de los cuales más de 1.000 fueron españoles— y de que históricamente se ha señalado la torpeza de Villeneuve como el desencadenante de una de las derrotas más sonadas de la marina española, algunos expertos defienden que si el almirante francés no hubiese tomado esa decisión, la desgracía habría sido mayor.
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