"Una cadena catastrófica de la mala suerte". Así define el historiador británico Ian Morris la sucesión de casualidades que terminó con Gavrilo Princip disparando a bocajarro al archiduque Francisco Fernando de Austria en Sarajevo. El magnicidio fue el fogonazo que incendió Europa, el clímax en la escalada de tensión que acabaría sumergiendo al mundo entero en la Gran Guerra y en todas las catástrofes posteriores. El azar, según los expertos, jugó un papel fundamental.
El 28 de junio de 1914 era un día especial en los Balcanes por dos motivos: el primero tenía que ver con la celebración de la fiesta nacional de los serbios, San Vito, que conmemoraba la pérdida de su independencia frente a los turcos en la batalla del campo de los mirlos, en Kosovo, en 1389; mientras que el segundo se debía a la presencia del heredero al trono del Imperio austrohúngaro y su mujer en Sarajevo, capital de Bosnia y Herzegovina. El matrimonio celebraba esa misma jornada el decimocuarto aniversario de su boda y había sido invitado por el general austriaco y gobernador de Bosnia Oskar Potiorek a presenciar unas maniobras militares.
A primera hora de la mañana el archiduque Francisco Fernando y la comitiva se dirigió desde la estación de tren hacia el ayuntamiento local, donde iban a ser recibidos para participar en diversos actos, entre ellos la inauguración de un museo. Las calles estaban abarrotadas, y entre la multitud se escondían varios terroristas de un comando serbo-bosnio dirigido por Dragutin Dimitriejevic, responsable del Servicio de Información serbio, y por extremistas de la sociedad secreta Mano Negra. Su misión era matar al heredero de un imperio. El jefe de la seguridad austriaca les había facilitado el trabajo publicando la ruta del cortejo por Sarajevo.
El atentado contra el archiduque resultó fallido al errar uno de los terroristas el lanzamiento de una de las bombas que habían preparado. Rebotó el artefacto contra el vehículo descubierto en el que viajaba Francisco Fernando y explosionó a escasos metros, hiriendo a dos decenas de personas. Cuando la comitiva llegó al ayuntamiento, el archiduque, furioso, exclamó al regidor de la ciudad: "¡Señor alcalde, uno viene aquí de visita y es recibido con bombas! ¡Esto es un escándalo!".
Malas decisiones
Con el miedo todavía en el cuerpo, el príncipe austrohúngaro hubo de enfrentarse a una disyuntiva: o bien abandonar Sarajevo lo antes posible o bien seguir con la agenda estipulada. Lo más lógico tras sufrir un ataque con bombas hubiera sido cancelar la visita. Su elección final, sin embargo, fue continuar con el planning previsto con una pequeña modificación: había que ir al hospital a visitar a las víctimas del atentado. El gobernador Potiorek tranquilizó al archiduque asegurando que las medidas de seguridad se habían reforzado y que la comitiva cambiaría de ruta evitando las calles más concurridas y estrechas de la ciudad.
Pero en ese momento se produjo otro error de bulto al no avisar nadie a los conductores sobre el nuevo trayecto. La comitiva solo se dio cuenta de la dirección equivocada a mitad de camino y, de nuevo, otra mala decisión: se optó por retroceder y dar la vuelta en la calle Francisco José, justo delante de la pastelería Moritz Schiller. Allí estaba comiéndose un sándwich o un bocadillo Gavrilo Princip, un joven estudiante serbo-bosnio de 19 años, uno de los integrantes de la organización terrorista. No podía dejar pasar esa oportunidad, no se podía fallar otra vez.
Alrededor de las 10:45 horas de la mañana, Princip, con una pistola en la mano, se acercó al coche sin protección en el que iba el archiduque y apretó el gatillo dos veces. La primera bala atravesó el uniforme de Francisco Fernando a la altura del cuello, perforándole la vena yugular. El segundo proyectil, dirigido al gobernador Potiorek, no alcanzó su objetivo y sesgó el abdomen de la mujer del archiduque, Sophie Chotek. Ambos morirían desangrados en apenas media hora a pesar de las inútiles arengas de Francisco Fernando hacia su esposa: "¡Sofía! ¡Sofía! No te mueras... vive para nuestros hijos".
Un mes más tarde, el Imperio austrohúngaro declaró la guerra a Serbia, lo que decidió al zar Nicolás II de Rusia, y en consecuencia a Francia, a intervenir en el conflicto en defensa de la nación balcánica. A su vez, Alemania, gobernada por el káiser Guillermo II, se levantó en armas contra Moscú. Después de todo, reflexionó el canciller alemán, la alternativa era la "autocastración". Media Europa caminaba ya hacia lo que sería bautizado como la Primera Guerra Mundial.
Pero los historiadores, como Christopher Clark, autor del ensayo Los sonámbulos. Cómo Europa fue a la guerra, lo tienen claro: si Gavrilo Princip, un chaval sin experiencia en el mundo de las armas, no llega a matar al archiduque Francisco Fernando, no se hubiera producido semejante derramamiento de sangre durante los cuatro años siguientes. Esta versión también la respalda Ian Morris en su libro Guerra. ¿Para qué sirve?: "Si cualquiera de esas cosas hubiera ido de forma distinta [el viaje a Sarajevo, el recorrido por la ciudad, las medidas de seguridad, la parada en la pastelería y no en otro punto], no habría existido ninguna crisis en julio. Los cañones de agosto no habrían disparado. Y, al llegar diciembre, un millón de jóvenes seguirían vivos. El azar tiene una parte muy importante en lo que sucedió".
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